• Informe revela:
    Estados
    Unidos temía Bosch instaurara comunismo
    L
    a
    toma de posesión del doctor Rafael Molina Ureña y el intento de retornar al
    profesor Juan Bosch al gobierno constitucional interrumpido el 25 de septiembre
    de 1963, provocó funestas consecuencias, según el análisis del profesor
    Lawrence Yates en los documentos de Leavenworth, ya que las acciones dividieron
    irreparable e irremisiblemente la coalición anti-Reid Cabral pero al presidente
    estadounidense se le vendió la idea de que existía el riesgo de convertir a
    República Dominicana en una segunda Cuba, lo que restaría y dañaría la
    credibilidad del Coloso del Norte en todo el hemisferio Occidental y en
    Oriente, hacia donde se preparaba la invasión armada a Vietnam.
                En Santo Domingo, varios jefes
    militares que se habían unido a la revuelta a favor del doctor Joaquín Balaguer
    y que tenían las esperanzas puestas en una junta militar, encontraron
    inaceptable el regreso del ex presidente Bosch, y antes de que Molina Ureña
    fuera juramentado como presidente provisional el domingo en la tarde –estamos
    hablando del domingo 25 de abril de 1965–, el general de los Santos Céspedes
    se divorció de la causa rebelde e informó al agregado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos
    que la Fuerza Aérea
    Dominicana, junto a las tropas élites del general Wessin y Wessin, pelearían
    con el objeto de impedir que Bosch retornara al país y a la Presidencia.



