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    Al parecer…mi nombre salió del
    globo ¿de dónde? No sé

     Por Claudia Fernández

    Pensiones por antigüedad,
    pensiones de sobrevivencia, pensiones por vejez, pensiones por discapacidad,
    pensiones van, pensiones llegan, pero al parecer mi nombre fue definitivamente
    sacado del globo, ya que llevo años intentando conseguirla y hasta el momento…naaada.

    Primero, por el desaparecido
    Instituto Dominicano de Seguros Sociales (IDSS), luego por una reclamación en
    la Dirección General de Información y Defensa a los Afiliados a la Seguridad Social
    (DIDA), cuando la titular fue Nélsida Marmolejos y más recientemente bajo la dirección
    de Carolina Serrata, y…naaada. No hay respuestas. “Su caso está en proceso”, es
    todo lo que dicen.

    Presenté mi solicitud ante el
    Colegio Dominicano de Periodistas (CDP), y ¡oh sorpresa!, este lunes, el
    presidente Luis Abinader autorizó las pensiones de una cantidad de periodistas,
    fotógrafos, camarógrafos y trabajadores de la prensa, y tampoco salí agraciada
    en el globo de la oportunidad .

    De qué valieron tantos años de
    esfuerzos, riesgos, afrontar peligros como amenazas de muerte de parte de un
    sector del narcotráfico dominicano, presiones de parte de militares corruptos
    que hacían contubernio con criminales, investigar casos que nadie, en su momento,
    se atrevió a tocar ni con el pétalo de una rosa, como diría mi abuela.

    La pensión es un derecho que
    corresponde a todo ser humano que ha trabajado media vida de manera honesta,
    apegado a los principios de la ética, la moral, la verdad por sobre todas las
    cosas, en el caso específico de los periodistas.

    ¿Para qué? para que, al final
    de los días que quedan por vivir, se sienta uno como escoria social. Si reclamas
    al CDP, te contestan que eso es responsabilidad de Prensa de la Presidencia; si
    hablas con Daniel García Archibald, director de ese departamento en el Palacio
    Nacional, te dice que eso es responsabilidad del CDP. La pelota va y viene, según
    los intereses y cuando insistes, entonces te hacen un muro de silencio y no
    responden.

    Ni el actual presidente del
    Colegio de Periodistas, Aurelio Henríquez, mucho menos Archibald, el silencio
    es la respuesta y eso es lo que incomoda, por no decir una palabra más fuerte.

    Entonces, ¿qué sucede a estas
    alturas?, que debo utilizar la herramienta de la que he dependido y dependo desde
    hace más de 30 años, la escritura, y hacer un desahogo emocional al que me da
    derecho la violación y conculcación a uno de mis derechos fundamentales, el
    derecho a una pensión, ¿o es que eso también molesta?

    Es mi derecho por el trabajo
    realizado, independientemente de otros factores, es mi derecho por edad, es mi
    derecho por cotización, es mi derecho por estar instituido en la Constitución,
    es mi derecho por ser persona, dominicana y en pleno goce de mis facultades.

    Entonces, vuelvo a preguntar, ¿sacaron
    mi nombre del globo? ¿Por qué no se ofrecen respuestas? Ese también es un
    derecho que me asiste, el de una explicación, y punto, y eso, que estamos en el
    gobierno del cambio, ¿para quién? Para un grupo de irresponsables que se
    escudan en sus armaduras y no dicen naaaada. Ya está bueno, por favor.

     

  • Combinación letal: ASDE + EDEESTE= inoperancia total

     

    Claudia Fernández

     

    Parecería que tanto la
    Alcaldía como la empresa energética se han combinado para hacer la vida de los
    parroquianos del municipio más grande y floreciente del país en un verdadero
    infierno.

     

    Basura por aquí, basura por
    allá. vertederos improvisados, eso es parte del odioso día a día que viven los
    residentes de Santo Domingo Este, y si de apagones se trata, no hay ya nada qué
    decir. Pero si te atrasas un día o te faltan dos pesos para completar el pago
    de la factura…¡Ojo! te pueden suspender el servicio ¡por deuda! y te lo dicen
    las propias cajeras con una tranquilidad que espanta. Si a esto sumamos el
    servicio ¿de agua? Muy bien gracias.

     

    De pandemónium, desastre,
    inoperancia, negligencia, los calificativos no terminan para definir el
    calvario de los moradores del municipio de mayor desarrollo en todos los
    sentidos de todo el territorio nacional.

     

    La situación que viven los
    habitantes de Santo Domingo Este en cuanto a los principales servicios que
    deben ofrecer las autoridades es desesperante. Mal ayudan al gobierno de Luis
    Abinader estas autoridades, que más bien parece trabajan para el enemigo.

     

    EDEESTE y el uso, abuso y
    mal uso del poder

     

    Pero si de cobrar de manera
    compulsiva, bajo pena de corte inmediato, ni cortos ni perezosos, los
    brigadistas llegan rápidamente para suspender el servicio, sin embargo, cuando
    se reportan averías, hay que esperar de 48 a 72 horas a que solucionen el
    problema, si es que lo solucionan.

     


    El maltrato al usuario
    llega a límites vergonzosos, en servicio al cliente, solo hay clientes, no
    servicio. Las personas a las que los contribuyentes, que somos todos, pagamos
    su salario, maltratan sin piedad a quienes van a buscar posibles soluciones a
    sus problemas, con el agravante de que nunca los resuelven.

    Apagones van y apagones
    vienen, averías grandes y graves, como explosión de transformadores, caídas de
    postes de luz carcomidos ya por el tiempo. Calles y avenidas mal alumbradas o a
    oscuras, es el deprimente espectáculo que vive día tras día el ciudadano que
    vive en este municipio, repito, el de mayor crecimiento, mayor desarrollo
    social, económico, demográfico, industrial y el de más alto índice de fallos de
    sus autoridades locales. ¿hasta cuándo? Parece que una maldición cayo sobre
    esta demarcación, desde que fue creada la provincia Santo Domingo.


    Peor gestión municipal de todos los tiempos

     

    De fiasco, disparate, vergüenza, califican algunos residentes en Santo
    Domingo Este la actual gestión del alcalde Manuel Jiménez, quien ha sido
    calificado como el peor de los cuatro que han pasado por el gobierno municipal.

    La situación, en cuanto a recogida de basura, no puede ser peor. Montones
    de basura se acumulan en calles y callejones, calles sin asfaltar,
    incumplimiento de las regulaciones municipales, abandono de parques y otros
    lugares de recreación, ocupación de calles y aceras por negocios y negociantes,
    construcciones hechas fuera de las regulaciones que plantea la ley, son solo
    una pequeña muestra de la gestión de Manuel Jiménez.


    La desfachatez ha llegado a límites increíbles, al querer, contra viento
    y marea, construir un depósito de desechos sólidos en una zona protegida como
    los humedales de los ríos Ozama e Isabela, quiere cambiar el nombre del
    municipio y una serie de disparates más. Pero de cumplir con el trabajo par el
    que fue electo, eso no. Jamás.


     


    Y del servicio del agua… ¿Cuál agua, cuál servicio?

     

    Si del servicio de agua hablamos, en Santo Domingo Este, nunca ha
    existido,- mucho se hablo a finales de los 90´de la construcción del acueducto
    Barrera de Salinidad, esta zona, antes de que se creara la provincia y el
    municipio, hasta que en 2016, se inauguró la primera etapa, que no ha servido
    para nada, ya quy la falta de agua es uno de los principales problemas de la
    comunidad.

     

    De 800 a mil 200 pesos hay que disponer para poder comprar un
    camion-cisterna, pues en muy pocos lugares llega con regularidad. En este
    municipio sí que es el preciado líquido, ya que hay que pagar para obtenerla y también
    por el servicio que no llega. ¿En dónde estamos viviendo?, ¡por Dios!



  • Presidente Danilo Medina

    Presidente Danilo Medina:
    Es un derecho, no un favor
    Claudia Fernández
    Desde hace algunos años, el gobierno del presidente
    Medina se ha olvidado de emitir el tradicional decreto que ordena y establece
    la pensión para los miembros del Colegio Dominicano de Periodistas y su
    subsidiaria el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa.
    Es preciso aclarar y recordar, que, como Colegio,
    el gobierno está en la obligación perentoria de otorgar pensiones a los
    miembros de la entidad que realmente lo merecen, pero al parecer, muchos de los
    que esperan que se lleve a cabo este derecho inalienable en todas partes, menos
    en República Dominicana, quedaran, como dice el refrán popular, como perico en
    la estaca.
    Muchos enfermos, otros, incapacitados, ven como
    en cualquier momento, un decreto otorga pensiones millonarias a funcionarios,
    familiares y amigos, pero los miembros del CDP…Nada de nada.
    Edad, enfermedad, pobreza extrema, miseria, una
    vida al servicio de la información, nada de eso importa. O es que se quiere
    doblegar a un grupo que en su tiempo y momento hicieron historia en el periodismo,
    de una u otra manera.
    Es tiempo de aunar voluntades, y que la nueva
    directiva del Colegio Dominicano de Periodistas se empantalone o se enfalde, ya
    que es una mujer la presidenta y exija el derecho que tienen los periodistas
    que han llegado a una etapa de sus vidas en que no los contratan, no les
    publican, o lo que es peor, los han relegado al olvido, por la arrogancia de
    unos cuantos funcionarios que quisieran doblar el pulso a estos esforzados
    trabajadores que dieron el todo por el todo en momentos en que el país, la sociedad
    y los propios medios exigían.
    Señor presidente, las pensiones de los
    periodistas son un derecho, no un favor. Y Roberto Rodríguez de Marchena, quien
    tiene la obligación de hacer la depuración, lo sabe perfectamente bien, aunque
    nunca haya trabajado en un medio de comunicación.