    Temor al comunismo
                Ante esa circunstancia, Connett
    informó al Departamento de Estado que las tropas leales confirmaron que “el
    retorno de Bosch significaría la entrega del país al comunismo”.
                Esto provocó que el domingo 25, al
    atardecer, los leales pusieran en marcha sus amenazas, cuando los P-51 de la Fuerza Aérea atacaron el
    Palacio Nacional, los dos campamentos y las posiciones de los rebeldes al Oeste
    del puente Duarte.
    “Los ataques convirtieron el golpe de
    Estado en una guerra civil, las negociaciones sobre la formación de la junta
    militar, que nunca parecieron concretarse, se derrumbaron inmediatamente. Más
    civiles de las clases media y baja en Santo Domingo se lanzaron a las calles en
    apoyo del alzamiento; algunos rebeldes tomaron de rehenes a las familias de los
    pilotos de la Fuerza Aérea
    leales, y amenazaron en la televisión con transportarlos a los lugares que
    estaban siendo atacados por las fuerzas gubernamentales”.
    Ataque al Palacio Nacional
    con apoyo de Estados Unidos
                El
    empleo de la fuerza, según la consideración de Yates en su informe, y la
    reacción de los rebeldes empeoró la división entre ambos lados y eliminó, bajo
    las circunstancias existentes, cualquier otra solución a la crisis que no fuera
    la militar, y refiere que “los ataques de los leales al Palacio Nacional y a
    otros blancos fueron iniciados con el conocimiento y el ‘mal dispuesto’ apoyo
    de la Embajada
    de los Estados Unidos”.
                Las razones de este apoyo oculto
    estuvieron fundadas en la oposición del personal de la Embajada al regreso del
    profesor Bosch, “debido a la participación extremista en el golpe y al anuncio
    del apoyo comunista al regreso, considerado favorable a sus intereses a largo
    plazo”, informó Connett de nuevo a Washington antes del ataque de los leales a
    las posiciones rebeldes, por lo que dicho ataque fue considerado por la Embajada como “el único
    curso de acción que tenía alguna verdadera posibilidad de impedir el regreso de
    Bosch y contener el creciente desorden y violencia de las turbas”.
                Con la mayor impasibilidad del
    mundo, Connett continúa su informe a Washington con las siguientes palabras:
    “Reconocemos que tal curso de acción puede significar mayores derramamientos de
    sangre, pero consideramos que debemos estar preparados para asumir este riesgo”,
    o lo que significaba que poco importaba a los intereses norteamericanos en el
    país que sangre dominicana corriera, con tal de llevar a efecto sus planes de
    impedir el regreso de la constitucionalidad.
                Connett agrega en su información
    que, “mientras, la Embajada
    está haciendo todo lo posible por minimizar la violencia”, y concluyó,
    “nuestros agregados le han recalcado a los tres jefes militares nuestra
    profunda convicción de que se debe hacer todo lo posible por impedir la toma
    del país por los comunistas y mantener el orden público”, y a medida que
    República Dominicana se aproximaba a una guerra civil, los funcionarios de la Embajada norteamericana
    ya habían definido por ellos y por Washington cuáles eran los lados del
    conflicto y a cuál de ellos debería apoyar Estados Unidos.
                “Para cuando el cortante análisis de
    Connett llegó a Washington el domingo en la tarde, ya se habían transmitido
    suficientes mensajes entre la
    Embajada
    y el Departamento de Estado para alertar a la
    administración sobre el hecho de que se podría tener entre manos una grave
    crisis y hacer que se pusieran en marcha algunas medidas para seguir mejor los
    sucesos en República Dominicana y manejar la reacción de Estados Unidos”, pero
    surge el problema.
                Tal como estaban las cosas en Santo
    Domingo, las autoridades claves de la Embajada estaban fuera del país o eran nuevas y
    no tenían conocimiento ni control de la situación.
    Sorprendió a Estados
    Unidos
                “El presidente Johnson se encontraba
    en Camp David, en donde el sábado en la tarde fue notificado de los
    acontecimientos por Thomas Mann, subsecretario de Estado para Asuntos
    Económicos y ex director de las actividades norteamericanas en América Latina.
    El reemplazo de Mann como subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos,
    Jack Vaughn, estaba asistiendo a una conferencia en Ciudad de México; su
    asistente, Robert Sayre, hijo, nada más tenía una semana de experiencia en su
    nueva posición; lo mismo sucedía con William Bowler, el especialista de la
    Casa
    Blanca
    para América Latina.
                “El embajador Bennett todavía no
    había llegado a Washington –continúa el informe–, había escuchado sobre el
    golpe de Estado contra Reid Cabral en el radio de su carro mientras se
    encontraba en Georgia. Otros especialistas dominicanos estaban fuera del país
    durante el fin de semana, y para complicar aún más las cosas, era inminente un
    cambio de personal en dos posiciones importantes. El 28 de abril, el director
    de la Agencia Central
    de Inteligencia (CIA), John McCone, se jubilaría y sería reemplazado por el
    almirante William Raborn, un neófito en el mundo de la inteligencia, quien
    conocía muy poco de las capacidades o el modus operandi de la
    CIA.
    El
    30 de abril, el almirante Thomas
    Moore reemplazaría al almirante H. Page Smith como comandante en jefe del
    Comando del Atlántico”.
                A pesar de todo, el presidente
    Johnson no salió de Camp David hasta el domingo en la noche; durante todo el
    día se mantuvo en contacto telefónico con sus principales asesores en política
    exterior sobre la situación en Santo Domingo y programó celebrar una reunión
    con ellos a su regreso.
                “No obstante las numerosas llamadas
    telefónicas, el presidente Johnson parecía estar extremadamente de buen humor
    durante su viaje a Washington, la sensación de urgencia que se sentía en la Embajada norteamericana
    en Santo Domingo todavía no se había infiltrado en las más altas esferas en
    casa; sin embargo, ya se empezaba a sentir entre los latinoamericanistas en el
    Departamento de Estado. Aún antes de que el presidente se hubiera despertado el
    domingo en la mañana, funcionarios del Departamento de Estado al recibir el
    mensaje de Connett de que la situación se estaba deteriorando rápidamente,
    habían establecido una fuerza de tarea dominicana ‘ad hoc’ en el Centro de
    Operaciones del ministerio”.
                A medida que se desarrollaba la
    crisis en República Dominicana, la fuerza de tarea, compuesta por personal del
    Departamento de Estado, el Ministerio de Defensa y la CIA, trabajaría en un puesto
    de mando abierto 24 horas, con la finalidad de reunir, procesar y divulgar
    información, así como planear y tomar decisiones que no necesitaban ser
    autorizadas por el presidente Lyndon B. Johnson; el puesto de mando estableció
    enlace directo con Santo Domingo y la mayoría de los cables y llamadas
    telefónicas desde y hacia la
    Embajada
    se hacían a través de esa fuerza de tarea, que
    operaba generalmente bajo la supervisión del subsecretario Thomas Mann.
    Centran atención
    político-militar en RD
                En
    esas se encontraban los funcionarios en Washington, los que consideraron
    necesario ampliar la coordinación diplomático-militar, y los miembros del
    puesto de la fuerza de tarea intercambiaron posiciones con oficiales y civiles
    del Centro del Comando Militar Nacional, la instalación en el Pentágono que
    proporcionaba canales de comunicación a todos los mandos y bases militares a la
    Casa
    Blanca
    y a otras agencias de
    Washington.
                “En el acopio y divulgación de información
    militar, este centro funcionó de manera bastante parecida al Centro de
    Operaciones del Departamento de Estado, pero difería en un aspecto muy
    importante, mientras que el Departamento de Estado como materia de
    procedimiento, mantenía enlace directo con las embajadas norteamericanas
    alrededor del mundo, el procedimiento normal en el lado militar establecía que
    en la mayoría de los casos, las órdenes emitidas por el ministro de Defensa o
    la Junta de Jefes de Estado Mayor actuando en su lugar, pasaran a través del
    Centro del Comando Militar Nacional a un comando unificado con
    responsabilidades regionales y funcionales, antes de ser enviadas al comandante
    de cualquier tropa de combate norteamericana dentro de un país específico”.
                Acota el informe de los documentos
    de Leavenworth que la existencia de un comando unificado como agencia
    intermediaria entre el Pentágono y un comandante local “tenía sentido en
    teoría, pero, tal como se vio en la crisis dominicana, en la práctica se
    convirtió en fuente de confusión”.
                La CIA, además de ayudar a dotar de personal a la
    fuerza de tarea del Departamento de Estado, también se dedicó, el domingo 25 de
    abril, a organizar su propio puesto de mando –llamado La Trampa– para seguir de
    cerca la situación; los técnicos rápidamente instalaron máquinas de teletipo y
    una batería de teléfonos capaces de recibir mensajes procedentes del jefe de
    estación de la CIA
    en Santo Domingo, copias del tráfico diplomático y militar, comentarios de la
    radio y prensa extranjera, y una variedad de “información delicada y
    confidencial”.
                Estos equipos especiales trabajaban
    en el Departamento de Estado, en el Centro del Comando Militar Nacional y en La Trampa, e intercambiaban
    información por medio de los contactos de enlace, el teléfono y las copias de
    información de cables y llamadas telefónicas, y para mantener informado al
    presidente Johnson se habían establecido dos canales oficiales: “La información
    podía transmitirse desde cada centro de crisis a la Sala de Situación de la
    Casa
    Blanca
    , administrada por el asistente
    de Seguridad Nacional del primer mandatario estadounidense, McGeorge Bundy, o
    los jefes de cada una de las tres organizaciones envueltas, es decir, los
    ministros de Estado y de Defensa y el director de la CIA, sólo éstos podían ofrecer
    informes orales personalmente al presidente”.
                La efectividad de este sistema de
    información de la crisis, organizado el domingo 25 de abril, dependía de la
    utilidad que le diera el presidente Johnson y de la forma en que él eligiera
    utilizarlo.
                Para que fuera útil al mandatario
    norteamericano, el sistema tenía que proporcionarle información precisa y
    oportuna, y una lista de cursos de acción realistas. “Para esto se requería
    contar con comunicaciones rápidas y seguras entre todas las partes envueltas en
    cada nivel de la crisis dominicana, planeamiento y acopio de inteligencia
    eficaces e ideas creativas”, y añade, “en algunos momentos el sistema funcionó
    bien; en otros, no”.
                Cuando no funcionó, Johnson no
    vaciló en evadirlo, durante la crisis el primer mandatario norteamericano
    dependió de sus asesores oficiales, “particularmente del secretario de Estado
    Dean Rusk, el ministro de Defensa, Robert McNamara, Bundy, Mann, Vaughn y el
    subsecretario de Estado George Ball, pero también confió en personas ajenas al
    círculo oficial, por ejemplo, su amigo Abe Fortas y el ex embajador en
    República Dominicana John Bartlow Martin, utilizándolos como asesores y
    emisarios especiales. Tampoco vaciló en violar canales de mando oficiales,
    tanto civiles como militares, si consideraba que daría buenos resultados”.
                Aunque Johnson estaba bastante
    preocupado con la preparación militar norteamericana para el ataque en Vietnam,
    “no podía ignorar los intereses norteamericanos en República Dominicana y en
    sus alrededores, y la deteriorada situación de ese país”.
    Temor al comunismo decidió
    invasión
                La estratégica posición de la isla
    en el Caribe pesaba en la mente del presidente y de otros políticos, también
    consideraban que la violencia en República Dominicana podía poner en peligro la
    vida y la propiedad de norteamericanos, pero lo que más temía el presidente
    Johnson y otros funcionarios norteamericanos era que los comunistas se tomaran
    el país.
                Esto, debido a que no era un secreto
    en Washington que Fidel Castro estaba adiestrando a izquierdistas dominicanos
    en operaciones guerrilleras y de sabotaje, y, además, que el líder cubano
    “tenía sus ojos puestos en República Dominicana”.
                El informe de que más de 50 agentes
    comunistas entrenados en Cuba, Rusia y China habían entrado en República
    Dominicana durante el mes de abril, ayudó a fomentar más esa impresión.
                “La toma de República Dominicana por
    los comunistas violaría la política de ‘ninguna segunda Cuba’, aumentaría la
    atracción revolucionaria de Castro en el hemisferio, abriría a América Latina a
    mayores penetraciones soviético-cubanas y disminuiría la credibilidad
    norteamericana en todo el mundo como aliado leal y defensa contra la expansión
    comunista”.
                Johnson recalcó este último punto
    cuando le preguntó a sus asesores a comienzos de la crisis: “¿Qué podemos hacer
    en Vietnam si no podemos limpiar la República Dominicana?”,
    Yates refiere que el país había adquirido una importancia simbólica de
    proporciones mundiales, debido al hecho de que la preparación para un ataque
    norteamericano en Vietnam se había diseñado para convencer a amigos y
    adversarios, especialmente en Europa, que Estados Unidos tenía la voluntad y la
    determinación de cumplir con sus compromisos en todo el mundo.
                En este caso específico, como el
    inicio de una crisis en República Dominicana, una respuesta vacilante a esta
    situación disminuiría la credibilidad norteamericana en Vietnam, dañando a su
    vez la credibilidad norteamericana en Europa, el Lejano Oriente y en todas
    partes, por lo que, establecidos estos nexos y los altos riesgos envueltos,
    Johnson rápidamente dejó en claro que usaría su máxima prerrogativa
    presidencial y ordenaría una respuesta norteamericana a la crisis dominicana.
                Como expresara el subsecretario de
    Estado George Ball posteriormente al inicio de los problemas dominicanos,
    “Johnson se interesó hasta el punto de que asumió la dirección de la política
    diaria y se convirtió de hecho, en el oficial encargado de los asuntos
    dominicanos.
                “Esto era típico del enérgico
    Johnson. También reflejaba, a medida que tomaba un carácter cada vez más
    militar, que la teoría actual de guerra limitada se consideraba a la guerra y
    la paz como un todo en el que las capacidades militares sirven principalmente
    como instrumentos políticos y diplomáticos que se pueden orquestar, no tanto
    para alcanzar la victoria militar sino para influir en las intenciones de los
    combatientes y convencerlos de la conveniencia de aceptar soluciones
    políticas”.
                Esta actitud del presidente
    norteamericano de interferir políticamente en las operaciones militares fue
    “contraproducente, innecesariamente restrictiva y una invitación al desastre”,
    pues la idea de un presidente o un ministro de Defensa dando órdenes directas a
    un comandante local “violó de arriba hacia abajo los principios básicos de una
    acertada doctrina militar en la cadena de mando”, expresa Yates, para agregar
    que también disminuyó la función del oficial uniformado en las deliberaciones
    políticas.
                La evidencia de esto se encuentra en
    que, tal como indica el autor de los documentos de Leavenworth, “durante la
    crisis dominicana como en Vietnam, el presidente Johnson confió más a menudo en
    McNamara que en los miembros de la
    Junta
    de Jefes de Estado Mayor, los que por decreto son los
    asesores militares del mandatario en asuntos de asesoría militar” (sic).
                Aunque McNamara sirvió de enlace y
    conducto entre la Casa Blanca
    y la Junta de
    Jefes de Estado Mayor, esto no pudo compensar la poca frecuencia con que los
    jefes de Estado Mayor pudieron presentar su consejo profesional directamente al
    presidente Johnson, “esta deficiencia se evidenció durante la primera semana de
    la crisis, cuando el mandatario norteamericano no se reunió directamente con el
    general Earle -Bus- Wheeler, jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor hasta el jueves 29
    de abril, después que el primer contingente de tropas norteamericanas había
    arribado a Santo Domingo”.
                Sin embargo, los asuntos que crearon
    la división en la administración política de las operaciones todavía no había
    hecho aparición el 25 de abril, segundo día de la revuelta armada, ya que
    cuando Johnson dedicó su atención a Santo Domingo ni él ni ninguno de sus asesores
    más cercanos pensaron que la intervención 
    militar norteamericana fuera una posibilidad, pero incluso antes de que
    el presidente saliera de Camp David el domingo, ya se había dado el primer paso
    hacia una participación militar norteamericana en la crisis dominicana.
                Realmente, ya una fuerza de tarea
    naval se estaba dirigiendo hacia aguas dominicanas. “Era solamente una medida
    de precaución, pero irónicamente, debido a la determinación del presidente
    Johnson de hacerse cargo personalmente de la situación, se ordenó sin su
    autorización directa”, es decir, que las órdenes del presidente también eran
    violadas en el todopoderoso Consejo Militar de Estados Unidos.
                Continúa el informe diciendo que el
    día 25, el sistema de control de la crisis todavía permitía a las autoridades
    de nivel intermedio iniciar acciones militares, pero los días subsiguientes se
    perdió esta libertad de acción “y se esfumó toda esperanza de lograr un acuerdo
    negociado a la crisis dominicana, ya que los sucesos en Santo Domingo obligaban
    cada vez más a Estados Unidos a ordenar una intervención”, tema que
    analizaremos en el próximo capítulo.
    Miércoles, 23 de abril de 1997