  • Jefe
    interventor norteamericano tenía una “misión oficial” y otra “real”
    A
    l
    parecer, la decisión de John Bartlow Martin prevaleció a pesar de la oposición de
    los comandantes y el embajador Bennett, cuando el primero de mayo llegó a la
    base aérea de San Isidro el general Bruce Palmer, a quien, en una reunión del
    presidente Johnson y sus asesores, se había designado para tomar el mando de
    las fuerzas en República Dominicana.
                Johnson, según da cuenta el
    documento de Leavenworth, ordenó al general Wheeler seleccionar al “mejor
    general en el Pentágono” e inmediatamente buscó a Palmer, quien entonces se
    desempeñaba como asistente del jefe de Estado Mayor del Ejército para
    operaciones.
                Esta selección la describe el
    profesor Yates, autor del informe oficial, de la siguiente manera: “Palmer, un
    hombre modesto, atribuyó su selección en parte a la politiquería del Ejército
    –Wheeler quería nombrar inmediatamente a uno de los suyos como sustituto de
    Palmer—y a que era adecuado al deseo del presidente y sus asesores tener un
    general de Washington, uno que presumiblemente estuviera a tono con las dimensiones
    político-militares de la crisis en la delicada función de comandante de las
    fuerzas norteamericanas en el país”.
                Wheeler informó de inmediato a
    Palmer que debía partir para el Fuerte Braga, “que seleccionara un Estado Mayor
    que contuviera solamente lo más esencial, con apoyo de comunicaciones del XVIII
    Cuerpo de Ejército Aerotransportado, y volara a Santo Domingo”.
                La información que ofreció el jefe
    de Estado Mayor conjunto Wheeler al nuevo comandante en República Dominicana
    fue que su “misión oficial” era salvar las vidas de los norteamericanos, pero
    su “misión real” era impedir “que el comunismo se tomara a República
    Dominicana”, para lo que debía tomar todas las medidas necesarias par impedir
    la creación de una segunda Cuba y se le prometieron suficientes tropas para
    “hacer ese trabajo”, indica Yates.
                Asimismo, se le recomendó acercarse
    al embajador Bennett y coordinar sus acciones con él y, finalmente, Wheeler
    ordenó que todos los mensajes enviados a Palmer a través de la cadena de mando,
    es decir, del comandante de la
    Fuerza
    de Tarea Conjunta y el comandante del Comando del
    Atlántico, debían también enviarse a Wheeler a través de un conducto
    extraoficial.
    Sorprenden a comandantes
    en campaña RD
                “Esta última instrucción se debía a
    la opinión de Wheeler de que las comunicaciones desde el lugar de los hechos que
    venían del Boxer y el Comando del Atlántico, se demoraban demasiado, llegaban
    incompletas y no se podía confiar en ellas”, hasta ese punto estaban de
    tirantes y contradictorias las relaciones entre los altos mandos militares
    norteamericanos.
                Pero las fallas de las
    comunicaciones no se limitaban simplemente al envío de mensajes desde y hacia
    Washington, sino que incluían a los oficiales que se encontraban comandando las
    tropas en República Dominicana, y el ejemplo más patente de esa ¿falla de
    comunicación? Fue la reacción del comandante del Fuerte Braga, el general
    Bowen, “más que indignado le preguntó: ¿Qué diablos está haciendo aquí? Palmer
    le respondió y durante la discusión, el teléfono sonó y Bowen recibió la
    notificación oficial sobre lo que estaba sucediendo”.
                Debido a esta situación, Palmer pudo
    seleccionar el segmento de Estado Mayor y los equipos de comunicación que
    necesitaba, pero recibió muy poca inteligencia de utilidad antes de partir en
    un C-130 hacia San Isidro. Su llegada tampoco fue muy bien recibida en San
    Isidro, y el propio Palmer escribiría después que despertó al general York de
    su tan necesitado sueño para que éste le orientara en su reemplazo como
    comandante de la Fuerza
    de Tarea 120.
    Dos comandantes en conflicto
                “Bob
    no estaba muy contento de verme –escribió Palmer– pero aceptó la situación y
    se portó bastante bien”, a pesar de esto, se estableció una relación bastante
    tensa, refiere Yates, entre los dos generales, lo que Palmer atribuyó a la
    natural renuencia de York a ceder su autoridad como comandante de la fuerza
    terrestre, aunque Palmer mantenía el criterio de que el general York tenía más
    que suficiente con la 82ª división, por lo que era necesaria la presencia de un
    comandante de escalón superior que pudiera trabajar con el personal de la
    embajada como un “amortiguador” entre las tropas de combate con sus
    preocupaciones militares y los formuladotes de políticas en Washington con sus
    demandas políticas.
                La tensión entre Palmer y York
    empeoró en las semanas siguientes a medida que diferían cada vez más en sus
    percepciones de la intervención.
                El informe lo deja claramente
    establecido cuando hace alusión a esta situación y dice que “la orientación de
    York en el ruidoso hangar de la 82ª división en San Isidro convenció a Palmer
    de que la situación era bien confusa; lo que más molestó al oficial fue el cese
    de fuego que estaba en efecto, ya que bajo éste, las tropas norteamericanas
    acantonadas en la base, tenían que permanecer con una brecha entre el Ejército y
    la Infantería
    de Marina, y en el medio, los rebeldes, que habían iniciado un reino de terror
    y anarquía, haciendo su voluntad”, como si Santo Domingo fuera un feudo de su
    propiedad.
                Para Palmer, era una situación
    inaceptable desde el punto de vista militar, y le informó a York que no
    reconocería el cese de fuego por esta razón, aceptando el general bajo el
    argumento de que él no había firmado el acuerdo, sino que sólo había servido de
    testigo a nombre de Masterson, y acordaron –primera vez que se pusieron de
    acuerdo—establecer un corredor entre las dos posiciones de fuerzas
    norteamericanas.
                El primer paso para lograr este
    objetivo fue la orden de Palmer a York de montar una operación de reconocimiento
    ofensivo ese día –1º de mayo, sábado—con el propósito de determinar “cuántos
    eran los efectivos rebeldes dentro de esa brecha y encontrar una ruta factible
    para el establecimiento del corredor, tema que durante los siguientes dos días
    fue la principal ocupación operacional de Palmer, mientras trataba de deshacer
    las consecuencias de lo que consideraba era un fracaso en la coordinación
    político-militar”.
    Desconfianza hace fracasar
    reunión Palmer-Bennett
                A
    las diez de la mañana de ese sábado, Palmer voló en helicóptero desde San
    Isidro hasta la embajada de Estados Unidos en momentos en que los infantes de
    Marina que custodiaban la sede diplomática sostenían un tiroteo con
    francotiradores constitucionalistas, por lo que Palmer y su piloto
    “improvisadamente se encaramaron por una cerca y saltaron a los jardines de la
    embajada; en la reunión que siguió a esta llegada poco ceremoniosa, Bennett
    expresó sus temores al general en torno al acuerdo de cese de fuego y le
    prometió apoyar la solicitud para el envío de más tropas”.
                Un punto ensombreció la reunión, no
    se sabe con certeza si Palmer le informó al embajador Bennett sobre el
    reconocimiento ofensivo programado para más tarde en esa misma mañana, pero sí
    se sabe que el general informó vía telefónica al director del Estado Mayor
    conjunto en Washington sobre su plan de enlazar las dos fuerzas –Ejército e
    Infantería de Marina—y que ya se lo había comunicado a Masterson con el fin de
    conseguir la participación del Cuerpo de Infantería de Marina en la operación.
                “La evidencia sugiere que Palmer no
    le informó nada al embajador, quizá porque no había tenido tiempo de forjarse
    una opinión respecto a la confiabilidad del diplomático. Si esta hubiese sido
    la razón, la causa de cooperación político-militar sufrió un revés temporal
    como resultado de la cautela militar”, escribió Yates en su informe.
    Primeros combates cuerpo a
    cuerpo
                Cuando John Bartlow Martin se estaba
    reuniendo con el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó para tratar sobre el
    cese de fuego definitivo, el reconocimiento ofensivo se iniciaba y los infantes
    de Marina y la 82ª división trataban de hacer contacto cerca de la zona de
    seguridad internacional.
                El informe precisa los movimientos
    de las tropas interventoras. “La Compañía I
    del equipo de combate del batallón 3/6 se movía hacia el noreste sin encontrar
    resistencia desde su posición en el punto C hasta el punto de enlace propuesto,
    en la avenida San Martín. A las 10:25 de la mañana un pelotón de resistencia y
    el primer pelotón de la compañía C, primer batallón de la 508 división de
    Infantería, salió desde la orilla occidental del Ozama por la ruta que lo
    llevaría al oeste y luego al sudeste hasta el punto de reunión.
                “Contrario a los infantes de Marina,
    los paracaidistas encontraron resistencia en dos puntos sobre la marcha y
    sufrieron su primera fatalidad –otro soldado moriría después por causa de las
    heridas, identificado supuestamente como el teniente Brown, quien cayó bajo las
    balas del italiano Illio Capocci, cuyo fusil guarda como recuerdo el ex contralmirante
    Manuel Ramón Montes Arache–, la oposición en ambos casos fue contenida antes
    de que continuara el movimiento y un pelotón se perdió temporalmente porque su
    mapa no estaba actualizado”.
                Sin embargo, el enlace de tropas
    norteamericanas se llevó finalmente a cabo en un campo abierto, escudriñando la
    fuerza conjunta el área inmediata, reuniendo “valiosa información de
    inteligencia, hasta que York le ordenó a las patrullas que regresaran a sus
    posiciones originales”, pero el informe emitido por la 82ª división acerca de
    la orden de repliegue decía que ésta “se emitió porque la fuerza no era lo
    suficientemente grande como para sostenerse por sí misma en una posición
    aislada, pero otro informe sugiere que la orden de repliegue vino directamente
    de Washington”.
    Constitucionalistas
    protestan intromisión tropas Estados Unidos
                Esta situación trajo como
    consecuencia que Washington se viera implicado directamente en la agresión,
    después que el coronel Caamaño se quejara de los movimientos de tropas. “En un
    cable enviado a Santo Domingo, Thomas Mann confesó estar perplejo con los
    cambios del coronel Caamaño, especialmente después que el Ministerio de Defensa
    le había asegurado al Departamento de Estado que el único movimiento conocido
    de tropas sería entre el puente Duarte y San Isidro”.
                Bennett, que estaba en la misma situación
    que Mann, esperó dos horas antes de contestar el cable en el que admitió que
    estaba recibiendo protestas de los “rebeldes” sobre algunos movimientos de los
    paracaidistas en la ciudad y que estaban comprobando algunos informes contradictorios,
    ya que se les había dicho a los constitucionalistas que “Estados Unidos, aunque
    neutral, no se había comprometido en cuanto a dónde las fuerzas norteamericanas
    se podrían o no mover para llevar a cabo su misión”.
                A las 8:40 de esa noche del sábado,
    fue que el embajador Bennett confirmó el enlace de las fuerzas del Ejército y
    de la Infantería
    de Marina ocurrido esa tarde. Ese enlace demostró a Palmer la posibilidad de
    establecer un cordón desde el puente Duarte hasta la zona de seguridad internacional.
    El próximo paso era obtener tropas y apoyo para la operación, para la que se
    necesitarían los cuatro equipos de combate de batallón que York había
    solicitado temprano el viernes.
    Estado Mayor se adelanta
    de nuevo al Presidente Johnson
                Aun antes de que el presidente
    Lyndon B. Johnson se reuniera con sus asesores esa misma mañana del domingo 2
    de mayo, la Junta
    de Jefes de Estado Mayor dijo al comandante del Comando del Atlántico que
    preparara cuatro equipos de combate de batallón para despliegue, “lo más pronto
    posible, estando pendiente la decisión presidencial final”.
                Para neutralizar las quejas de que la Fuerza Aérea no contaba con
    suficiente transporte para satisfacer los requisitos de una operación de
    expansión, la Junta
    de Jefes de Estado Mayor indicó que el Comando Aerotáctico podría emplear todos
    los recursos activos de transporte de la Fuerza Aérea de Estados Unidos
    menos los que eran absolutamente esenciales para apoyar al Sudeste de Asia”.
                Una vez que Johnson tomó la decisión
    sobre alertas y despliegue de tropas, aumentaron el volumen e intensidad las
    llamadas telefónicas y el tráfico de mensajes entre la Junta de Jefes de Estado
    Mayor, por un lado, y por el otro, los comandantes del Comando del Atlántico,
    del Comando de Ataque, el Comando Aerotáctico y del XVIII Cuerpo de Ejército
    Aerotransportado.
                “El comandante del Comando del
    Atlántico debía dar máxima prioridad a la preparación de las aeronaves para el
    movimiento de los cuatro equipos restantes de combate de batallón empeñados en
    el Plan de Operaciones 310/265 y hacer el máximo de preparaciones para un
    lanzamiento inmediato de los batallones. El mismo mensaje recalcaba que esta
    fuerza se tenía que mover sin demora al recibo de la orden de ejecutar el
    movimiento y que el personal debería estar listo para una salida inmediata tan
    pronto como las aeronaves estuviesen disponibles y se hubiese adelantado dentro
    de lo posible la tarea de cargar el equipo”.
                Para Yates, el texto de los mensajes
    no dejaba lugar a dudas de que según la interpretación del Estado Mayor
    Conjunto de las decisiones del presidente Johnson, “el empleo de fuerzas
    aerotransportadas adicionales era inminente y motivo de gran urgencia”, pero
    estas fuerzas tuvieron que esperar hasta la mañana siguiente, ya que el presidente
    anunció su propósito de reunirse nuevamente con sus asesores, impasse que
    provocó la furia de los generales York y Palmer, que se sintieron burlados.
                Mientras esto sucedía, Johnson
    estaba reconsiderando el movimiento de fuerzas militares que había aprobado
    hacía apenas 24 horas, el motivo de esta segunda reunión en la
    Casa
    Blanca
    era muy sencillo, “la decisión
    de enviar elementos de la 82ª división a República Dominicana había ocasionado una
    violenta reacción en todos los países de América Latina y en la OEA”.
                La noticia fue recibida con
    demostraciones y protestas, y líderes latinoamericanos, algunos de los cuales
    habían apoyado en privado el envío de tropas, denunciaron a Estados Unidos
    públicamente por violar su política de no intervención.
                “A medida que crecían las críticas,
    también crecía el temor de parte de ciertos asesores presidenciales claves, de
    que mayores desplazamientos militares podrían distanciar a los gobiernos amigos
    en el hemisferio, poniendo así en peligro los esfuerzos de la administración
    por transformar la intervención en una empresa multinacional bajo los auspicios
    de la OEA, y la
    noticia de que había sido firmado un cese de fuego el viernes en la tarde, dio
    más peso a la cautelosa posición de Washington frente a las naciones de la OEA”.
                Pero luego de la información de que
    tropas de refuerzo iban a ser enviadas a República Dominicana, el presidente
    Johnson se encontraba entre la espada y la pared, pues había aceptado apoyar un
    acuerdo negociado, y una moratoria sobre más empeños de tropas “daría credibilidad
    a esa posición y, quizá apaciguaría a los latinoamericanos por suficiente
    tiempo para que la OEA
    enviara una comisión y probablemente tropas a República Dominicana”.
                La decisión final de Johnson fue
    adoptar un curso intermedio, continuaría apoyando el cese de fuego y la
    participación de la OEA,
    mientras aprobaba la solicitud de Palmer y Masterson sobre el envío de más
    tropas de la 82ª división y de la Cuarta
    Brigada
    Expedicionaria de la Infantería de Marina.
                En cuanto a las tropas
    norteamericanas que se estaban reuniendo en Santo Domingo, no se les permitió
    por el momento emprender acciones ofensivas para derrotar a los rebeldes, a
    pesar de la petición de los militares de que el envío de más soldados era
    urgente debido a que se necesitaba detener el “avance comunista”.
                Así pues, en medio de engañifas,
    promesas de cese de fuego y la implicación de la Organización de
    Estados Americanos en la crisis, Estados Unidos salvó su imagen pública, hizo
    lo que quiso y el final será tema del siguiente capítulo.
    Miércoles, 30 de abril de
    1997


  • El eterno
    problema de los dominicanos
    Apagones
    a diestra y siniestra y escasez de agua
    Una de las principales retrancas al desarrollo
    definitivo del país es la capacidad de los ciudadanos de soportar largas horas
    de apagones, los que se han convertido en parte de la cotidianidad nacional.
    Si a esta situación le sumamos la escasez de
    agua potable, tenemos que los dos principales servicios que debe brindar el
    Estado a la población constituyen un problema de carácter nacional.
    Parte del Distrito Nacional y la provincia
    Santo Domingo, ni qué decir del resto del territorio sufren la crisis
    energética, que surge a raíz de la caída de la tiranía trujillista y con el
    paso de los años y el crecimiento de la población ha ido agravándose.
    Privatización, vuelta al Estado, nueva
    privatización, de nuevo a manos del Estado, lo cierto es que el problema
    energético parece no tener fin. ¿Hasta cuándo Señor?

  • Informe revela:
    Estados
    Unidos trataba encubrir motivo intervención
    A
     las 6:30 de la tarde del miércoles 28 de abril
    empezaron a desembarcar en suelo dominicano las primeras tropas de Infantería
    de Marina norteamericanas por Playa Roja, cerca de Haina, lugar que descubrieran
    durante el proceso de retirada de extranjeros, días antes.
                Una hora después de haber pisado
    suelo patrio, las tropas norteamericanas se encontraban en el hotel El
    Embajador, y una hora y pico más tarde, el Ejército también estaba en marcha,
    la fuerza de asalto de la 82ª División Aerotransportada ya estaba sobrevolando
    con el general York a la cabeza de una armada aérea de 144 aeronaves C-130.
                Treinta y tres de los aviones traían
    a los mil 800 paracaidistas que participarían en la invasión y 111 transportaban
    el equipo.
                “Las tropas desconocían que se
    estaba llevando a cabo un debate en Estados Unidos sobre si aterrizaban en San
    Isidro o si llegaban a la base Ramey en Puerto Rico. Mcnamara y la Junta de Jefes de Estado
    Mayor favorecían el aterrizaje en San Isidro debido al retraso en la partida de
    la 82ª división desde la base aérea Pope y a los recientes informes de que la
    situación en Santo Domingo había llegado a un punto crítico”, refieren los
    documentos de Leavenworth.
                Se dice que Wheeler comentó en ese
    momento que “si esperamos, quizá no encontraremos nada qué apoyar”, en tanto
    los comandantes del Comando de Ataque y del Comando del Atlántico se opusieron
    al cambio de planes, porque “contarían únicamente con sus músculos y pequeñas herramientas
    para descargar el equipo pesado que se encontraba en amarres y aparejos para
    lanzamiento aéreo; además, nadie, ni siquiera la embajada en Santo Domingo
    parecía saber con seguridad si el campo de aterrizaje todavía estaba en manos
    amigas”.
                Para aclarar este último punto,
    Wheeler se puso en contacto con el vicealmirante Masterson, a quien dio
    instrucciones de averiguar quién controlaba el aeropuerto y si todavía estaba
    en condiciones operacionales. “Masterson había planeado enviar una compañía de
    fusileros de la Infantería
    de Marina a San Isidro para asegurar el campo de aterrizaje, pero después de
    hablar con Wheeler decidió mandar a un oficial y un sargento de habla hispana
    en helicóptero para que buscaran al general Wessin y lo llevaran a su presencia
    para una reunión de actualización de inteligencia”.
    Soldados confunden a
    Wessin con Imbert Barreras
                Los hombres regresaron al Boxer con
    el general Imbert Barreras en lugar de Wessin. “Este general informó que el
    campo de aterrizaje estaba en manos amigas pero que la torre de control y las
    luces de las pistas se apagaban durante la noche”.
                Imbert, según Yates, también
    mencionó la posibilidad de que bandas de rebeldes armados estuvieran rondando
    el área, y Masterson transmitió esta información hacia arriba en la cadena de
    mando, y después de recibir la información, Wheeler decidió el aterrizaje de
    las unidades en San Isidro.
                “Cuando el comandante del comando
    del Atlántico le informó a Masterson de la decisión de Wheeler, el
    vicealmirante le ordenó a dos soldados de Infantería y a un oficial de la Marina, que se dirigieran
    hacia el campo del aterrizaje, aseguraran la torre e iluminaran la pista”.
                La escuadra norteamericana llevaba
    dos horas de vuelo antes de recibir la noticia del cambio de planes, minutos después,
    el comandante York se enteró de que había sido nombrado comandante de las
    fuerzas terrestres en República Dominicana, posición ésta que no había sido
    contemplada en el Plan de Operaciones del Comando del Atlántico, aun cuando la
    intervención implicaba una operación en que las fuerzas terrestres, y no las
    navales, jugarían el papel predominante.
                “La información posterior fue poco
    clara, pues a York se le dijo que se asumía que el campo de aterrizaje estaba
    en manos amigas; aunque el cambio de planes y la información incompleta
    aumentaron su incertidumbre, hubo un punto en el que el general no tuvo ninguna
    duda: era una completa locura, bajo cualquier circunstancia, aterrizar
    aeronaves cargadas con equipo pesado en amarres y aparejos para lanzamiento aéreo.
    Desde el C-130 en que se encontraba propuso a Washington que aterrizaran
    solamente las aeronaves que transportaban tropas y que el equipo fuera lanzado
    según lo planeado, pero este permiso le fue negado”.
                Aparentemente, el presidente Johnson
    y ciertos asesores estaban convencidos de que darían la impresión de “guerra”,
    de invasión en lugar de intervención. “Cuando los paracaidistas de los 33
    aviones supieron que no tendrían que saltar, la mayoría se alegró. Su
    entusiasmo habría sido mucho mayor si hubieran sabido que la zona de aterrizaje
    designada cerca de San Isidro estaba rodeada de corales, y de haberse llevado a
    cabo el plan original, el promedio de bajas entre los dos equipos de combate de
    batallón, habría sido enormemente elevado”.
    144 aviones para pacificar
                El
    puesto de mando aerotáctico a bordo de un EC-135 fuera de la base aérea de
    Ramey estableció contacto con los C-130 y los guió a San Isidro. “A las 2:15 de
    la madrugada del 30 de abril, el avión del general York aterrizó en el mediocremente
    iluminado campo de aterrizaje”, esta aeronave llevaba no sólo al general York,
    también iba a bordo el coronel William L. Welch, de la Fuerza Aérea de Estados Unidos,
    comandante de escalón avanzado de la fuerza de tarea de transporte aéreo. Esto
    en principio no fue motivo de controversias pero después ocasionó algunas
    interrogantes sobre la sagacidad de ese movimiento.
    “Aunque el comandante general necesitaba
    llegar a tierra tan rápido como fuera posible para impartir órdenes y ejercer
    su liderazgo, el hecho de ser el primero en aterrizar tenía riesgos,
    particularmente considerando la mala información con que contaba la 82ª
    división desde la orden de alerta inicial”.
                Continúa Yates en su exposición que
    “la suposición de que el campo de aterrizaje estuviera en manos amigas confió
    demasiado al general York a pesar de la advertencia del general Imbert sobre
    las bandas rebeldes en las cercanías. Esta suposición fue puesta a prueba de
    inmediato al aterrizar. Imbert, quien había volado desde el Boxer para ver lo
    que estaba sucediendo, se encontró con York pero no pudo ofrecerle ninguna
    información actualizada, excepto que la situación era seria”.
                Para llegar a la torre de control,
    el general York pidió a un grupo de hombres armados que iban en automóvil que le
    dieran un empujón, sin saber si éstos eran de la Junta Militar o fuerzas
    rebeldes, “sus temores terminaron cuando llegó ileso a la torre”.
                Mientras, los soldados que Masterson
    había enviado a manejar la torre de control tenían el aterrizaje de los paracaidistas
    bajo control y la operación está descrita de la siguiente manera: los 33
    aviones C-130 que transportaban las tropas aterrizarían primero; después de
    esto aterrizarían todas las aeronaves cargadas con equipo que se pudiera
    acomodar.
                “Dado el reducido tamaño de San
    Isidro y la ausencia de instalaciones de descarga, 65 de los 111 aviones
    cargados con equipo fueron desviados a la base aérea de Ramey, para
    reconfigurar su carga para aterrizar antes de regresar a San Isidro, según un
    itinerario improvisado”. Después de convencerse que la torre estaba segura y en
    funcionamiento, York estableció un puesto de mando en un hangar cercano y los
    paracaidistas comenzaron a reunirse en el campo de aterrizaje para esperar
    información sobre los puntos de reunión y recibir información sobre lo que
    deberían hacer.
    Soldados norteamericanos
    llegan sin municiones
                “Los soldados no tenían municiones,
    las suposiciones de que tropas leales controlaban el campo de aterrizaje ayudó
    a decidir que no se distribuyeran pertrechos mientras los paracaidistas eran
    transportados, porque una granada accidentalmente activada a bordo de una
    aeronave repleta de tropas podría tener consecuencias fatales”.
                Los C-130 que transportaban el
    equipo, comenzaron a aterrizar a las 4 de la tarde, pero pasó más de media hora
    antes de que los grupos de soldados que correspondían a esa primera ola se
    abrieran paso hasta el puesto de mando y recibieran instrucciones para
    descargar las aeronaves.
                De acuerdo con las órdenes del
    general Harold K. Johnson , jefe de Estado Mayor del Ejército de Estados
    Unidos, las actividades militares en el país tuvieron el nombre genérico de
    “operaciones de estabilidad”, y para reforzar este nombre, Johnson explicó:
    “las operaciones en el exterior demandan que las fuerzas designadas
    salvaguarden o restablezcan la paz y la estabilidad en áreas amenazadas por las
    guerrillas, la insurrección y otras formas de presión subversiva inspirada
    interior o exteriormente”.
                En esta operación se enfatizó mucho
    en el concepto de la guerra especial, en la que el enfoque de las operaciones
    militares va en un grado muy superior al experimentado en los conflictos
    convencionales a gran escala.
                Haciendo un recuento de su
    experiencia en República Dominicana, el general Bruce Palmer señaló que en una
    situación “más política que militar, es inevitable que Washington asuma el
    control directo”, sin embargo, los proponentes de la “operación estabilidad” se
    mostraron renuentes a aceptar el próximo paso lógico, que los formuladores de
    políticas en Washington y no los comandantes en campaña, determinen el alcance
    y la naturaleza de las actividades militares en los niveles operacionales y
    tácticos.
                El problema de la crisis dominicana
    fue que durante los primeros días de la intervención, la coordinación
    político-militar tuvo varias fallas que agravaron la confusión e incertidumbre
    que acompaña a las primeras fases de toda operación, y que, en un momento
    ocasionaron que las autoridades norteamericanas trabajaran con propósitos
    opuestos cuando la necesidad militar difería de los objetivos políticos.
    Discrepancias con relación
    a misión
                Entre los días 30 de abril y 3 de
    mayo, el tema que generó mayor controversia entonces y que después fue la
    discrepancia entre la misión anunciada por las fuerzas militares norteamericanas
    que entraban en República Dominicana y el propósito para el que se utilizaron
    muchas de esas tropas.
                De hecho, el presidente Johnson se
    abstuvo de decir al pueblo norteamericano que el verdadero propósito de la
    intervención fue impedir que el país se convirtiera en una segunda Cuba, manteniendo
    el postulado del principio, que era para salvaguardar las vidas de los
    nacionales residentes en República Dominicana.
                “El presidente se abstuvo de
    descubrir el motivo anticomunista detrás de su decisión hasta que pudiera
    conseguir todo el apoyo posible dentro del hemisferio por una acción que muchos
    latinoamericanos estaban seguros que se podía considerar una intervención
    militar en los asuntos de una nación soberana. En tanto, todas las operaciones
    militares en Santo Domingo y en sus alrededores se explicarían, sin excepción,
    en términos de la mencionada misión de salvaguarda de vida y bienes
    norteamericanos”.
                Por orden del presidente Johnson, se
    ordenó al almirante Smith, comandante en jefe del Comando del Atlántico, a
    “demorar el establecimiento de una zona de seguridad internacional, pendiente
    de los resultados de la votación del Consejo de la OEA, que Washington esperaba
    le daría una sanción multilateral al plan”.
                Después que la OEA aprobó la resolución que
    establecía “un cese de fuego y un llamado urgente a todas las partes para
    permitir el inmediato establecimiento de una zona neutral internacional, el
    Departamento de Estado le informó a Bennett que se había autorizado el empleo
    de las fuerzas necesarias para establecer una zona de seguridad internacional”.
                El plan establecía que los infantes
    de Marina limpiaran el área, y después se haría el llamado urgente a los
    rebeldes, ordenado por la OEA,
    que en efecto era pedirles que aprobaran y aceptaran un hecho consumado.
                La manera cómo se manejó la invasión
    a República Dominicana se resalta en el documento de Leavenworth, cuando
    explica que “el uso de infantes de Marina para establecer la zona de seguridad
    internacional se podría explicar en términos de su conocida misión, aun cuando
    los formuladores de políticas realmente sabían que la razón anticomunista era
    la que verdaderamente guiaba sus acciones”.
    Inician el corredor de
    seguridad internacional
                Pero
    la pregunta obligada era ¿qué hacercon las unidades de la 82ª división?, ya que
    cuando Bennett se enteró de que éstas iban a aterrizar en San Isidro, le
    preguntó al Departamento de Estado, “¿se ha planeado que estas tropas empiecen
    inmediatamente sus operaciones en vista de la declaración de que la acción
    continúa basándose en la necesidad de protección de las vidas de
    norteamericanos en República Dominicana? La respuesta del Departamento de
    Estado fue que las fuerzas aerotransportadas se podrían utilizar para “ayudar a
    establecer una zona neutral”, y según expresa Yates, esto constituyó “una flagrante
    falsedad considerando la distancia que había entre paracaidistas y los infantes
    de Marina, tomando en cuenta la falta de medios prácticos para unir las dos
    fuerzas sin arriesgarse a un sangriento combate con los rebeldes que los
    separaban, y la habilidad de los infantes de Marina de llevar a cabo la misión
    de establecer una zona de seguridad internacional por ellos mismos”.
     Lunes, 28 de abril de 1997
  • En descargo de Benoit:
    Intervención
    estaba definida desde 24 de abril
    T
    al
    como han declarado oficiales de uno y otro bando que participaron en la guerra
    civil de 1965, la intervención norteamericana estaba definida desde el mismo 24
    de abril, se había contenido esperando el curso de los acontecimientos, pero
    realmente los preparativos para hacerla se iniciaron el lunes 26, mucho antes
    del llamado de Benoit, que no fue más que un instrumento de los
    norteamericanos.
                Tal como lo presentan los documentos
    de Leavenworth, “los preparativos habían empezado el lunes 26 de abril, cuando
    al Junta de Jefes de Estado Mayor emitió un alerta a dos equipos de combate del
    batallón de paracaidistas para que se prepararan con transporte aéreo, unidades
    aerotácticas y fuerzas del comando de apoyo en el nivel de alerta 3 (es decir,
    listos para el combate y preparados para abordar la aeronave en la que todas
    las cargas esenciales para la misión ya estaban preparadas para el lanzamiento
    aéreo)”.
                Las tropas norteamericanas estaban
    bien preparadas para cualquier tipo de contingencia, incluyendo una
    intervención militar en una crisis como la de República Dominicana, pues cada una
    de las tres brigadas había recibido adiestramiento exhaustivo y había
    participado en una gran variedad de ejercicios de campaña.
    Al
    respecto, Yates, en el documento de referencia indica, “no importa lo bien que
    estuviesen entrenados los paracaidistas, antes de que alguna de las unidades de
    la 82ª compañía pudiera empeñarse en una crisis, sus tropas tenían que ser
    alertadas, agrupadas, colocadas a bordo de las aeronaves y transportadas hasta
    su destino; el equipo tenía que prepararse con amarres y aparejos, y se debían
    formular las misiones y planear su ejecución, nadie podía esperar que estos
    requisitos se llevaran a cabo siguiendo simplemente los procedimientos de
    rutina. Invariablemente aparecieron problemas imprevistos ajenos a la situación
    y otros, típicos de las operaciones conjuntas”.
                Estos problemas que se confrontaron
    antes, durante y después de la intervención, se encontraban en la cadena de
    mando, razón por la que se retrasó un tanto la “Operación Power Pack” cuando el
    26 de abril en la tarde, una copia de la información sobre la orden de alerta
    de la Junta de
    Jefes de Estado Mayor llegó a la 82ª compañía y al XVIII Cuerpo de Ejército,
    “mucho antes que la notificación llegara a través de los canales oficiales do
    comando”.
    Ordenes confusas y precipitadas
                Expresa Yates que, según una fuente
    le comunicó, Wheeler “complicó aún más las cosas al llamar por teléfono al
    general de división Robert York, comandante de la 82ª compañía para notificarle
    a él personalmente de la inminente alerta, otros cuerpos del Ejército recibieron
    también la información prematura y contradictoria que tomó largas horas para
    aclararse”.
                Esta confusión reveló al alto mando
    militar y político norteamericano que había muchas deficiencias en el sistema
    de administración de crisis de ese gobierno.
                Muchas interrogantes surgieron en
    esos momentos, una de ellas era ¿cómo podrían el presidente Johnson y sus
    asesores en Washington ejercer un severo control sobre la situación si no podían
    recibir información oportuna y precisa desde el área de los acontecimientos? De
    igual manera, la Junta
    de Jefes de Estado Mayor insistió en que no se tomara ninguna acción sin haber
    recibido la adecuada orden de ejecución y que todo desplazamiento fuese informado
    al Pentágono inmediatamente. La crisis dominicana dividió a los mandos político
    y militar estadounidenses.
                Otra cosa, para no antagonizar ni
    herir susceptibilidades de los gobiernos latinoamericanos, la administración
    Jonson tuvo que jugar con el pretexto de la neutralidad norteamericana y la
    salvaguarda de los intereses de sus nacionales en República Dominicana para
    esconder el verdadero motivo de la intervención.
                De esta manera se justificó el envío
    de soldados de Infantería de Marina exclusivamente en términos de “protección
    de la vida de los ciudadanos” y aquí fue preponderante el papel que jugó la
    prensa para develar las verdaderas intenciones del gobierno norteamericano,
    La prensa, testigo de
    cargo
                Así lo comenta Yates en el informe:
    “Los periodistas que llegaron a aguas dominicanas al día siguiente del
    desembarco pronto decidieron desafiar la posición oficial sobre la crisis. A
    bordo del “Word County” escucharon conversaciones de radio entre Bennett y
    Benoit en las que la embajada parecía estar prometiéndole a la Junta Militar equipo de
    comunicaciones, alimentos y otros abastecimientos, a pesar de la anunciada
    neutralidad de Estados Unidos”.
                Se dice que en algún momento, en estas
    conversaciones Bennett le dijo a Benoit: ¿Necesitan más ayuda? Considero que
    con determinación tus planes tendrán éxito”. Cuando los periodistas abordaron
    el Boxer para tener una conferencia de prensa con el comandante Dare, el
    comodoro les dijo que los soldados de Infantería de Marina se quedarían en
    tierra mientras fuese necesario “para velar por que los comunistas no se adueñaran
    del gobierno”.
                Para muchos de los comunicadores ese
    fue el primer indicio de que, al mandar tropas a tierra, la administración
    Johnson tenía otros motivos además de la seguridad de sus nacionales; de esas
    discrepancias entre los pronunciamientos de las autoridades y el comportamiento
    militar surgió una “falta de credibilidad” que pondría a muchos medios de
    comunicación en contra del gobierno durante y después de la crisis dominicana, por
    lo que era inevitable que en cierto momento las fuerzas militares
    norteamericanas fueran parte de esa confrontación.
    Llegan los yankees. ¡Go
    home yankees!
                Ya para el jueves 29 de abril la Tercera Brigada (segundo equipo
    de combate del batallón de la 82ª División Aerotransportada) recibe órdenes de
    salir de la base aérea Pope a la base Ramey, en Puerto Rico, mientras el
    vicealmirante Masterson, comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta 122, llega a aguas
    dominicanas, desembarcando más de mil 500 soldados.
                Al ver el apoyo logístico dado a sus
    recomendaciones, el embajador Bennett de inmediato propuso el establecimiento
    de una zona neutral, que abarcaría desde el hotel El Embajador hasta la sede
    diplomática, en tanto, la Tercera Brigada
    de la 82ª División, que está en camino a la base aérea de Ramey, recibe órdenes
    de continuar vuelo directo hacia San Isidro, y se nombra al general Robert York
    comandante de las fuerzas terrestres.
                Un “pequeño” obstáculo se presentó
    en ese momento. “Para determinar la misión que los elementos de la 82ª División
    desempeñarían de ser enviados a Santo Domingo, los comandantes con sus planas
    mayores desde York hasta el general Robert L. Delashaw, de la Fuerza Aérea, necesitaban una
    inteligencia exacta y actualizada, especialmente sobre la identidad, condición
    y ubicación de las fuerzas amigas y enemigas y la ubicación de las
    instalaciones claves en Santo Domingo”.
                La información que ellos habían
    recibido no llenaba esos requisitos, por lo que York y su Estado Mayor afirmaron
    después que “existía un vacío crítico de inteligencia durante las primeras y
    vitales etapas de la operación, ya que como generalmente sucede, dada la
    escasez de oficiales de inteligencia y la fácilmente ignorada labor de mantener
    los planes actualizados, el Plan de Operaciones del Comando del Atlántico ofrecía
    muy poco al comandante de paracaidismo respecto a información o análisis
    útiles”.
                Es en estas condiciones que llegan a
    República Dominicana las tropas interventoras con un gran despliegue de fuerzas
    militares y sin un canal claro y seguro para recibir información oportuna de
    los mandos superiores.
                “El comandante en jefe del Comando
    del Atlántico tenía sus propios problemas adivinando las intenciones de la Junta de Jefes de Estado
    Mayor y debido a la falta de comunicaciones seguras, la 82ª División recibió
    muy poca información del Comando del Atlántico hasta el día 29, cuando un
    oficial de enlace enviado a Norfolk el día 27, pudo hacer que la inteligencia
    disponible al comandante del Comando del Atlántico fuera transmitida
    regularmente al Fuerte Braga en Estados Unidos”.
                Antes de eso, de los únicos diez
    mensajes de inteligencia que recibió la plana mayor de la 82ª División, “la
    mayoría se basaba en informes publicados en los diarios y todos estaban obsoletos”,
    y los que llegaron a la embajada en Santo Domingo y de la CIA, la oficialidad de la
    división aerotransportada los consideró “alarmistas, inciertos y debido a su
    énfasis en el tema comunista, virtualmente carentes de importancia para el
    planeamiento militar”.
                Según relata Yates en el informe de
    los ”Documentos de Leavenworth”, las evaluaciones posteriores, hechas a la
    operación interventora por los propios participantes, determinaron que los
    propios preparativos de la operación “difícilmente representan un modelo de
    planeamiento operacional conjunto, las violaciones a la cadena de mando, el
    establecimiento de prioridades conflictivas, los requisitos de concentración,
    la escasez de personal y equipo, las dificultades de coordinación, los planes de
    operaciones obsoletos y la información de inteligencia inexacta e inadecuada,
    representaron problemas que los comandantes y sus planas mayores tuvieron que
    hacer frente”.
    Más problemas de
    comunicación e información
                Pero no solamente esta situación se
    dio en República Dominicana hace varias décadas, ya que “algunos de los problemas
    generales que encontraron los militares durante la fase preparatoria de la
    crisis, continúan presentándose hoy día en las operaciones conjuntas de
    contingencia”.
                El apoyo tácito y ya casi público
    del embajador Bennett a los militares “de aquel lado” queda patente en la
    información que el diplomático envió a Washington acerca de la situación
    imperante en la capital dominicana.
                Este le informó al Departamento de
    Estado que el combate había mermado y que la Junta Militar se preparaba a
    realizar una “operación limpieza” a pesar de los continuos problemas de la
    comunicación, coordinación y moral, y presentó la posibilidad de que los
    infantes de Marina tomaran parte en ésta.
                Esto era una “solemne falsedad, aun
    en el caso poco posible de que se llevara a cabo tal operación; sin embargo,
    Bennett no trató de poner fin al rumor, ya que éste podría elevar la moral de
    los leales, mientras que tendría un efecto contrario en los rebeldes. Ambos lados,
    asumió Bennett en su informe a Washington, estaban cansados y desmoralizados.
    Ante esa situación de falsedad en que Bennett informaba a sus superiores, los
    “rebeldes” iniciaron un contraataque.
                Yates describe así el episodio. Los
    constitucionalistas estaban atacando el Centro de Transporte, que había sido
    tomado por los leales en la parte Norte de la ciudad, la Fortaleza Ozama,
    y varias estaciones de Policía, “en donde se dice que los defensores estaban
    siendo asesinados al ser capturados, y las oficinas del grupo asesor de
    asistencia militar de Estados Unidos, que estaban en el centro de Santo
    Domingo, habían sido saqueadas”, por lo que para las autoridades de la
    embajada, los rebeldes estaban de nuevo en movimiento.
                Además de que la Junta Militar se había
    paralizado y la situación se deterioraba otra vez sin lugar a dudas, a pesar
    del desembarco efectuado el día anterior miércoles. “A media tarde, la embajada
    fue víctima del ataque de francotiradores cuando Bennett celebraba una reunión
    en su oficina con Dare y Daughtry”. A partir de este momento había llegado la hora
    para las autoridades norteamericanas de efectuar la verdadera intervención.
                El informe manifiesta que, por
    primera vez, Washington estaba más adelantado que los oficiales en campaña y a
    media tarde del jueves 29, Johnson había decidido desembarcar el resto de las
    tropas que él pensaba todavía se encontraban a bordo del Boxer y desplazó dos
    equipos de combate de batallón de la 82ª División Aerotransportada.
    “Washington
    había decidido que Estados Unidos no toleraría la continua inestabilidad de
    República Dominicana exponiéndose a que fuera tomada por los comunistas. Más
    aún, el presidente Johnson y sus asesores habían acordado que emplearían una
    fuerza abrumadora para estabilizar la situación. Con el relativamente fresco
    fiasco de Bahía de Cochinos en su mente, el presidente necesitó solamente un
    pequeño estímulo de McNamara y Wheeler para aceptar la sabiduría del precedente
    de Eisenhower en la crisis del Líbano en 1958”.
    Bennett toma decisiones
    particulares
               