  • Informe revela:
    Estados
    Unidos temía Bosch instaurara comunismo
    L
    a
    toma de posesión del doctor Rafael Molina Ureña y el intento de retornar al
    profesor Juan Bosch al gobierno constitucional interrumpido el 25 de septiembre
    de 1963, provocó funestas consecuencias, según el análisis del profesor
    Lawrence Yates en los documentos de Leavenworth, ya que las acciones dividieron
    irreparable e irremisiblemente la coalición anti-Reid Cabral pero al presidente
    estadounidense se le vendió la idea de que existía el riesgo de convertir a
    República Dominicana en una segunda Cuba, lo que restaría y dañaría la
    credibilidad del Coloso del Norte en todo el hemisferio Occidental y en
    Oriente, hacia donde se preparaba la invasión armada a Vietnam.
                En Santo Domingo, varios jefes
    militares que se habían unido a la revuelta a favor del doctor Joaquín Balaguer
    y que tenían las esperanzas puestas en una junta militar, encontraron
    inaceptable el regreso del ex presidente Bosch, y antes de que Molina Ureña
    fuera juramentado como presidente provisional el domingo en la tarde –estamos
    hablando del domingo 25 de abril de 1965–, el general de los Santos Céspedes
    se divorció de la causa rebelde e informó al agregado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos
    que la Fuerza Aérea
    Dominicana, junto a las tropas élites del general Wessin y Wessin, pelearían
    con el objeto de impedir que Bosch retornara al país y a la Presidencia.