    Supuestamente, Bennett sabía la decisión
    del presidente Johnson de enviar más soldados antes de la reunión con Dare y
    Daughtry, la que fue interrumpida por el fuego graneado de los francotiradores
    constitucionalistas, aunque no se sabe con exactitud lo que habló con los dos
    oficiales, en un informe del Departamento de Estado se indica que el
    diplomático instruyó a Dare para traer los barcos que transportaban a los
    soldados y al equipo pesado más cerca de la costa dominicana en preparación para
    el desembarco total.
    Bennet diría más tarde, “esto tomará de
    dos a tres horas y nos dará tiempo para revisar la situación nuevamente antes
    de empeñar finalmente las tropas en la costa”.
    Veinte minutos después, Bennett le
    informó a Washington que le había ordenado a Dare que preparara para desembarcar
    a los restantes mil 500 soldados de la Sexta Unidad Expedicionaria de la
    Infantería de Marina que estaban en el Boxer, conjuntamente con su equipo
    pesado, tanques, vehículos de oruga y otros; el “embajador supo de pasada que
    no quedaban soldados a bordo del Boxer, contrario a lo que el presidente y sus
    asesores militares parecían pensar”, refiere el informe.
    El diplomático volvió a enviar un
    mensaje al Departamento de Estado en el que informaba cómo los soldados
    norteamericanos deberían desplegarse al desembarcar, así como la composición de
    las fuerzas hostiles que encontrarían a su paso.
    Respecto del despliegue de las tropas
    interventoras, Bennett favoreció el establecimiento de una zona de seguridad desde
    el hotel El Embajador hasta el Palacio Nacional, un área que incorporaba a la
    mayor parte de residencias norteamericanas y misiones extranjeras.
    Sobre los constitucionalistas escribió:
    “Nuestra mejor conjetura indica que cerca de mil 500 rebeldes están bajo el
    liderazgo de los comunistas; menos de mil son soldados regulares y entre mil y
    4 mil son “gorristas” -revoltosos-; estimó, de igual manera, que las fuerzas de
    la Junta Militar sumaban cerca de mil 700 efectivos, esparcidos por varios
    lugares de la ciudad, estando la mayoría en San Isidro”.
    En tanto, luego de su reunión con el
    diplomático, el comodoro Dare regresó al Boxer junto a Daughtry. Al llegar,
    cuál no sería su sorpresa al encontrar a bordo al vicealmirante Kleber
    Masterson, comandante de la Segunda Flota.
    ¿Qué sucedió? “El día anterior, el
    comandante en jefe del Comando del Atlántico había activado la Fuerza de Tarea
    12. Bajo el Comando del Atlántico, Masterson tendría, mientras tanto, la
    responsabilidad de conducir todas las operaciones militares norteamericanas en
    República Dominicana.
    Ese mismo día, la junta de jefes de
    Estado Mayor seleccionó el nombre en código para las operaciones, denominándolo
    “Power Pack”.
    Posteriormente, Masterson disolvió el
    Grupo de Tarea 44.9 y en su lugar activó una fuerza de tarea naval, la 124.
    Dare se convirtió en el comandante de la Fuerza de Tarea 124, que asumió la
    responsabilidad bajo la Fuerza de Tarea Conjunta 122, de todas las unidades
    navales norteamericanas que participaban en la crisis dominicana. El desenlace
    de los acontecimientos históricos nacionales a partir de esta decisión de
    Estados Unidos ha gravitado y gravitará durante mucho tiempo en el espectro
    político nacional. Pero eso lo veremos más adelante.
    Sábado, 26 de abril de
    1997.


  • En descargo de Benoit:
    Intervención
    estaba definida desde 24 de abril
    T
    al
    como han declarado oficiales de uno y otro bando que participaron en la guerra
    civil de 1965, la intervención norteamericana estaba definida desde el mismo 24
    de abril, se había contenido esperando el curso de los acontecimientos, pero
    realmente los preparativos para hacerla se iniciaron el lunes 26, mucho antes
    del llamado de Benoit, que no fue más que un instrumento de los
    norteamericanos.
                Tal como lo presentan los documentos
    de Leavenworth, “los preparativos habían empezado el lunes 26 de abril, cuando
    al Junta de Jefes de Estado Mayor emitió un alerta a dos equipos de combate del
    batallón de paracaidistas para que se prepararan con transporte aéreo, unidades
    aerotácticas y fuerzas del comando de apoyo en el nivel de alerta 3 (es decir,
    listos para el combate y preparados para abordar la aeronave en la que todas
    las cargas esenciales para la misión ya estaban preparadas para el lanzamiento
    aéreo)”.
                Las tropas norteamericanas estaban
    bien preparadas para cualquier tipo de contingencia, incluyendo una
    intervención militar en una crisis como la de República Dominicana, pues cada una
    de las tres brigadas había recibido adiestramiento exhaustivo y había
    participado en una gran variedad de ejercicios de campaña.
    Al
    respecto, Yates, en el documento de referencia indica, “no importa lo bien que
    estuviesen entrenados los paracaidistas, antes de que alguna de las unidades de
    la 82ª compañía pudiera empeñarse en una crisis, sus tropas tenían que ser
    alertadas, agrupadas, colocadas a bordo de las aeronaves y transportadas hasta
    su destino; el equipo tenía que prepararse con amarres y aparejos, y se debían
    formular las misiones y planear su ejecución, nadie podía esperar que estos
    requisitos se llevaran a cabo siguiendo simplemente los procedimientos de
    rutina. Invariablemente aparecieron problemas imprevistos ajenos a la situación
    y otros, típicos de las operaciones conjuntas”.
                Estos problemas que se confrontaron
    antes, durante y después de la intervención, se encontraban en la cadena de
    mando, razón por la que se retrasó un tanto la “Operación Power Pack” cuando el
    26 de abril en la tarde, una copia de la información sobre la orden de alerta
    de la Junta de
    Jefes de Estado Mayor llegó a la 82ª compañía y al XVIII Cuerpo de Ejército,
    “mucho antes que la notificación llegara a través de los canales oficiales do
    comando”.
    Ordenes confusas y precipitadas
                Expresa Yates que, según una fuente
    le comunicó, Wheeler “complicó aún más las cosas al llamar por teléfono al
    general de división Robert York, comandante de la 82ª compañía para notificarle
    a él personalmente de la inminente alerta, otros cuerpos del Ejército recibieron
    también la información prematura y contradictoria que tomó largas horas para
    aclararse”.
                Esta confusión reveló al alto mando
    militar y político norteamericano que había muchas deficiencias en el sistema
    de administración de crisis de ese gobierno.
                Muchas interrogantes surgieron en
    esos momentos, una de ellas era ¿cómo podrían el presidente Johnson y sus
    asesores en Washington ejercer un severo control sobre la situación si no podían
    recibir información oportuna y precisa desde el área de los acontecimientos? De
    igual manera, la Junta
    de Jefes de Estado Mayor insistió en que no se tomara ninguna acción sin haber
    recibido la adecuada orden de ejecución y que todo desplazamiento fuese informado
    al Pentágono inmediatamente. La crisis dominicana dividió a los mandos político
    y militar estadounidenses.
                Otra cosa, para no antagonizar ni
    herir susceptibilidades de los gobiernos latinoamericanos, la administración
    Jonson tuvo que jugar con el pretexto de la neutralidad norteamericana y la
    salvaguarda de los intereses de sus nacionales en República Dominicana para
    esconder el verdadero motivo de la intervención.
                De esta manera se justificó el envío
    de soldados de Infantería de Marina exclusivamente en términos de “protección
    de la vida de los ciudadanos” y aquí fue preponderante el papel que jugó la
    prensa para develar las verdaderas intenciones del gobierno norteamericano,
    La prensa, testigo de
    cargo
                Así lo comenta Yates en el informe:
    “Los periodistas que llegaron a aguas dominicanas al día siguiente del
    desembarco pronto decidieron desafiar la posición oficial sobre la crisis. A
    bordo del “Word County” escucharon conversaciones de radio entre Bennett y
    Benoit en las que la embajada parecía estar prometiéndole a la Junta Militar equipo de
    comunicaciones, alimentos y otros abastecimientos, a pesar de la anunciada
    neutralidad de Estados Unidos”.
                Se dice que en algún momento, en estas
    conversaciones Bennett le dijo a Benoit: ¿Necesitan más ayuda? Considero que
    con determinación tus planes tendrán éxito”. Cuando los periodistas abordaron
    el Boxer para tener una conferencia de prensa con el comandante Dare, el
    comodoro les dijo que los soldados de Infantería de Marina se quedarían en
    tierra mientras fuese necesario “para velar por que los comunistas no se adueñaran
    del gobierno”.
                Para muchos de los comunicadores ese
    fue el primer indicio de que, al mandar tropas a tierra, la administración
    Johnson tenía otros motivos además de la seguridad de sus nacionales; de esas
    discrepancias entre los pronunciamientos de las autoridades y el comportamiento
    militar surgió una “falta de credibilidad” que pondría a muchos medios de
    comunicación en contra del gobierno durante y después de la crisis dominicana, por
    lo que era inevitable que en cierto momento las fuerzas militares
    norteamericanas fueran parte de esa confrontación.
    Llegan los yankees. ¡Go
    home yankees!
                Ya para el jueves 29 de abril la Tercera Brigada (segundo equipo
    de combate del batallón de la 82ª División Aerotransportada) recibe órdenes de
    salir de la base aérea Pope a la base Ramey, en Puerto Rico, mientras el
    vicealmirante Masterson, comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta 122, llega a aguas
    dominicanas, desembarcando más de mil 500 soldados.
                Al ver el apoyo logístico dado a sus
    recomendaciones, el embajador Bennett de inmediato propuso el establecimiento
    de una zona neutral, que abarcaría desde el hotel El Embajador hasta la sede
    diplomática, en tanto, la Tercera Brigada
    de la 82ª División, que está en camino a la base aérea de Ramey, recibe órdenes
    de continuar vuelo directo hacia San Isidro, y se nombra al general Robert York
    comandante de las fuerzas terrestres.
                Un “pequeño” obstáculo se presentó
    en ese momento. “Para determinar la misión que los elementos de la 82ª División
    desempeñarían de ser enviados a Santo Domingo, los comandantes con sus planas
    mayores desde York hasta el general Robert L. Delashaw, de la Fuerza Aérea, necesitaban una
    inteligencia exacta y actualizada, especialmente sobre la identidad, condición
    y ubicación de las fuerzas amigas y enemigas y la ubicación de las
    instalaciones claves en Santo Domingo”.
                La información que ellos habían
    recibido no llenaba esos requisitos, por lo que York y su Estado Mayor afirmaron
    después que “existía un vacío crítico de inteligencia durante las primeras y
    vitales etapas de la operación, ya que como generalmente sucede, dada la
    escasez de oficiales de inteligencia y la fácilmente ignorada labor de mantener
    los planes actualizados, el Plan de Operaciones del Comando del Atlántico ofrecía
    muy poco al comandante de paracaidismo respecto a información o análisis
    útiles”.
                Es en estas condiciones que llegan a
    República Dominicana las tropas interventoras con un gran despliegue de fuerzas
    militares y sin un canal claro y seguro para recibir información oportuna de
    los mandos superiores.
                “El comandante en jefe del Comando
    del Atlántico tenía sus propios problemas adivinando las intenciones de la Junta de Jefes de Estado
    Mayor y debido a la falta de comunicaciones seguras, la 82ª División recibió
    muy poca información del Comando del Atlántico hasta el día 29, cuando un
    oficial de enlace enviado a Norfolk el día 27, pudo hacer que la inteligencia
    disponible al comandante del Comando del Atlántico fuera transmitida
    regularmente al Fuerte Braga en Estados Unidos”.
                Antes de eso, de los únicos diez
    mensajes de inteligencia que recibió la plana mayor de la 82ª División, “la
    mayoría se basaba en informes publicados en los diarios y todos estaban obsoletos”,
    y los que llegaron a la embajada en Santo Domingo y de la CIA, la oficialidad de la
    división aerotransportada los consideró “alarmistas, inciertos y debido a su
    énfasis en el tema comunista, virtualmente carentes de importancia para el
    planeamiento militar”.
                Según relata Yates en el informe de
    los ”Documentos de Leavenworth”, las evaluaciones posteriores, hechas a la
    operación interventora por los propios participantes, determinaron que los
    propios preparativos de la operación “difícilmente representan un modelo de
    planeamiento operacional conjunto, las violaciones a la cadena de mando, el
    establecimiento de prioridades conflictivas, los requisitos de concentración,
    la escasez de personal y equipo, las dificultades de coordinación, los planes de
    operaciones obsoletos y la información de inteligencia inexacta e inadecuada,
    representaron problemas que los comandantes y sus planas mayores tuvieron que
    hacer frente”.
    Más problemas de
    comunicación e información
                Pero no solamente esta situación se
    dio en República Dominicana hace varias décadas, ya que “algunos de los problemas
    generales que encontraron los militares durante la fase preparatoria de la
    crisis, continúan presentándose hoy día en las operaciones conjuntas de
    contingencia”.
                El apoyo tácito y ya casi público
    del embajador Bennett a los militares “de aquel lado” queda patente en la
    información que el diplomático envió a Washington acerca de la situación
    imperante en la capital dominicana.
                Este le informó al Departamento de
    Estado que el combate había mermado y que la Junta Militar se preparaba a
    realizar una “operación limpieza” a pesar de los continuos problemas de la
    comunicación, coordinación y moral, y presentó la posibilidad de que los
    infantes de Marina tomaran parte en ésta.
                Esto era una “solemne falsedad, aun
    en el caso poco posible de que se llevara a cabo tal operación; sin embargo,
    Bennett no trató de poner fin al rumor, ya que éste podría elevar la moral de
    los leales, mientras que tendría un efecto contrario en los rebeldes. Ambos lados,
    asumió Bennett en su informe a Washington, estaban cansados y desmoralizados.
    Ante esa situación de falsedad en que Bennett informaba a sus superiores, los
    “rebeldes” iniciaron un contraataque.
                Yates describe así el episodio. Los
    constitucionalistas estaban atacando el Centro de Transporte, que había sido
    tomado por los leales en la parte Norte de la ciudad, la Fortaleza Ozama,
    y varias estaciones de Policía, “en donde se dice que los defensores estaban
    siendo asesinados al ser capturados, y las oficinas del grupo asesor de
    asistencia militar de Estados Unidos, que estaban en el centro de Santo
    Domingo, habían sido saqueadas”, por lo que para las autoridades de la
    embajada, los rebeldes estaban de nuevo en movimiento.
                Además de que la Junta Militar se había
    paralizado y la situación se deterioraba otra vez sin lugar a dudas, a pesar
    del desembarco efectuado el día anterior miércoles. “A media tarde, la embajada
    fue víctima del ataque de francotiradores cuando Bennett celebraba una reunión
    en su oficina con Dare y Daughtry”. A partir de este momento había llegado la hora
    para las autoridades norteamericanas de efectuar la verdadera intervención.
                El informe manifiesta que, por
    primera vez, Washington estaba más adelantado que los oficiales en campaña y a
    media tarde del jueves 29, Johnson había decidido desembarcar el resto de las
    tropas que él pensaba todavía se encontraban a bordo del Boxer y desplazó dos
    equipos de combate de batallón de la 82ª División Aerotransportada.
    “Washington
    había decidido que Estados Unidos no toleraría la continua inestabilidad de
    República Dominicana exponiéndose a que fuera tomada por los comunistas. Más
    aún, el presidente Johnson y sus asesores habían acordado que emplearían una
    fuerza abrumadora para estabilizar la situación. Con el relativamente fresco
    fiasco de Bahía de Cochinos en su mente, el presidente necesitó solamente un
    pequeño estímulo de McNamara y Wheeler para aceptar la sabiduría del precedente
    de Eisenhower en la crisis del Líbano en 1958”.
    Bennett toma decisiones
    particulares
               