    Temor al comunismo
                Ante esa circunstancia, Connett
    informó al Departamento de Estado que las tropas leales confirmaron que “el
    retorno de Bosch significaría la entrega del país al comunismo”.
                Esto provocó que el domingo 25, al
    atardecer, los leales pusieran en marcha sus amenazas, cuando los P-51 de la Fuerza Aérea atacaron el
    Palacio Nacional, los dos campamentos y las posiciones de los rebeldes al Oeste
    del puente Duarte.
    “Los ataques convirtieron el golpe de
    Estado en una guerra civil, las negociaciones sobre la formación de la junta
    militar, que nunca parecieron concretarse, se derrumbaron inmediatamente. Más
    civiles de las clases media y baja en Santo Domingo se lanzaron a las calles en
    apoyo del alzamiento; algunos rebeldes tomaron de rehenes a las familias de los
    pilotos de la Fuerza Aérea
    leales, y amenazaron en la televisión con transportarlos a los lugares que
    estaban siendo atacados por las fuerzas gubernamentales”.
    Ataque al Palacio Nacional
    con apoyo de Estados Unidos
                El
    empleo de la fuerza, según la consideración de Yates en su informe, y la
    reacción de los rebeldes empeoró la división entre ambos lados y eliminó, bajo
    las circunstancias existentes, cualquier otra solución a la crisis que no fuera
    la militar, y refiere que “los ataques de los leales al Palacio Nacional y a
    otros blancos fueron iniciados con el conocimiento y el ‘mal dispuesto’ apoyo
    de la Embajada
    de los Estados Unidos”.
                Las razones de este apoyo oculto
    estuvieron fundadas en la oposición del personal de la Embajada al regreso del
    profesor Bosch, “debido a la participación extremista en el golpe y al anuncio
    del apoyo comunista al regreso, considerado favorable a sus intereses a largo
    plazo”, informó Connett de nuevo a Washington antes del ataque de los leales a
    las posiciones rebeldes, por lo que dicho ataque fue considerado por la Embajada como “el único
    curso de acción que tenía alguna verdadera posibilidad de impedir el regreso de
    Bosch y contener el creciente desorden y violencia de las turbas”.
                Con la mayor impasibilidad del
    mundo, Connett continúa su informe a Washington con las siguientes palabras:
    “Reconocemos que tal curso de acción puede significar mayores derramamientos de
    sangre, pero consideramos que debemos estar preparados para asumir este riesgo”,
    o lo que significaba que poco importaba a los intereses norteamericanos en el
    país que sangre dominicana corriera, con tal de llevar a efecto sus planes de
    impedir el regreso de la constitucionalidad.
                Connett agrega en su información
    que, “mientras, la Embajada
    está haciendo todo lo posible por minimizar la violencia”, y concluyó,
    “nuestros agregados le han recalcado a los tres jefes militares nuestra
    profunda convicción de que se debe hacer todo lo posible por impedir la toma
    del país por los comunistas y mantener el orden público”, y a medida que
    República Dominicana se aproximaba a una guerra civil, los funcionarios de la Embajada norteamericana
    ya habían definido por ellos y por Washington cuáles eran los lados del
    conflicto y a cuál de ellos debería apoyar Estados Unidos.
                “Para cuando el cortante análisis de
    Connett llegó a Washington el domingo en la tarde, ya se habían transmitido
    suficientes mensajes entre la
    Embajada
    y el Departamento de Estado para alertar a la
    administración sobre el hecho de que se podría tener entre manos una grave
    crisis y hacer que se pusieran en marcha algunas medidas para seguir mejor los
    sucesos en República Dominicana y manejar la reacción de Estados Unidos”, pero
    surge el problema.
                Tal como estaban las cosas en Santo
    Domingo, las autoridades claves de la Embajada estaban fuera del país o eran nuevas y
    no tenían conocimiento ni control de la situación.
    Sorprendió a Estados
    Unidos
                “El presidente Johnson se encontraba
    en Camp David, en donde el sábado en la tarde fue notificado de los
    acontecimientos por Thomas Mann, subsecretario de Estado para Asuntos
    Económicos y ex director de las actividades norteamericanas en América Latina.
    El reemplazo de Mann como subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos,
    Jack Vaughn, estaba asistiendo a una conferencia en Ciudad de México; su
    asistente, Robert Sayre, hijo, nada más tenía una semana de experiencia en su
    nueva posición; lo mismo sucedía con William Bowler, el especialista de la
    Casa
    Blanca
    para América Latina.
                “El embajador Bennett todavía no
    había llegado a Washington –continúa el informe–, había escuchado sobre el
    golpe de Estado contra Reid Cabral en el radio de su carro mientras se
    encontraba en Georgia. Otros especialistas dominicanos estaban fuera del país
    durante el fin de semana, y para complicar aún más las cosas, era inminente un
    cambio de personal en dos posiciones importantes. El 28 de abril, el director
    de la Agencia Central
    de Inteligencia (CIA), John McCone, se jubilaría y sería reemplazado por el
    almirante William Raborn, un neófito en el mundo de la inteligencia, quien
    conocía muy poco de las capacidades o el modus operandi de la
    CIA.
    El
    30 de abril, el almirante Thomas
    Moore reemplazaría al almirante H. Page Smith como comandante en jefe del
    Comando del Atlántico”.
                A pesar de todo, el presidente
    Johnson no salió de Camp David hasta el domingo en la noche; durante todo el
    día se mantuvo en contacto telefónico con sus principales asesores en política
    exterior sobre la situación en Santo Domingo y programó celebrar una reunión
    con ellos a su regreso.
                “No obstante las numerosas llamadas
    telefónicas, el presidente Johnson parecía estar extremadamente de buen humor
    durante su viaje a Washington, la sensación de urgencia que se sentía en la Embajada norteamericana
    en Santo Domingo todavía no se había infiltrado en las más altas esferas en
    casa; sin embargo, ya se empezaba a sentir entre los latinoamericanistas en el
    Departamento de Estado. Aún antes de que el presidente se hubiera despertado el
    domingo en la mañana, funcionarios del Departamento de Estado al recibir el
    mensaje de Connett de que la situación se estaba deteriorando rápidamente,
    habían establecido una fuerza de tarea dominicana ‘ad hoc’ en el Centro de
    Operaciones del ministerio”.
                A medida que se desarrollaba la
    crisis en República Dominicana, la fuerza de tarea, compuesta por personal del
    Departamento de Estado, el Ministerio de Defensa y la CIA, trabajaría en un puesto
    de mando abierto 24 horas, con la finalidad de reunir, procesar y divulgar
    información, así como planear y tomar decisiones que no necesitaban ser
    autorizadas por el presidente Lyndon B. Johnson; el puesto de mando estableció
    enlace directo con Santo Domingo y la mayoría de los cables y llamadas
    telefónicas desde y hacia la
    Embajada
    se hacían a través de esa fuerza de tarea, que
    operaba generalmente bajo la supervisión del subsecretario Thomas Mann.
    Centran atención
    político-militar en RD
                En
    esas se encontraban los funcionarios en Washington, los que consideraron
    necesario ampliar la coordinación diplomático-militar, y los miembros del
    puesto de la fuerza de tarea intercambiaron posiciones con oficiales y civiles
    del Centro del Comando Militar Nacional, la instalación en el Pentágono que
    proporcionaba canales de comunicación a todos los mandos y bases militares a la
    Casa
    Blanca
    y a otras agencias de
    Washington.
                “En el acopio y divulgación de información
    militar, este centro funcionó de manera bastante parecida al Centro de
    Operaciones del Departamento de Estado, pero difería en un aspecto muy
    importante, mientras que el Departamento de Estado como materia de
    procedimiento, mantenía enlace directo con las embajadas norteamericanas
    alrededor del mundo, el procedimiento normal en el lado militar establecía que
    en la mayoría de los casos, las órdenes emitidas por el ministro de Defensa o
    la Junta de Jefes de Estado Mayor actuando en su lugar, pasaran a través del
    Centro del Comando Militar Nacional a un comando unificado con
    responsabilidades regionales y funcionales, antes de ser enviadas al comandante
    de cualquier tropa de combate norteamericana dentro de un país específico”.
                Acota el informe de los documentos
    de Leavenworth que la existencia de un comando unificado como agencia
    intermediaria entre el Pentágono y un comandante local “tenía sentido en
    teoría, pero, tal como se vio en la crisis dominicana, en la práctica se
    convirtió en fuente de confusión”.
                La CIA, además de ayudar a dotar de personal a la
    fuerza de tarea del Departamento de Estado, también se dedicó, el domingo 25 de
    abril, a organizar su propio puesto de mando –llamado La Trampa– para seguir de
    cerca la situación; los técnicos rápidamente instalaron máquinas de teletipo y
    una batería de teléfonos capaces de recibir mensajes procedentes del jefe de
    estación de la CIA
    en Santo Domingo, copias del tráfico diplomático y militar, comentarios de la
    radio y prensa extranjera, y una variedad de “información delicada y
    confidencial”.
                Estos equipos especiales trabajaban
    en el Departamento de Estado, en el Centro del Comando Militar Nacional y en La Trampa, e intercambiaban
    información por medio de los contactos de enlace, el teléfono y las copias de
    información de cables y llamadas telefónicas, y para mantener informado al
    presidente Johnson se habían establecido dos canales oficiales: “La información
    podía transmitirse desde cada centro de crisis a la Sala de Situación de la
    Casa
    Blanca
    , administrada por el asistente
    de Seguridad Nacional del primer mandatario estadounidense, McGeorge Bundy, o
    los jefes de cada una de las tres organizaciones envueltas, es decir, los
    ministros de Estado y de Defensa y el director de la CIA, sólo éstos podían ofrecer
    informes orales personalmente al presidente”.
                La efectividad de este sistema de
    información de la crisis, organizado el domingo 25 de abril, dependía de la
    utilidad que le diera el presidente Johnson y de la forma en que él eligiera
    utilizarlo.
                Para que fuera útil al mandatario
    norteamericano, el sistema tenía que proporcionarle información precisa y
    oportuna, y una lista de cursos de acción realistas. “Para esto se requería
    contar con comunicaciones rápidas y seguras entre todas las partes envueltas en
    cada nivel de la crisis dominicana, planeamiento y acopio de inteligencia
    eficaces e ideas creativas”, y añade, “en algunos momentos el sistema funcionó
    bien; en otros, no”.
                Cuando no funcionó, Johnson no
    vaciló en evadirlo, durante la crisis el primer mandatario norteamericano
    dependió de sus asesores oficiales, “particularmente del secretario de Estado
    Dean Rusk, el ministro de Defensa, Robert McNamara, Bundy, Mann, Vaughn y el
    subsecretario de Estado George Ball, pero también confió en personas ajenas al
    círculo oficial, por ejemplo, su amigo Abe Fortas y el ex embajador en
    República Dominicana John Bartlow Martin, utilizándolos como asesores y
    emisarios especiales. Tampoco vaciló en violar canales de mando oficiales,
    tanto civiles como militares, si consideraba que daría buenos resultados”.
                Aunque Johnson estaba bastante
    preocupado con la preparación militar norteamericana para el ataque en Vietnam,
    “no podía ignorar los intereses norteamericanos en República Dominicana y en
    sus alrededores, y la deteriorada situación de ese país”.
    Temor al comunismo decidió
    invasión
                La estratégica posición de la isla
    en el Caribe pesaba en la mente del presidente y de otros políticos, también
    consideraban que la violencia en República Dominicana podía poner en peligro la
    vida y la propiedad de norteamericanos, pero lo que más temía el presidente
    Johnson y otros funcionarios norteamericanos era que los comunistas se tomaran
    el país.
                Esto, debido a que no era un secreto
    en Washington que Fidel Castro estaba adiestrando a izquierdistas dominicanos
    en operaciones guerrilleras y de sabotaje, y, además, que el líder cubano
    “tenía sus ojos puestos en República Dominicana”.
                El informe de que más de 50 agentes
    comunistas entrenados en Cuba, Rusia y China habían entrado en República
    Dominicana durante el mes de abril, ayudó a fomentar más esa impresión.
                “La toma de República Dominicana por
    los comunistas violaría la política de ‘ninguna segunda Cuba’, aumentaría la
    atracción revolucionaria de Castro en el hemisferio, abriría a América Latina a
    mayores penetraciones soviético-cubanas y disminuiría la credibilidad
    norteamericana en todo el mundo como aliado leal y defensa contra la expansión
    comunista”.
                Johnson recalcó este último punto
    cuando le preguntó a sus asesores a comienzos de la crisis: “¿Qué podemos hacer
    en Vietnam si no podemos limpiar la República Dominicana?”,
    Yates refiere que el país había adquirido una importancia simbólica de
    proporciones mundiales, debido al hecho de que la preparación para un ataque
    norteamericano en Vietnam se había diseñado para convencer a amigos y
    adversarios, especialmente en Europa, que Estados Unidos tenía la voluntad y la
    determinación de cumplir con sus compromisos en todo el mundo.
                En este caso específico, como el
    inicio de una crisis en República Dominicana, una respuesta vacilante a esta
    situación disminuiría la credibilidad norteamericana en Vietnam, dañando a su
    vez la credibilidad norteamericana en Europa, el Lejano Oriente y en todas
    partes, por lo que, establecidos estos nexos y los altos riesgos envueltos,
    Johnson rápidamente dejó en claro que usaría su máxima prerrogativa
    presidencial y ordenaría una respuesta norteamericana a la crisis dominicana.
                Como expresara el subsecretario de
    Estado George Ball posteriormente al inicio de los problemas dominicanos,
    “Johnson se interesó hasta el punto de que asumió la dirección de la política
    diaria y se convirtió de hecho, en el oficial encargado de los asuntos
    dominicanos.
                “Esto era típico del enérgico
    Johnson. También reflejaba, a medida que tomaba un carácter cada vez más
    militar, que la teoría actual de guerra limitada se consideraba a la guerra y
    la paz como un todo en el que las capacidades militares sirven principalmente
    como instrumentos políticos y diplomáticos que se pueden orquestar, no tanto
    para alcanzar la victoria militar sino para influir en las intenciones de los
    combatientes y convencerlos de la conveniencia de aceptar soluciones
    políticas”.
                Esta actitud del presidente
    norteamericano de interferir políticamente en las operaciones militares fue
    “contraproducente, innecesariamente restrictiva y una invitación al desastre”,
    pues la idea de un presidente o un ministro de Defensa dando órdenes directas a
    un comandante local “violó de arriba hacia abajo los principios básicos de una
    acertada doctrina militar en la cadena de mando”, expresa Yates, para agregar
    que también disminuyó la función del oficial uniformado en las deliberaciones
    políticas.
                La evidencia de esto se encuentra en
    que, tal como indica el autor de los documentos de Leavenworth, “durante la
    crisis dominicana como en Vietnam, el presidente Johnson confió más a menudo en
    McNamara que en los miembros de la
    Junta
    de Jefes de Estado Mayor, los que por decreto son los
    asesores militares del mandatario en asuntos de asesoría militar” (sic).
                Aunque McNamara sirvió de enlace y
    conducto entre la Casa Blanca
    y la Junta de
    Jefes de Estado Mayor, esto no pudo compensar la poca frecuencia con que los
    jefes de Estado Mayor pudieron presentar su consejo profesional directamente al
    presidente Johnson, “esta deficiencia se evidenció durante la primera semana de
    la crisis, cuando el mandatario norteamericano no se reunió directamente con el
    general Earle -Bus- Wheeler, jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor hasta el jueves 29
    de abril, después que el primer contingente de tropas norteamericanas había
    arribado a Santo Domingo”.
                Sin embargo, los asuntos que crearon
    la división en la administración política de las operaciones todavía no había
    hecho aparición el 25 de abril, segundo día de la revuelta armada, ya que
    cuando Johnson dedicó su atención a Santo Domingo ni él ni ninguno de sus asesores
    más cercanos pensaron que la intervención 
    militar norteamericana fuera una posibilidad, pero incluso antes de que
    el presidente saliera de Camp David el domingo, ya se había dado el primer paso
    hacia una participación militar norteamericana en la crisis dominicana.
                Realmente, ya una fuerza de tarea
    naval se estaba dirigiendo hacia aguas dominicanas. “Era solamente una medida
    de precaución, pero irónicamente, debido a la determinación del presidente
    Johnson de hacerse cargo personalmente de la situación, se ordenó sin su
    autorización directa”, es decir, que las órdenes del presidente también eran
    violadas en el todopoderoso Consejo Militar de Estados Unidos.
                Continúa el informe diciendo que el
    día 25, el sistema de control de la crisis todavía permitía a las autoridades
    de nivel intermedio iniciar acciones militares, pero los días subsiguientes se
    perdió esta libertad de acción “y se esfumó toda esperanza de lograr un acuerdo
    negociado a la crisis dominicana, ya que los sucesos en Santo Domingo obligaban
    cada vez más a Estados Unidos a ordenar una intervención”, tema que
    analizaremos en el próximo capítulo.
    Miércoles, 23 de abril de 1997