    Supuestamente, Bennett sabía la decisión
    del presidente Johnson de enviar más soldados antes de la reunión con Dare y
    Daughtry, la que fue interrumpida por el fuego graneado de los francotiradores
    constitucionalistas, aunque no se sabe con exactitud lo que habló con los dos
    oficiales, en un informe del Departamento de Estado se indica que el
    diplomático instruyó a Dare para traer los barcos que transportaban a los
    soldados y al equipo pesado más cerca de la costa dominicana en preparación para
    el desembarco total.
    Bennet diría más tarde, “esto tomará de
    dos a tres horas y nos dará tiempo para revisar la situación nuevamente antes
    de empeñar finalmente las tropas en la costa”.
    Veinte minutos después, Bennett le
    informó a Washington que le había ordenado a Dare que preparara para desembarcar
    a los restantes mil 500 soldados de la Sexta Unidad Expedicionaria de la
    Infantería de Marina que estaban en el Boxer, conjuntamente con su equipo
    pesado, tanques, vehículos de oruga y otros; el “embajador supo de pasada que
    no quedaban soldados a bordo del Boxer, contrario a lo que el presidente y sus
    asesores militares parecían pensar”, refiere el informe.
    El diplomático volvió a enviar un
    mensaje al Departamento de Estado en el que informaba cómo los soldados
    norteamericanos deberían desplegarse al desembarcar, así como la composición de
    las fuerzas hostiles que encontrarían a su paso.
    Respecto del despliegue de las tropas
    interventoras, Bennett favoreció el establecimiento de una zona de seguridad desde
    el hotel El Embajador hasta el Palacio Nacional, un área que incorporaba a la
    mayor parte de residencias norteamericanas y misiones extranjeras.
    Sobre los constitucionalistas escribió:
    “Nuestra mejor conjetura indica que cerca de mil 500 rebeldes están bajo el
    liderazgo de los comunistas; menos de mil son soldados regulares y entre mil y
    4 mil son “gorristas” -revoltosos-; estimó, de igual manera, que las fuerzas de
    la Junta Militar sumaban cerca de mil 700 efectivos, esparcidos por varios
    lugares de la ciudad, estando la mayoría en San Isidro”.
    En tanto, luego de su reunión con el
    diplomático, el comodoro Dare regresó al Boxer junto a Daughtry. Al llegar,
    cuál no sería su sorpresa al encontrar a bordo al vicealmirante Kleber
    Masterson, comandante de la Segunda Flota.
    ¿Qué sucedió? “El día anterior, el
    comandante en jefe del Comando del Atlántico había activado la Fuerza de Tarea
    12. Bajo el Comando del Atlántico, Masterson tendría, mientras tanto, la
    responsabilidad de conducir todas las operaciones militares norteamericanas en
    República Dominicana.
    Ese mismo día, la junta de jefes de
    Estado Mayor seleccionó el nombre en código para las operaciones, denominándolo
    “Power Pack”.
    Posteriormente, Masterson disolvió el
    Grupo de Tarea 44.9 y en su lugar activó una fuerza de tarea naval, la 124.
    Dare se convirtió en el comandante de la Fuerza de Tarea 124, que asumió la
    responsabilidad bajo la Fuerza de Tarea Conjunta 122, de todas las unidades
    navales norteamericanas que participaban en la crisis dominicana. El desenlace
    de los acontecimientos históricos nacionales a partir de esta decisión de
    Estados Unidos ha gravitado y gravitará durante mucho tiempo en el espectro
    político nacional. Pero eso lo veremos más adelante.
    Sábado, 26 de abril de
    1997.