  • Estados
    Unidos advertía descontento en población civil y mandos militares
    P
    oco
    a poco, el descontento iba acrecentándose no solamente en la población civil,
    sino en los mandos armados dominicanos. Uno de los detonantes que precedió a la
    “Revolución de Abril de 1965”
    fue la posposición de manera indefinida de las elecciones que se celebrarían
    ese año, de parte del presidente doctor Donald Reid Cabral, así como la
    cancelación de un grupo de oficiales del Ejército, los que estarían
    involucrados en el complot para retornar al profesor Juan Bosch a la Presidencia. En
    ese discurrir llega el mes de abril y los acontecimientos se precipitan.
                La versión está contenida en los
    Documentos de Leavenworth, un análisis del profesor Lawrence Yates, de la Escuela de Combate, Comando
    y Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos, en Texas.
                Los preparativos del gobierno del
    doctor Reid Cabral para celebrar las elecciones en septiembre de 1965 iban
    supuestamente “viento en popa” con los auspicios del gobierno estadounidense
    pero en la medida en que se daba cuenta de la extrema inseguridad de su
    posición política, el presidente dominicano comenzó a insinuar acerca de una
    posposición de la fecha de los comicios y a comentar que “ciertos individuos
    desestabilizadores”, llamados Bosch y Balaguer, no se podrían tomar en cuenta
    como candidatos.
                El caos en el orden político,
    económico y social era patente. Esto, sumado a la retórica de Reid Cabral, en
    lugar de aprovechar la división latente que había entre sus oponentes, unió a
    sus enemigos cada vez más, mientras tanto, el elemento pro-Bosch entre los
    conspiradores contra el Triunvirato esperaba con poca convicción que Estados
    Unidos garantizara unas elecciones libres.
                Fue esta situación de inseguridad y
    tambaleo de Reid Cabral que llevó al grupo de la oposición a decidir que de no
    presentar el gobierno norteamericano las garantías necesarias para efectuar los
    comicios en la fecha prevista, el primero de junio, primer día de la campaña
    electoral, tomaría acciones para derrocar al gobierno.
                Llega el mes de abril de 1965 y la Embajada de los Estados
    Unidos todavía no había dicho si insistiría en las elecciones nacionales, ya
    que los informes de los agentes de la Central Intelligence
    Agency (CIA) no eran muy alentadores al respecto.
    Un candidato sin fuerzas
                “Una encuesta de la CIA indicaba que, en unos
    comicios libres, Reid Cabral recibiría no más de un 5 por ciento de los votos,
    mientras que Balaguer posiblemente obtendría el 50 por ciento y Bosch un 25 por
    ciento. Lo que se debería hacer en vista de esta inquietante noticia dividió a
    las autoridades políticas de la
    Embajada
    , algunos, incluyendo a Bennett, favorecieron
    explorar alternativas no electorales que podrían mantener a Reid Cabral en el poder;
    otros abogaron por facilitarle la retirada y buscar la base para llegar a un convenio
    con Balaguer”, manifiesta el documento de Leaveworth.
                Pero el debate tendría que
    dilucidarse y decidirse en Washington. Todos consideraron los riesgos
    involucrados en tardar la decisión, y a medida que aumentaban los rumores de un
    golpe de Estado, el embajador Bennett advirtió a Washington que “pequeñas
    zorras, algunas de ellas rojas, estaban mordiendo las uvas”, en referencia a la
    amenaza de los “comunistas” de hacerse con el poder.
    Detonante de la Revolución: Despiden
    oficiales
                Cuando parecía que el tiempo se
    estaba acabando, Reid Cabral, el 22 de abril de 1965 despidió a 7 oficiales
    jóvenes envueltos en el complot para regresar al depuesto presidente Bosch al
    poder. Los funcionarios de la
    Embajada
    creyeron en ese momento que tendrían tiempo suficiente
    para maniobrar y deliberar antes de que Estados Unidos decidiera cómo manejar
    la situación.
                Los miembros de la legación
    diplomática se confiaron demasiado. Creyendo que con el despido de los 7
    oficiales las cosas volverían a tomar su rumbo, al día siguiente, viernes 23 de
    abril, el embajador Bennett salió rumbo a Georgia a visitar a su madre que se
    encontraba en delicado estado de salud, para pasar después por Washington a
    presentar el caso de República Dominicana y buscar ayuda gubernamental para
    Reid Cabral.
                A cargo de la Embajada quedó el jefe
    auxiliar de la misión, William Connett, hijo, quien tenía solamente seis meses
    en el cargo.
                “La misión militar norteamericana
    acantonada en Santo Domingo también bajó la guardia, envió a doce de sus trece miembros
    a una conferencia en Panamá. El director de la AID y el asesor de seguridad pública asignados a la Embajada estaban en
    Washington, y el agregado naval, un teniente coronel de la Marina, se fue de fin de semana
    al interior, a un viaje de cacería de patos con el general Antonio Imbert
    Barreras, uno de los dos únicos sobrevivientes entre los ajusticiadores de
    Trujillo. Imbert también era uno de los pocos generales que no estaba
    activamente comprometido en alguna conspiración contra el gobierno, quizá porque
    su rango era honorario y su relación con las fuerzas militares regulares era
    tensa”, según dice el informe en la página 27.
                Y continúa explicando que el hecho
    de que el embajador, la mayoría de los asesores militares y otras autoridades
    norteamericanas claves se encontraran fuera de Santo Domingo a inicios del
    último fin de semana de abril “fue un vívido testimonio de la habilidad de los
    conspiradores pro Bosch de retener un alto grado de reserva, incluso después de
    la pérdida de siete de sus miembros y de la incapacidad de las autoridades
    norteamericanas encargadas de reunir inteligencia, de penetrar los grupos de
    oposición”.
                Rápidamente se hizo claro que el
    despido de los oficiales el 22 de abril, lejos de proporcionar al gobierno un
    descanso político, eliminó el tiempo que le quedaba para solucionar la
    creciente crisis política, pues, temerosos de que un retraso pudiera poner en
    peligro el complot, los conspiradores adelantaron la fecha del golpe del 1º de
    junio al 26 de abril, “también decidieron que cualquier movida de Reid Cabral
    contra sus rangos antes del 26 ocasionaría una acción inmediata contra su
    régimen. Fue una decisión previsora”.
    Inicia la Revolución: Apresan
    jefe de Estado Mayor EN
                El
    sábado 24 de abril, día decisivo para la República Dominicana,
    el jefe de Estado Mayor del Ejército, general Marcos A. Rivera Cuesta, informó
    al presidente Reid Cabral que había descubierto a cuatro oficiales más que
    estaban en el complot contra el gobierno, y el ejecutivo, ajeno todavía a la
    magnitud del sentimiento a favor de Bosch dentro de las fuerzas militares,
    ordenó a Rivera Cuesta que los despidiera.
                “Cuando el jefe de Estado Mayor
    llegó al cuartel general del Ejército sin escolta armada –un movimiento que
    Reid Cabral calificó posteriormente de estúpido–, fue arrestado por los
    conspiradores. El golpe de Estado estaba en marcha dos días antes de lo
    programado, por lo que la mayoría de los conspiradores fueron tomados por
    sorpresa cuando se les llamó, y luego al regresar a sus puestos y ser informados
    de los acontecimientos ocurridos en la mañana”.
                Un dato curioso en este primer día
    de la insurrección, que se hace notar expresamente en los documentos de
    Leavenworth es que hasta que las unidades comprometidas en el complot se
    organizaron y otras pudieron ser persuadidas de unírseles, el coronel Hernando
    Ramírez “no podía implementar su plan de operaciones militares contra el
    gobierno porque como dijera un analista en esa oportunidad, el teléfono, mucho
    más que la ametralladora, fue el arma que se usó el primer día de la revuelta
    constitucionalista”.
                Lo primero que se hizo fue notificar
    a los oficiales y a los civiles comprometidos en la conspiración. Y ya en la
    tarde del sábado, entre mil y mil 500 militares desafectos al Triunvirato, en
    su mayoría procedentes de un batallón del Ejército en el Campamento 16 de
    Agosto y la unidad de 250 hombres del Campamento de Artillería 6 –ambos
    ubicados al noroeste de a ciudad—fueron los primeros que se unieron al esfuerzo
    para derrocar a Reid Cabral, así como otro batallón del Campamento 27 de
    Febrero; y en la tarde del 24, el Batallón Mella, en San Cristóbal, también
    prometió su apoyo.
                “El PRD y otras organizaciones
    civiles anti-Reid, incluyendo los comunistas, también estaban movilizando sus
    recursos”. Otro dato curioso que llama la atención y que consigna el profesor
    Yates, es que “por una casualidad, José Francisco Peña Gómez, uno de los jefes
    civiles de la conspiración, recibió noticias de la revuelta mientras emitía una
    transmisión radial. Rápidamente anunció que el gobierno había sido derrocado y
    llamó a todos los simpatizantes a lanzarse a las calles; miles se volcaron a la
    celebración”.
                “Tomada por sorpresa, la Policía no hizo ningún
    esfuerzo por detener las demostraciones; esa falta de acción aumentó el sentimiento
    general de que el informe de Peña Gómez era verídico, mas no era así. Reid
    Cabral no había capitulado y estaba tratando frenéticamente de determinar lo
    que estaba sucediendo. En la misma situación se encontraba el personal de la Embajada de los Estados
    Unidos, que empezaba a recibir con frecuencia informes conflictivos de sus
    contactos locales”, se puntualiza en los documentos de Leavenworth.
                El panorama político que se estaba
    presentando era confuso, impreciso y alarmante, como para hacer que Connett
    despachara un cable a Washington marcado “CRITICO UNO”, el que empezaba
    diciendo: “Santo Domingo está lleno de rumores sobre un derrocamiento”.
                Cuando Connett envió el cable, la
    unidad del CEFA agregada a la guardia del Palacio Nacional se estaba movilizando
    hacia Santo Domingo, que había sido tomada por los conspiradores temprano en la
    tarde. Las fuerzas militares que participaban en la revuelta todavía no habían
    entrado a la ciudad, y la desarmada población no podía hacerle frente a los
    tanques del CEFA.
                Las fuerzas progubernamentales
    recapturaron la estación de radio y procedieron a arrestar a varios
    “agitadores”. Más tarde, Donald Reid Cabral transmitió un discurso a través de
    la radio y la televisión, en el que aseguró al país que tenía control de la
    situación, explicando de paso el origen de la revuelta militar y las medidas
    que se estaban tomando para suprimirla, dando a los conspiradores un plazo
    hasta las 6 de la mañana del día siguiente para rendirse, al tiempo que anunció
    la implantación del toque de queda.
                El asesor Connett, “obedientemente
    informó del discurso a Washington, pero no pudo dar información adicional sobre
    la situación. Las autoridades de la
    Embajada
    de los Estados Unidos no podían identificar a una
    organización o a un grupo político como responsable del levantamiento, pero sí
    señalaron la presencia de los jefes laboristas izquierdistas y de los fanáticos
    de la clase izquierdista del PRD, entre los manifestantes”.
                Los cables enviados al Departamento
    de Estado desde el país advertían, sin embargo, “los comunistas parecían estar
    envueltos en el levantamiento”, por lo que, durante el primer día de la crisis,
    la Embajada
    suscitó el tema ideológico, “que dominaría las deliberaciones de los formuladores
    norteamericanos de políticas en los días venideros y la controversia pública
    sobre la intervención norteamericana en los años subsiguientes”.
                Así las cosas, al atardecer del
    sábado 24, los sucesos en Santo Domingo habían culminado con la aparición
    pública de Reid Cabral, lo que dio la impresión de que el Triunvirato había
    restablecido su autoridad y de que casi se había suprimido la revuelta; esta
    impresión fue apoyada por los errados informes de la Embajada que daban cuenta
    de que Wessin y Wessin y otros militares claves se estaban agrupando rápidamente
    en apoyo de Reid Cabral.
                El informe da cuenta de que “el
    grado en que esta impresión estaba equivocada se hizo evidente el domingo,
    cuando lo que había empezado como un intento de golpe de Estado acompañado de
    demostraciones antigubernamentales, se tornó en una guerra civil en las calles
    de la capital”.
                Los informes de la inteligencia que
    llegaron a la Embajada
    de los Estados Unidos en la mañana del domingo indicaban que casi dos tercios
    del Ejército acantonado en Santo Domingo y sus alrededores se había sublevado y
    estaba armando a los civiles simpatizantes y en la noche del 24-25 de abril
    fuerzas rebeldes entraron a la capital, capturaron una estación de bomberos,
    establecieron unas posiciones defensivas en sitios claves y continuaron armando
    a los civiles.
    “Los extremistas izquierdistas ahora
    parecían estar agrupándose, estableciendo puestos de mando, distribuyendo armas
    reunidas en arsenales militares e incitando a la violencia. Voceros militares y
    rebeldes del PRD demandaron el derrocamiento de Reid Cabral y el retorno al
    gobierno constitucional, ocasionando con esta última demanda que se bautizara
    su movimiento con el nombre de “Constitucionalistas”.
     Las fuerzas constitucionalistas retomaron la
    estación de Radio Santo Domingo y avanzaron hasta la Fortaleza Ozama,
    “uno de los principales arsenales en la ciudad”.
    Con relación al papel de la Policía Nacional, los
    documentos de Leavenworth dicen textualmente: “La policía local, ahora superada
    en armas por los rebeldes no hizo intento alguno por intervenir. Tal como Piero
    Gleijeses –profesor norteamericano de política exterior–irónicamente observó,
    el jefe de la Policía,
    general Hernán Despradel Brache, ansioso por no quedar alineado con el grupo
    perdedor, cualquiera que éste fuese, descubrió con insospechada agilidad
    mental…el concepto de una fuerza policíaca apolítica”.
    La “neutralidad” de la Policía, no obstante, no
    garantizó su seguridad. “El recuerdo de sus tácticas represivas –apalearle un poco
    el sentido común a la oposición– todavía estaba vivo. Así, los policías se
    quitaron sus uniformes a medida que se extendía el rumor de que muchos de sus
    compañeros habían sido ejecutados sumariamente por grupos insurrectos de
    civiles armados, especialmente por jóvenes pendencieros que se llamaban a sí
    mismos Los Tigres”, refiere el informe en cuestión.
    Al ver Reid Cabral que los rebeldes
    habían entrado a Santo Domingo, se dedicó a redoblar los esfuerzos que había
    iniciado el sábado 24 en la tarde para asegurar el apoyo de altos jefes
    militares. El jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra, comodoro Francisco Rivera
    Caminero, prometió su apoyo al triunviro, al igual que el general Wessin, ambos
    hablaron a Reid y a los agregados militares norteamericanos sobre la inminente
    acción militar, “pero ninguno de los dos hizo hada por proteger al gobierno,
    incluso después que en las primeras horas del domingo 25, Reid Cabral nombrara
    a Wessin secretario de las Fuerzas Armadas”.
    Le toca el turno a Wessin
    y Wessin
                Esta vez le tocó el turno a Wessin y
    Wessin de devolver el desaire público que le había hecho Reid Cabral cuando se
    refirió a la relación entre el Triunvirato y el CEFA, al adoptar un enfoque
    cauteloso en el que “el oportunismo excedió al deber hacia un régimen
    impopular”.
                Contrario a los golpes anteriores en
    los que había participado, en esta ocasión el todopoderoso jefe del CEFA, ya
    secretario de Estado, se enfrentaba a unas Fuerzas Armadas de tamaño incierto;
    sus tanques podrían ser capaces de someter a los rebeldes, pero no estaba
    seguro, “y perder sus tanques significaba perder su poder”, dice Yates en el
    documento.
                Agrega que Wessin tenía buenas
    razones para dudar de la lealtad de la Fuerza
    Aérea
    en San Isidro, ya que las tropas del CEFA marchaban
    hacia la ciudad capital y la fuerza se dividía, “podría tener que hacer frente
    a fuerzas hostiles en el frente y en la retaguardia. Basado en estos cálculos,
    le pareció más prudente pararse firme en San Isidro y dejar que se desarrollara
    la situación”.
                Este estado de cosas, junto a la
    renuencia pública del jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, general de
    brigada Juan de los Santos Céspedes, de combatir a los rebeldes, le dio a
    Wessin la excusa que necesitaba para su falta de acción.
                “Denunció a la Fuerza Aérea por su falta de
    apoyo y en una conversación con Reid el domingo en la mañana, le explicó que
    los tanques de San Isidro no se podían enviar contra los rebeldes sin contar
    con la protección aérea”, lo que demuestra, además, las desavenencias existentes
    entre los diferentes mandos armados en la época de la Revolución.
    Intervención no va, dice Washington
                Al
    comprender que Reid Cabral no podría contar con el apoyo de sus fuerzas
    militares, William Connett, quien estaba a cargo de la Embajada, llamó a
    Washington y conferenció con Kennedy M. Crocket, director del Departamento de
    Estado para el Area del Caribe, sobre los diversos cursos de acción que los
    Estados Unidos podrían tomar. Todavía es domingo 25.
                “Ambos descartaron en ese momento la
    posibilidad de una intervención norteamericana para salvar a Reid; acordaron,
    en su lugar, que el mejor medio para evitar un derramamiento de sangre y evitar
    la toma del poder por los comunistas era incitar a los jefes militares de ambos
    lados a establecer una junta temporal que se comprometiera a llevar a cabo
    elecciones en otoño”.
                Al discutir esta alternativa, Connett
    y Crocket calcularon mal dos puntos, “ambos dieron por sentado el apoyo popular
    al establecimiento de una junta y asumieron que los oficiales rebeldes estarían
    anuentes a esta solución, ahora que la participación comunista había
    contaminado el movimiento insurreccional”.
                A esto siguió el mensaje oficial del
    Departamento de Estado instruyendo a Connett a estimular las negociaciones a
    favor de una junta militar, aunque este documento no llegó a manos del jefe
    asistente hasta después de su reunión de media mañana con Reid Cabral, en la
    que éste último manifestó poco interés por la idea del establecimiento de una
    junta.
                El documento expresa en torno a este
    punto, que “no es que las reservas que sintiera Reid importaran en ese momento,
    pues los agregados militares norteamericanos ya estaban discutiendo la
    formación de la junta militar con líderes militares dominicanos, haciendo así
    menos posible que sus unidades salieran en defensa de Reid, tampoco Estados
    Unidos lo haría, y así se lo informó Connett ‘al americano’, como llamaban a
    Reid Cabral en el seno del pueblo”.
                Al comprender Reid Cabral lo
    irremediable de su situación, se rindió ante lo inevitable. “Poco después de su
    reunión con Connett, llamó a la
    Embajada
    de los Estados Unidos y anunció su intención de renunciar
    al poder a favor del establecimiento de la junta militar, para entonces, su
    gesto fue en vano. En una hora, las tropas constitucionalistas bajo el mando
    del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, se tomaron el Palacio Nacional y
    arrestaron a Reid Cabral. Todavía no se había formado la famosa junta a la que
    según había dicho el triunviro, le entregaría el poder”.
                Quién y qué llenaría el vacío
    político, era la preocupación de todos los partidos interesados, aunque
    persistía la idea de la Junta, tal como fuera expresada por Estados Unidos,
    idea que fue bien recibida por los oficiales militares llamados “leales”, que
    no se habían sumado a la revuelta, “y los oficiales rebeldes indicaban que
    estaban dispuestos a discutir el asunto”.
                “Pero a medida que avanzaba el día,
    Connett empezó a perder las esperanzas en estas negociaciones, los rebeldes
    estaban claramente a cargo de la situación y no tenían ningún motivo para
    ceder, más aún, los informes de la
    CIA
    indicaban que los jefes comunistas, cuya influencia en
    las calles parecía aumentar por horas, nunca estarían de acuerdo con el
    establecimiento de un gobierno militar”.
                Yates manifiesta en su informe que
    el vocero más expresivo entre los civiles y militares rebeldes –se refería a
    José Francisco Peña Gómez–, declaró la intención de devolver el poder a Bosch
    y al gobierno constitucional.
                Los planes ya se estaban ejecutando
    para traer al ex presidente del exilio en Puerto Rico, en tanto, el profesor
    Bosch había autorizado a sus seguidores el establecimiento de un gobierno
    provisional a cargo del “prominente político del PRD, José Rafael Molina
    Ureña”. A partir de la toma de posesión de Molina Ureña, los acontecimientos se
    desencadenaron, provocando la división entre los aliados, lo que será tratado
    en otro capítulo.
    Martes, 22 de abril de
    1997