  • Estados
    Unidos trataba de contener desbordamiento “rebelde”
    L
    a
    situación en la ciudad capital se deterioraba rápidamente y la Embajada de Estados
    Unidos trataba, desesperadamente, de contener el desbordamiento “rebelde”. Las
    conversaciones entre rebeldes y norteamericanos se mantenían en un punto
    muerto, mientras el apoyo de Washington a los “leales” era criticado por la
    población. Para poner en práctica la demostración de fuerza exigida por Benoit
    a las tropas que vigilaban la evacuación de los extranjeros, el comodoro Dare y
    sus subordinados se las vieron color de hormiga.
                ¿Razón? Tuvieron que maniobrar a
    través de varias corbetas, lanchas cañoneras y barcos mercantes dominicanos.
    “Era una situación insegura. Esta demostración de fuerza –escribiría Dare
    posteriormente- se realizó bajo circunstancias que le hubieran sacado canas a
    cualquier capitán de barco. Añadió que durante la maniobra “pareciera como si
    el embajador hubiera estado al timón”, según señalan los documentos de
    Leavenworth.
                El sube y baja entre rebeldes y
    leales llegó a un punto en que parecía que los militares “de aquel lado” –léase
    San Isidro- llevaban ventaja, al extremo que los norteamericanos consideraron
    que las medidas militares ordenadas por Bennett no serían necesarias, excepto
    la evacuación y la demostración de fuerza.
                “A las 16:00 (4 de la tarde) un
    Rafael Molina Ureña nervioso y afligido entró a la Embajada con 15 ó 20 de
    sus asesores políticos y militares. Bennett se reunió con el grupo por una hora.
    El propósito principal de Molina era que el diplomático sirviera de mediador
    para llegar a un acuerdo negociado, a lo que Bennett se negó, acusando al PRD,
    en la persona de Molina Ureña, de ser responsable de que los comunistas sacaran
    provecho del legítimo movimiento y le recordó al presidente provisional que el
    lunes, su personal había persuadido en cuatro ocasiones a la Fuerza Aérea Dominicana de
    bombardear a los rebeldes”.
                Lo que no sabía Bennett era que los
    constitucionalistas habían monitoreado conversaciones telefónicas entre
    oficiales leales y agregados militares, en las que los planes de atacar
    posiciones rebeldes “habían sido discutidos y, por lo menos tácitamente,
    aprobados por los agregados”.
                Cuando posteriormente Bennett
    informó a los líderes rebeldes que el personal de la Embajada desconocía de
    esos planes, comprometió inadvertidamente la credibilidad de la legación en lo
    que respecta a la neutralidad e imparcialidad de los funcionarios norteamericanos.
    “Molina Ureña se decepcionó, pero no se sorprendió con el rechazo de Bennett a
    actuar de mediador…y cuando el presidente Johnson se enteró, escribió que la
    negativa de Bennett fue una decisión personal”, pero se ajustaba a la guía que
    había recibido del Departamento de Estado y a la política norteamericana de no
    intervención en asuntos “domésticos”, claro, siempre y cuando no afectaran sus
    intereses.
    Con asilo de Molina y
    otros, entra en escena el “Coronel de Abril”
                Antes
    del inicio de la Operación Power
    Pack, como denominó el Departamento de Estado a la intervención militar
    norteamericana en el país, y frente a “una inminente derrota militar y
    frustrados por la negativa de Bennett a interceder a su favor, Hernando Ramírez,
    Molina Ureña y otros líderes rebeldes moderados buscaron asilo político en la
    embajada norteamericana; al enterarse Bennett del acontecimiento, asumió que la
    extrema izquierda ahora tomaría todo el control de la insurrección”.
                A partir de ese momento, y en los
    días siguientes, el gobierno del presidente Johnson se convenció de que el martes
    27 de abril fue el día crucial de la crisis dominicana, “en que la causa
    constitucionalista fue dominada por los comunistas”.
                El estado de ánimo de la legación
    diplomática en esos momentos previos a la invasión, lo describe Yates: “El
    optimismo del martes en la noche duró poco, ya que la montaña rusa emocional en
    que estaban las autoridades norteamericanas desde el inicio de los disturbios
    se precipitó nuevamente el miércoles. El cambio esta vez se debió a un hombre,
    el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, el oficial rebelde que había
    arrestado a Reid Cabral el domingo, solamente para buscar él asilo más tarde,
    cuando empezó la guerra civil”.
                Dice que cuando Molina, Hernando Ramírez
    y otros líderes rebeldes solicitaron asilo, Caamaño “se convirtió, como una
    formalidad, en el líder de las fuerzas constitucionalistas. Pocas autoridades
    norteamericanas consideraban a Caamaño comunista, aunque desde el principio
    existía la especulación, que pronto se convirtió en convicción, de que su recién
    adquirido liderazgo dentro del movimiento constitucionalista era meramente
    nominal y no real, dadas las restricciones que le habían impuesto los radicales
    que ahora estaban en control de la rebelión”.
                Pero Caamaño, el “Coronel de Abril”,
    no tuvo tiempo para pararse a pensar en tales cosas, y luego de la reunión en la Embajada se apresuró a
    llegar al punto de resistencia donde los rebeldes se mantenían, en el sudeste
    de la capital, en Ciudad Nueva, en donde la noche del 27-28 de abril, se hizo
    cargo de la enorme tarea de reagrupar las tropas rebeldes y planear un
    contraataque contra las fuerzas leales de Wessin.
                “Las armas adicionales para el
    contraataque procedían de dos estaciones de Policía capturadas por los rebeldes
    el miércoles en la mañana, y Caamaño participó en el ataque a la primera
    estación; en la segunda, sus seguidores ejecutaron a los policías capturados,
    incidente que puso en tela de juicio el control real de Caamaño sobre una
    cantidad de grupos armados en la ciudad”.
                Un importante contraataque contra
    los leales se puso en marcha poco después. Wessin tomó las riendas del ataque
    “y pronto descubrió que sus tanques eran de poca utilidad en las angostas
    calles de Ciudad Nueva”. Este fue un momento decisivo en la guerra civil, pues
    la ofensiva de los leales se había detenido después del avance de los rebeldes.
                “Wessin había establecido posiciones
    en el banco occidental del río Ozama, pero mostró poco interés por expandir su
    área de control. El general Montás Guerrero, que había dirigido al batallón
    Mella al terreno de La Feria,
    en el occidente de la capital y recapturado el Palacio Nacional, había detenido
    su avance el martes en la tarde y dividido sus fuerzas en pequeñas unidades que
    ahora se encontraban esparcidas en posiciones desconocidas”, refiere el informe
    de Leavenworth.
                Agrega, asimismo, que ni Wessin ni
    Montás Guerrero tenían una idea clara de la oposición que encontrarían y
    “ninguno de los dos confiaba totalmente en el otro”. Un informe adicional
    sugiere que Montás, pro-balaguerista, detuvo su operación porque dudaba del
    curso que Wessin tomaría si salía victorioso y, por lo tanto, quería que el
    jefe del CEFA compartiera la responsabilidad y el peso del combate.
                Otro de los problemas que se suscitaron
    entre Montás y Wessin, además de la rivalidad personal, fue el de la
    coordinación y comunicación, ya que “no solamente sus dos fuerzas estaban fuera
    de contacto, sino que no contaban con comunicaciones directas con las unidades
    navales y aéreas de los leales”, y cuando Bennett trató de solucionarles el problema,
    Washington se lo negó. Mann ordenó que los transmisores-receptores solicitados
    fueran enviados únicamente hasta el Boxer, en caso de que la situación se
    deteriorara.
                Sin embargo, Washington no aceptaba
    el hecho de que la situación se estuviera deteriorando y que los rebeldes
    estaban ganando terreno, hasta el miércoles en la tarde. “Mientras tanto,
    Bennett informó que los militares leales habían anunciado la formación de una
    Junta Militar dirigida por un oficial de la Fuerza Aérea Dominicana -el
    coronel Pedro Bartolomé Benoit-, junta que, para ajustarse a los deseos
    norteamericanos, declaró que su propósito principal era preparar las elecciones
    y regresar a un gobierno constitucional”.
                Un segundo mensaje de Bennett a
    Washington daba cuenta de que Ciudad Nueva ya había caído en manos de los
    rebeldes, aunque no revelaba que las viviendas se habían constituido en
    pequeñas fortificaciones, que se habían construido barricadas en las principales
    intersecciones y que los rebeldes dominaban los servicios públicos y
    patrullaban las calles, y solicitaba encarecidamente el envío de los
    transmisores-receptores para la comunicación entre los jefes leales.
    Paco
    después de las 15:00 -3 de la tarde del miércoles 28-, el coronel Benoit “llamó
    telefónicamente a la Embajada
    solicitando el envío de mil 200 infantes de Marina para ayudar a restaurar el
    orden en este país”.
                Bennett envió un cable a Washington
    pero no recomendaba el envío de los soldados, sino que actuó con cautela, al
    igual que el agregado naval en cuanto a que “los soldados de la infantería de
    Marina no se usaran en ninguna operación de limpieza de las calles”. Sin
    embargo, enfatizó en que se estaba librando una guerra de nervios y los agregados
    militares “consideran aún inciertos los resultados, sugiriendo algunos planes
    de contingencia en caso de que la situación se deteriorase rápidamente, hasta
    el punto de que tendríamos que necesitar de apuro a los infantes de Marina para
    proteger a los ciudadanos norteamericanos”.
                Para cuando el presidente Johnson y
    sus asesores fueron informados de la situación durante la reunión de la tarde
    del miércoles para discutir los preparativos norteamericanos en Vietnam y la
    crisis dominicana, llegaron dos cables más de Bennett marcados como “crítico
    cuatro” y “crítico cinco” en menos de media hora; el segundo de éstos llegó a
    las 17:15 (5:15 de la tarde) en el que el embajador informaba que la
    situaciones iba deteriorando rápidamente, pues el jefe del grupo asesor de asistencia
    militar, que había regresado ese día de Panamá y había visitado San Isidro,
    había informado que la atmósfera entre los líderes leales era “desalentadora y
    emotiva, y que una cantidad de oficiales deploraban la situación y que Benoit
    afirmaba que sin la ayuda norteamericana, los oficiales tendrían que abandonar
    la lucha”.
                En vista de estos acontecimientos,
    el personal de la Embajada
    llegó a la conclusión unánime de que “había llegado la hora de que
    desembarcaran los soldados de Infantería de Marina”. La última oración de
    Bennett es inequívoca: “Recomiendo que desembarquen de inmediato”.
                La peligrosa situación descrita por
    Bennett no dejó más alternativa a Washington que acceder a los requerimientos
    del embajador. “Johnson le dijo a McNamara que alertara a sus fuerzas en el
    área sobre el posible desembarco; Mann también llamó a Wheeler con la noticia
    de las instrucciones del presidente Lyndon B. Johnson de seguir adelante”.
                A las 17:46 (5:16 de la tarde),
    tanto Dare como el comandante de la Frontera Marítima
    del Caribe, que tenía control operacional sobre el Grupo de Tarea 44.9.
    recibieron instrucciones de alertar a los soldados del posible desembarco y
    esperar más instrucciones.
                A las seis de la tarde, catorce
    minutos después que McNamara informara a Johnson que las tropas estaban listas,
    el Presidente autorizó el desembarco de más de 500 soldados de infantería de
    Marina para realizar operaciones defensivas. También ordenó a algunos asesores
    específicos que le notificaran a la
    OEA
    las intenciones de Estados Unidos, para que convocara una
    reunión con los jefes congresistas y que redactara una declaración que fuera
    transmitida al pueblo norteamericano. Así se planificó la segunda invasión a
    República Dominicana.
    Si Benoit no firma, no hay
    invasión…y Benoit firmó
                Los
    asesores de Johnson querían que el coronel Benoit, “cuya Junta Militar
    Washington consideraba casi como el gobierno interino de República Dominicana”,
    que Benoit, decíamos, declarara explícitamente que su solicitud de intervención
    se basaba en el peligro de las vidas norteamericanas, “un peligro que Benoit no
    había mencionado en su solicitud original para el envío de tropas. Bennett le
    había asegurado a Mann que Benoit había mencionado el tema del peligro de las
    vidas norteamericanas en comunicaciones verbales con el personal de la embajada”.
                Expresa el informe que contiene la Operación Power
    Pack, que Mann le dijo al embajador Bennett que solamente una declaración
    escrita del jefe de la Junta Militar
    satisfaría los requisitos de Washington, y añade que “presumiblemente a Benoit se
    le daría la impresión de que el desembarco de los infantes de Marina dependía
    del recibo de esa declaración”.
                Y ciertamente, la predicción del
    embajador Bennett de que Benoit aceptaría enviar la comunicación se dio. En
    esta, el coronel Benoit indicaba: “En referencia a mi solicitud previa, deseo
    añadir que las vidas de los ciudadanos norteamericanos están en peligro y que
    las concisiones de desorden público imposibilitan proporcionarles protección
    adecuada. Por lo tanto, le solicito intervención y asistencia temporal para restaurar
    el orden público en este país”. El agregado militar de la embajada, quien fuera
    comisionado para convencer al oficial dominicano, regresó a medianoche con la
    declaración escrita “horas después de que Jonson se había reunido con los
    líderes congresistas y se había dirigido ya al pueblo norteamericano”. La
    trampa funcionó y el coronel Benoit cayó en ella.
                Al momento en que Benoit redactaba
    su carta y las acciones presidenciales se llevaban a cabo en Estados Unidos,
    “más de 500 soldados de combate de la Infantería de Marina habían desembarcado en
    República Dominicana, en medio de un impresionante movimiento que contrastaba
    con la confusión que caracterizaba la coordinación y el control del empeño de
    las tropas en toda la cadena de mando”, expresa el informe.
                El desembarco el día 28 se llevó a
    cabo en dos fases: la primera, consistía en traer varias unidades pequeñas a la
    costa para establecer una zona de desembarco en el campo del polo del hotel El
    Embajador y ayudar a evacuar a los norteamericanos que habían llegado tarde al
    hotel y reforzar la guardia de seguridad de la embajada y, la segunda, un
    elemento guía, la policía militar y un pelotón de soldados armados, reforzado
    por dos escuadras, seguiría para ser utilizado en la embajada.
                “La solicitud de estas unidades
    iniciales pasó directamente de Bennett a Dare y se le comunicó al comodoro en
    cierto momento, entre las 17:22 y las 17:45 (5:22 y 5:45 de la tarde), es
    decir, antes de que el presidente Jonson hubiese autorizado el desembarco a
    gran escala de tropas de combate. La información de que se dispone no indica si
    Bennett o Dare recibieron autorización para empeñar estas unidades iniciales
    que incluían a un pelotón armado”.
    Tropas en camino antes de
    autorización Jonson
                Yates
    manifiesta que “aparentemente Dare asumió que el embajador había recibido tal
    autorización, aunque una declaración del Ministerio de Defensa indica que la
    solicitud de Bennett fue una iniciativa local. No se sabe con certeza cuándo
    Washington se enteró del desembarco inicial”, aunque una teleconferencia
    iniciada las 6:30 de la tarde entre el personal de la embajada con funcionarios
    claves del Departamento de Estado ya estaba en conocimiento de estos movimientos”.
                Cuando las unidades de evacuación y
    seguridad solicitadas por Bennett se encontraban ya camino al campo de polo del
    hotel El Embajador, Dare recibió una orden del comandante en jefe del Comando
    del Atlántico a través del comandante de la Frontera Marítima
    del Caribe, que le ordenaba desembarcar a todos los infantes de Marina que
    Bennett había solicitado.
                El coronel Daughtry inmediatamente
    se puso en comunicación con Bennett para discutir las medidas que se
    implementarían, y a éste último le tomó sólo tres minutos decidir a favor
    desembarcar más tropas de combate. “Daughtry conferenció con Dare, y después de
    esto dos compañías de fusileros del Tercer Batallón, Sexta de Infantería de
    Marina, y un escalón avanzado de la comandancia del batallón empezaron a movilizarse”.
    A las 7:00 de la noche ya más de cien soldados de la Infantería de Marina
    habían desembarcado en esta segunda fase; les seguirían más, muchos más.
                Es decir, que el desembarco de los
    primeros marines yankees se produjo antes de que el presidente Jhonson diera la
    orden, y antes, también, de la que la
    Junta
    de Jefes de Estado Mayor la completara, lo que
    evidencia la falta de control y el desconocimiento que sobre la situación y los
    acontecimientos que se desarrollaban en Santo Domingo, tenía el gobierno
    norteamericano, así como la falta de coordinación y comunicación existente
    entre los distintos funcionarios claves.