  • De música urbana, representantes y tragedias

    Recientemente, la sociedad dominicana fue estremecida con el horrible suceso de tres niños que intentando emular un video del ¿cantante?, ¿antivalor? o lo que sea, que se hace llamar El Alfa, se quemaron en el sector El Tamarindo, Santo Domingo Este.

    Este adefesio que se hace llamar cantante urbano, cuyas grabaciones y videos se convierten en hits –a dónde hemos llegado– influyen de manera negativa en la juventud. alabanzas a la droga, a la violencia, al antifeminismo, a la autoridad en general, a los símbolos patrios, se une a otro engendro igual que él, Bad Bunny para hacer una elegía a la podredumbre social, que da al traste con una vida y deja dos en mal estado.

    Horror, es la primera palabra que viene a la mente. Indignación, la segunda. ¿Cómo es posible que tres niños, en edades entre 10 y 13 años, no tengan control ni supervisión de  lo que ven, hacen, dicen o imitan de las redes sociales? Se podría argumentar que los padres trabajan, sí, pero eso no impide tener control de lo que sus hijos ven o acceden en las redes sociales.

    Lo peor es la descomposición social que nos arropa, como sudario desde hace décadas. Los antivalores son los símbilos de esta sociedad posmodernista, que nos van arropando como sudarios en un féretro.

    Lo peor es que quienes son los encargados de velar por el respeto y las buenas costumbres son tildados de retrógrados, desfasados y otros epítetos más, y para ponerle la tapa al pomo, recientemente El Alfa fue premiado, nada más y nada menos que por la Asociación de Cronistas de Arte (ACROARTE) con el máximo galardón artístico a esta porquería. ¡Sociedad, sociedad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!

    En ese hecho tan terrible, ¿a quién se le cargan las culpas? Lo dejo de tarea.

  • Escándalos y falta de motivación religiosa provocan
    disminución feligresía católica dominicana
    Crisis en el seno católico. ¿Se hunden
    la iglesia y El Vaticano?
    Claudia Fernández
    Una
    nación que cuenta con dos advocaciones marianas propias: la Virgen de Las
    Mercedes, patrona de República Dominicana, y la Virgen de La Altagracia, madre
    espiritual del país; que entre sus múltiples primacías se encuentra la de ser
    el primer territorio colonizado que adoptó el catolicismo como religión oficial
    obligada, a raíz de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo y que cuenta
    dentro de su casco urbano colonial con la mayor cantidad de templos e iglesias,
    incluida la Primera Catedral del Nuevo Mundo, resulta contradictorio el
    sentimiento de rechazo hacia el Papa Francisco, primer pontífice
    latinoamericano en toda la historia.
    Así
    lo revela la encuesta realizada por la organización no gubernamental
    Latinobarómetro, con sede en Chile, al señalar que nuestra nación se encuentra
    en el lugar 16 de 18 países de la región que tiene una infravaloración del
    trabajo papal, con 5.9 por ciento de aceptación, solamente superado por Uruguay
    y Chile, nación en la que se encuentra en estos momentos el cabeza de la
    iglesia católica.
    Sin
    embargo, la encuesta, titulada “El Papa Francisco y la religión en Chile y
    América Latina”, coloca a nuestro país, en el cuarto lugar en cuanto a
    confianza en el trabajo de la iglesia, con un 75 por ciento de aceptación,
    superada por Honduras, Paraguay y Guatemala, con un 78, 77 y 76 por ciento,
    respectivamente, por lo que habría que preguntarse cuáles son las causas de
    este fenómeno.
    Mútiples
    y variadas razones podrían argumentarse para explicar la situación de crisis
    que enfrenta la fe católica en el continente en general y en el país en
    particular, entre las que pueden mencionarse la incursión política de
    destacados miembros, la corriente económica de la globalización y la falta de
    respuestas a problemas cotidianos, lo que ha llevado al catolicismo de ser la
    religión por excelencia, en una más entre el conglomerado latinoamericano y
    caribeño, sin mencionar la corriente de la Teología de la Liberación, acogida
    por gran parte de los países del área y no reconocida por el Vaticano y los
    constantes escándalos a que se ha visto sometida la institución.
    Aunque
    continúa siendo mayoritaria, no es menos cierto que cada día se afianzan en la
    región una variada gama de sectas y organizaciones que se identifican con la
    problemática actual, dando respuesta a situaciones cotidianas con un trabajo
    mediático constante, situación que deviene en apatía a una religión que se
    resiste a insertarse en la evolución integral que demandan los nuevos tiempos.
    La Iglesia Católica se ha quedado anclada en el pasado en lo que a liturgia se
    refiere.
    ¿Volvemos a la época de la
    Reforma, Lutero y el Concilio de Trento?
    El
    crecimiento acelerado de numerosos movimientos religiosos no católicos a lo
    largo y ancho del continente y el territorio insular es constante y preciso, y
    así lo refiere un documento publicado por el Consejo Latinoamericano de
    Ciencias Sociales (CLACSO), en febrero de 2008, titulado América Latina y el
    Caribe: territorios religiosos y desafíos para el diálogo, al manifestar que a
    partir de la segunda mitad del siglo XX, “la proporción de católicos ha
    mostrado una tendencia a la reducción”, incrementándose dicha disminución de
    manera progresiva en lo que va de este siglo XXI.
    En
    este sentido, se nota que las técnicas de proselitismo aplicadas por los
    líderes de estas organizaciones han dado mejores resultados que el ecumenismo
    tradicional de la Iglesia Católica, y en el caso de República Dominicana,
    quizás por su carácter cerrado de insularidad, el catolicismo ha estado
    perdiendo la batalla de la fe, frente al avance de movimientos religiosos como
    los pentecostales y los testigos de Jehová, cuyo método de ganar adeptos se
    fundamenta en la cercanía al feligrés, en la invasión de propaganda en medios
    de comunicación y escritos panfletarios
    Pero
    la preocupación real nace en 1955, cuando se celebra la I Conferencia del Episcopado
    Latinoamericano (CELAM), celebrada en Brasil, que dio lugar a la II
    Conferencia, realizada en Medellín, Colombia, en 1968, cuando va surgiendo el
    movimiento de la Teología de la Liberación, ratificado diez años después en la
    III Conferencia del CELAM y el Documento de Puebla, que inicia un cambio
    radical en la Iglesia Católica latinoamericana.
    Todo
    vuelve atrás al celebrarse, en 1992, el V Centenario del “Descubrimiento de
    América”, y la IV Conferencia del CELAM y la visita de Juan Pablo II para dicha
    conmemoración. En este pequeño territorio se echan al suelo todos los elementos
    que dieron origen a la Teología de la Liberación y la doctrina de la religión
    del pueblo para el pueblo, determinada en los documentos de Medellín y Puebla y
    el calvario de la iglesia dominicana, comienza su derrotero y deterioro. Lo
    mismo sucedió en toda América Latina. El declive se hace patente por la falta
    de integración a la problemática social de parte de los sacerdotes encargados
    de parroquias, salvo las excepciones, que siempre ocurren.
    En
    este caldo de cultivo, las iglesias y sectas evangélicas aprovechan la esencia
    y se lanzan a una campaña feroz para captar fieles, lo que han logrado con
    bastante éxito.
    Es
    como si se volviera al siglo XVI, cuando Martín Lutero, el monje agustino
    alemán sacudió los cimientos eclesiales al denunciar la compra y venta de
    indulgencias, promulgando sus 99 ordenanzas, siendo expulsado del catolicismo y
    fundando una nueva religión reformada, lo que dio inicio al largo y tedioso
    Concilio de Trento, iniciado en 1545 y finalizado en 1563, dieciocho años
    discusiones que llevaron a un cisma al catolicismo, y al surgimiento de las
    iglesias evangélica y protestante.
    ¿El
    principio del fin? Escándalos económicos y sexuales sacuden cimientos del Vaticano
    Desde
    principios de los años 70 la Iglesia Católica se envolvía en una maraña de
    delitos financieros, que explotaron durante el corto papado de Juan Pablo I, el
    Papa de la Sonrisa, 33 días, quien iba a dar un giro de 360 grados a la
    tradicional Iglesia Católica, y a poner en marcha una serie de cambios y
    reformas surgidos en el Concilio Vaticano II.
    Juan
    Pablo I iba también a poner en marcha mediante acciones precisas lo establecido
    en los documentos de Medellín y Puebla, para dinamizar la iglesia en América
    Latina. No pudo hacer nada, pues, mientras buscaba la fórmula para poner en
    marcha estos proyectos, se dio cuenta de que en las entrañas de San Pedro, se
    estaba llevando a cabo una cadena de lavado de activos, con los dineros de
    iglesias y parroquias, todo a cargo del obispo Paul Marcinkus y personalidades
    de la mafia italiana, banqueros corruptos y la logia P-2, entre los que se
    mencionan Roberto Calvi, director y propietario del Banco Ambrosiano, Lucio
    Gelli, Michele Sindona, todos cubiertos bajo el sacrosanto manto del Marcinkus.
    Millones
    de dólares fueron lavados y enviados de manera ilícita a los paraísos fiscales
    caribeños y a la empresa Ediltecno, radicada en Italia, con sucursal en
    Washington, y operada por la mafia norteamericana, que convertía el dinero
    ilícito en bonos del Estado que luego se transferían a Finabank, empresa
    propiedad del mafioso Michele Sindona y el Vaticano.
    Juan
    Pablo I trató de iniciar una investigación al respecto, terminando en una
    muerte súbita, 33 días después de asumir el solio papal. Todo salió a la luz a
    mediados de los 80’ con el trabajo de investigación periodística del inglés
    David Yallop, convertido en libro con el título En nombre de Dios, en el que
    presenta la situación delictiva que imperaba en las entrañas del Vaticano.
    Años
    más tarde una ola de denuncias de abuso sexual, acoso y pederastia, llevan a la
    Iglesia Católica a un resquebrajamiento profundo. En todas partes del mundo
    llueven las pruebas y evidencias, y desde el fondo del Vaticano solo se pide
    perdón por las víctimas, igual que el perdón por los sacrificios en la hoguera
    ocurridos durante el final de la Edad Media e inicios de la Moderna.

    Es
    decir, que la Iglesia Católica mantiene inquebrantable una liturgia de siglos,
    olvidando el paso hacia la modernidad, con una secuela de escándalos a cual más
    vergonzoso, por lo que no es de extrañar que cada día disminuyan los fieles
    católicos, especialmente en estas latitudes, que albergaba casi el 75 por
    ciento de la población católica mundial y que hoy día, se encuentra en el 48
    por ciento. La modernización también debe tocar a la iglesia, pero también la
    integración a través del ecumenismo y la práctica cristiana. De lo contrario,
    le esperan oscuros días al conglomerado eclesial católico, específicamente en
    República Dominicana, y también en América Latina.
  • Iglesia Católica se debate en mar de dudas

    Juzgado de la Segunda Circunscripción Santo Domingo
    Este:
    La injusticia de impartir justicia en condiciones
    lamentables

    Hacinamiento, es la palabra que mejor califica la situación del Juzgado de Paz de la Segunda Circunscripción de Santo Domingo Este. Desde el espacio físico que lo alberga, hasta la cantidad de personas que se aglomeran sin orden ni concierto, en el reducido espacio del local judicial en donde se ventilan no solamente los casos personales o puramente civiles y privados, sino que también funge como juzgado especial de Tránsito y para asuntos municipales.

    Ubicado en la vivienda No. 106 de la avenida San Vicente de Paul en el sector Las Palmas de Alma Rosa, el lugar donde se imparte la justicia civil, vial y municipal, sin contar las pensiones alimentarias, cuenta con un reducido personal de dos secretarios, para el Juzgado de Paz propiamente dicho, lo mismo para el Ministerio Público, lo que dificulta las labores diarias en este tribunal que en lo que va de año ha decidido en torno a 300 medidas de coerción y emitido más de 500 sentencias, pese a que la computadora está dañada hace unos meses, y los expedientes se encuentran acumulados en un escritorio a la vista de todos y a expensas de cualquiera.

    Este local no cuenta con parqueos ni siquiera para los magistrados, ni qué decir de los demás, el acceso es sumamente incómodo, especialmente para las víctimas de accidentes de tránsito, que deben subir unas escaleras laterales sumamente inclinadas, o por el frente por unas de hierro que tiemblan a cada pisada y amenazan con caer. Cuando termina la odisea de los accidentados para llegar a la segunda planta, un banco de cuatro asientos es lo que se encuentra para sentarse, y por lo regular el mayor porcentaje de casos que se conocen en este tribunal menor son casualmente de accidentes de tránsito, personas con muletas, vendadas, brazos entablillados, por solo mencionar algunas lesiones.

    El espectáculo al cruzar la puerta de la segunda planta, no es menos penoso. Seis asientos desvencijados, que amenazan con desbaratarse en cualquier momento, constituyen el moblaje, junto a los dos escritorios, uno de ellos atiborrado de expedientes conocidos y por conocer, pues ya el archivo, destartalado y medio caído de un lado, no puede con más papeles, por lo que los casos reposan al alcance y vista de todo el mundo, lo que deja mucho qué decir de la seguridad de los involucrados en casos que se conocen en este sacrosanto lugar en donde se imparte la ¿justicia? dominicana.

    Pero ahí no queda todo, la Sala de Audiencias de este tribunal se encuentra en lo que aparentemente era la habitación principal de la vivienda convertida hoy en el hogar de la justicia en la Segunda Circunscripción de Santo Domingo Este, y la división de plywood permite acceder a todo lo que se dice y habla durante las audiencias, que supuestamente deberían ser privadas, pero a las que accede todo el que le interese, lo que constituye un riesgo no solamente para los involucrados, sino para juez y ministerio público actuante.

    Todo se vuelve un caos cuando comienzan las audiencias, ya que al estar juntos la Sala de Audiencias y el despacho del Ministerio Público, no se entiende nada de los debates, y mucho menos de las decisiones judiciales. Lo peor de todo es que a pesar de que los Códigos Civil y de Procedimiento Civil establecen que estas audiencias no son públicas, todo el que quiere puede acceder a ellas con el consiguiente peligro para las partes envueltas, ya que a diferencia del Derecho Penal, el Civil trata básicamente de demandas, no acusaciones, y la legislación establece que los conflictos los diriman los abogados, no los envueltos en ellos, pero como este es el país de las Maravillas y no el de Alicia precisamente, cualquier sorpresa puede suceder en este lugar.

    A resumidas cuentas, el Juzgado de Paz de la Segunda Circunscripción de Santo Domingo Este no cuenta con las comodidades mínimas para la oportuna y eficaz impartición de justicia, ya que aquí se juntan mansos y cimarrones, y lo peor son las discusiones, peleas y hasta golpes que se escenifican en el sacrosanto hogar de la justicia civil en este municipio, debido a los encontronazos entre las partes envueltas en conflictos. Oh, justicia, justicia, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!, parafraseando la mártir de la Revolución Francesa Manon Roland, antes de ser conducida a la guillotina.

  • Del alfa al omega: Los antivalores sociales se convierten en paradigmas de la juventud

    La sociedad dominicana experimenta un cambio decadente hacia una transformación en la que los valores morales no cuentan.

    Y es un cambio paulatino, lento, progresivo, en el que la aculturación y adopción de costumbres foráneas, especialmente de la muy permisiva y liberal sociedad norteamericana, que poco a poco ha ido cambiando las costumbres y tradiciones seculares, por un nuevo modelo en el que el buen comportamiento, la urbanidad y las buenas costumbres dejan sitio al culto a la depravación, la violencia, y especialmente a los antivalores, que se han convertido en el paradigma y estandarte de una juventud desorientada, que sigue devotamente los pasos de sus nuevos ídolos.


    La reflexión anterior viene al caso por una serie de razones que preocupan o deberían preocupar tanto a los padres, como a maestros, iglesias, autoridades, en fin, a todo el conglomerado que forma la sociedad dominicana.



    El respeto, la consideración han quedado atrás en medio de una vorágine por la inmediatez, que realmente, espanta. Nos hemos convertido en una sociedad violenta, pero una violencia sorda, callada, sigilosa, que nos envuelve en su maraña y nos obliga a vivir en permanente estado de alerta.