    Viernes, 25 de abril de
    1997

  • Tras aparente
    imparcialidad
    Washington
    apoyaba a militares “leales”
    I
    nmerso
    el gobierno de Estados Unidos en la disyuntiva de ordenar o no la intervención
    militar a República Dominicana para asegurar que los “comunistas” no tuvieran
    acceso al poder y ante las presiones de parte de los “militares leales” al
    régimen de facto presidido por Donald Reid Cabral, el encargado de la Embajada de Estados
    Unidos, William Connett advirtió a la Casa
    Blanca
    que si los leales no podían poner fin a la situación
    semi anárquica que prevalecía, tendría que reconsiderar su posición en cuanto a
    medidas militares norteamericanas.
                Añadía Connett en su escueto informe
    que de suceder esto, el personal de la Embajada “podría desear hacer algún tipo de uso
    de las unidades navales que ahora se encuentran en ruta hacia Santo Domingo”,
    las que habían sido despachadas el domingo 25 en la mañana a solicitud del
    director del Departamento de Estado para Asuntos del Caribe, Kennedy Crocket,
    quien tomó la decisión actuando en “base a una contingencia”, o lo que es lo
    mismo, “sin notificarlo al presidente, pero de acuerdo con los procedimientos establecidos”,
    según refiere el informe de Yates.
                Este movimiento de las unidades
    navales obedecía al caso de que los ciudadanos norteamericanos tuvieran que ser
    evacuados, por lo que la acción sólo era por “precaución”, pues Connett aclaró
    en el transcurso de ese mismo día, que “los ciudadanos y la propiedad
    norteamericanos en Santo Domingo no han sido objeto de violencia por los
    rebeldes”, pero tanto Washington como la Embajada mantenían su preocupación de que la
    situación cambiara de un momento a otro.
                “A las 10:32 hora de Washington, por
    iniciativa de Crocket, la Junta
    de Jefes de Estado Mayor envió un mensaje al comandante en jefe del Comando del
    Atlántico solicitando que un mínimo de barcos necesarios para evacuar hasta a
    mil 200 norteamericanos, navegara hasta las cercanías de Santo Domingo, y
    permaneciera fuera del alcance de la vista desde tierra firme hasta que se
    emitieran nuevas órdenes”.
                El almirante H. Page Smith, jefe del
    Comando del Atlántico, había estado recibiendo informes acerca de la situación
    en República Dominicana desde el inicio de la revolución armada el sábado en la
    tarde, y ya conocía la solicitud del Departamento de Estado media hora antes
    que la Junta de
    Jefes de Estado Mayor enviara su mensaje oficial ese mismo día, ordenando al Grupo
    de Tarea 44.9, mejor conocido como el Grupo Alerta del Caribe, a que procediera
    desde su posición afuera de la isla de Vieques en Puerto Rico, “hacia el
    agitado país al Oeste”.
    Casi dos mil efectivos
    pertrechados para evacuación
                Este
    grupo de unidades navales, cuyo personal se rotaba cada tres meses, operaba
    todo el año en aguas del Caribe haciendo ejercicios y apoyando acciones de contingencia.
                El contingente norteamericano que se
    encontraba en alta mar en abril de 1965, era el denominado Caribe 2-65 y estaba
    compuesto por seis unidades navales y la Sexta Unidad Expedicionaria de la Infantería de Marina
    (MEU), unidad que contaba con 131 oficiales y mil 571 soldados organizados en
    el Tercer Batallón de la Sexta Brigada
    de Infantería de Marina; de la Segunda
    División
    de Infantería de Marina, y estaba equipada con armas
    de pequeño calibre, helicópteros, tanques, vehículos de oruga con seis cañones
    sin retroceso de 106 mm.,
    mejor conocidos como ONTOS, vehículos de oruga de desembarque y artillería.
                El informe indica que “aunque se
    requeriría solamente parte del Grupo de Tarea 44.9 para evacuar a los mil 200
    norteamericanos, el Comando del Atlántico envió a todo el grupo de Alerta del
    Caribe en caso de que surgieran otras necesidades, incluyendo el uso de la
    fuerza militar. La prudencia obligaba a tomar tal decisión, dada la confusa
    pero alarmante información disponible al almirante”.
                Ya en ruta hacia aguas dominicanas,
    tanto el comodoro James A. Dare, comandante del Grupo de Tarea 44.9 y el
    coronel George W. Daughtry, comandante de la Sexta Unidad Expedicionaria de la Infantería de Marina,
    formularon un plan de evacuación, y relata Yates que “ninguno de los dos quería
    una confrontación con los rebeldes, cuya composición y ubicación desconocían”.
                En ese estado de cosas, ambos
    oficiales, para evitar un provocación innecesaria, decidieron que al recibo de
    la orden de evacuación, enviarían a la orilla a un elemento de control de
    infantes de Marina, desarmados y vestidos con el uniforme de fatiga, los que supervisarían
    el abordaje a los autobuses, barcos y helicópteros; como medida de precaución,
    una compañía armada con uniformes y chalecos antibalas se encontraría próxima a
    la costa, lista para ayudar al elemento de control, si éste encontraba
    resistencia de los rebeldes.
                “Habiendo definido los detalles del
    plan, Daughtry emitió una orden preparatoria a los infantes de Marina sobre las
    posibles operaciones de evacuación en República Dominicana”.
    El lunes temprano en la mañana, el Grupo
    de Tarea ya había llegado a la estación localizada a 30 millas fuera de las
    costas dominicanas, en donde, en otra medida adicional de precaución, el
    coronel Dare había colocado sus barcos para que, en caso de que se le ordenara,
    pudiera lanzar ataques aéreos u operaciones anfibias.
    ¡Increíble!
    Falta de comunicación entorpece operación de Estados Unidos
                “Inmediatamente surgió un problema.
    Ni el Grupo de Tarea 44.9 ni la
    Embajada
    de Estados Unidos en Santo Domingo tenían el equipo
    adecuado para comunicarse entre sí. La Infantería de Marina se ofreció a proporcionar a la Embajada el equipo de
    comunicaciones que tenía de repuesto, pero hasta que se pudiera realizar la
    transferencia, la comunicación entre ambos se hizo a través de los helicópteros
    de la Fuerza
    de Tarea y empleando los servicios de Fred Lann, funcionario de la Embajada, quien también
    era operador de radio aficionado”.
                Esos fueron los primeros contactos
    entre la que se convertiría en fuerza interventora y la legación diplomática
    que la solicitó, y tal era la incomunicación que existía al principio del
    estallido armado, que sólo el radio de Lann, localizado en su residencia, pudo
    captar el del navío almirante, el Boxer.
                Como intermediario, Lann transmitió
    los mensajes entre el Boxer y la
    Embajada
    , manteniéndose en contacto con ésta última por la
    vía telefónica y por radio transmisor-receptor portátil, “hasta que los
    movimientos de los rebeldes lo forzaron a llevar su radio al patio de la Embajada el miércoles 28,
    pero para sorpresa de todos, no tenía la suficiente potencia de alcance para
    que su transmisión  fuera recibida a
    bordo del Boxer, por lo tanto, Lann continuó transmitiendo los mensajes desde
    su casa durante otros cuatro días, tiempo en que los infantes de Marina se implicaron
    cada vez más en la crisis dominicana”, y fue la intervención.
                Una serie de errores, cometidos unos
    tras otros, imposibilitaban realizar las acciones como se había planeado desde
    Washington y, a medida que el problema de la comunicación incrementaba las
    dificultades que la fuerza de tarea naval y la Embajada experimentaban
    tratando de coordinar los planes para la posible evacuación de ciudadanos
    norteamericanos, continuaba el derramamiento de sangre en la capital
    dominicana. Yates refleja la situación imperante de la siguiente manera:
                “El lunes 26 de abril, la Fuerza Aérea Dominicana renovó
    sus ataques contra las posiciones rebeldes y Wessin se preparó para mover sus
    fuerzas desde San Isidro hasta la ciudad. El comandante del CEFA y el general de
    los Santos Céspedes le solicitaron a la Embajada tropas norteamericanas para que les
    ayudaran a controlar la insurrección, pero se les negó”.
                Las autoridades diplomáticas
    advirtieron entonces al Departamento de Estado que existía “la seria amenaza de
    la toma del país por los comunistas, y que quedaba poco tiempo para actuar”,
    pero estaban de acuerdo con Washington en que la situación no exigía una
    intervención, debido, especialmente, a las adversas consecuencias que un
    movimiento así tendría en las relaciones de Estados Unidos con América Latina.
    Estados Unidos propone
    reunión entre rebeldes y “leales”
                Para derrotar completamente a los
    “comunistas”, la Embajada
    propuso que continuaran los esfuerzos diplomáticos para alentar a los líderes
    militares de ambos bandos a unirse en una junta que se comprometería a celebrar
    elecciones libres, y asumiendo que los rebeldes integrarían el grupo más reacio
    a aceptar esta solución, la
    Embajada
    pidió autorización para presentar esta proposición a
    “Molina y a los oficiales rebeldes en términos enfáticos, respaldados, en caso
    necesario, por una demostración de fuerza norteamericana”, pero les salió el
    tiro por la culata.
                No obstante, el recrudecimiento de
    los ataques aéreos de los “leales” provocó que algunos oficiales constitucionalistas
    se acercaran a la Embajada
    norteamericana el lunes 26, solicitando una reunión con los oficiales de San
    Isidro.
                Entre los asistentes a la sede
    diplomática estaban el presidente Molina Ureña, Francisco Alberto Caamaño Deñó,
    Luis Homero Lajara Burgos, Gerardo Marte y seis o siete oficiales más. En el
    transcurso del día, los agregados militares norteamericanos establecieron
    cuatro ceses al fuego, pero no lograron que se reunieran las partes.
                “La reanudación de las negociaciones
    que se habían roto el domingo después del bombardeo al Palacio Nacional fracasó
    por una simple razón que seguiría repitiéndose en los días venideros:
    cualquiera de las partes que sentía tener ventaja militar mostraba poco interés
    en negociar con la otra parte”.
                Los funcionarios diplomáticos, al
    sentirse incapaces de entablar negociaciones, “disimularon el problema y
    culparon a los rebeldes del impasse, acusándolos de usar los breves ceses de
    fuego únicamente con el propósito de reagruparse militarmente”, en tanto, a
    medida que fracasaba la oportunidad que presentaba cada cese al fuego, ganaba
    en intensidad la guerra civil, derramando gran cantidad de sangre dominicana.
                La situación en las calles era cada
    vez más peligrosa y el personal de la Embajada advirtió a los ciudadanos
    norteamericanos que se aprestaran para la evacuación. De nuevo surgen
    contradicciones entre los funcionarios de Washington en torno a lo que se había
    de hacer, cuando Thomas Mann, en contraposición a Dean Rusk, ordenó a Connett
    comunicarse con los líderes de las dos partes de la guerra civil, con el
    objetivo de conseguir su cooperación para la inmediata evacuación de los
    ciudadanos norteamericanos y extranjeros.
    El lunes en la tarde se produjo la
    reunión con los líderes rebeldes, y los agregados militares negociaban con
    oficiales de ambas partes. Al anochecer, ya todos sabían del plan de evacuación
    de la Embajada,
    y en breve, las personas que deseaban abandonar el país se reunirían en el
    hotel El Embajador, desde donde serían llevados en helicóptero a los buques
    norteamericanos, a los que se había dado permiso de entrada al puerto de Haina.
    Connett recomienda a Washington que la
    evacuación se inicie al amanecer, pero el Departamento de Estado, “citando la
    oposición de la Junta
    de Jefes de Estado Mayor a una evacuación inmediata, sugirió que la operación
    no empezara hasta el mediodía”, enfatizando el debate y la diferencia de
    perspectivas entre los formuladores de decisiones en Washington y los
    funcionarios en el campo de los hechos.
    “Para estar seguros, ambos grupos
    estaban extremadamente preocupados por la posibilidad de que los comunistas se
    tomaran a República Dominicana y ambos estaban renuentes a aprobar cualquier
    intervención militar abierta que pudiera hacer daño a las relaciones entre Estados
    Unidos y América Latina y lanzar a Estados Unidos en contra de lo que en muchas
    partes consideraban una revolución democrática”.
    Mientras, las autoridades de la Embajada en Santo
    Domingo, a pocos pasos del tiroteo y repletos de información –algunas corroboradas,
    otras no– sobre las “atrocidades y maquinaciones izquierdistas”, percibían la
    situación en términos mucho más alarmantes que sus contrapartes del
    Departamento de Estado, la Junta
    de Jefes de Estado Mayor y la Casa Blanca,
    todos ellos lejos del caos y la acción.
    “Washington se mostró relativamente más
    sereno queriendo comprar tiempo con el fin de reunir mayor evidencia y dar a
    las fuerzas “leales” la oportunidad de forzar las negociaciones sobre el cese
    del fuego y establecer un gobierno militar temporal o derrocar al movimiento
    rebelde y establecer una junta compuesta exclusivamente por leales”.
    En vísperas de su regreso al país, el
    embajador Bennett se reunió con el Presidente Johnson, y éste le reiteró la inaceptabilidad
    de otro régimen comunista en el Caribe, ordenándole promover el cese del fuego
    y hacer negociaciones con el fin de impedir la formación de otra Cuba”.
    Se inicia evacuación de
    norteamericanos
                La
    evacuación empezó el martes 27. La
    Junta
    de Jefes de Estado Mayor le indicó al comandante en jefe
    del Comando del Atlántico que ordenara a los barcos del Grupo de Tarea 44.9 que
    se dirigieran a Haina, la orden se transmitió a través de la cadena de mando, y
    dos buques asignados por Dare, llegaron al muelle poco después del mediodía,
    cuando ya una caravana de autobuses había empezado a transportar a los
    extranjeros hasta el puerto, en donde el elemento de control de la Infantería de Marina de
    Estados Unidos supervisaba la operación.
                Ya temprano en la tarde, más de mil
    extranjeros iban rumbo a San Juan, Puerto Rico, efectuándose la operación sin
    dificultad; ninguna de las partes en conflicto interfirió y de los
    norteamericanos que llegaron a Haina, ninguno había sufrido lesiones físicas.
                Es en esta situación cuando el
    embajador Bennett regresa al país por el aeropuerto de Santo Domingo, en donde
    fue recibido por el comandante Daughtry y transportado de inmediato en
    helicóptero a bordo del Boxer, para sostener una breve reunión con el coronel
    DAre, se las ingenió para llegar a la Embajada a través de la ruta de Haina, por la que
    habían llegado los evacuados, y al llegar a la sede diplomática, recibió los
    informes del personal, que le indicaron la inminencia de una solución militar a
    la crisis.
    Rebeldes tratan de
    negociar
                “El Batallón Mella en San Cristóbal,
    renuente a aceptar el regreso de Bosch, había desviado su apoyo a los leales y
    bajo el mando del general Salvador Augusto Montás Guerrero, avanzaba hacia
    Santo Domingo desde el Oeste. Mientras tanto, al fuego y bombardeo naval de las
    posiciones rebeldes en la capital, le siguió el ataque largamente esperado de
    los tanques de Wessin, vehículos blindados para el transporte de personal y
    soldados de Infantería de San Isidro”.
                Moviéndose bajo un fuego nutrido a
    través del puente Duarte, las unidades del CEFA atacaron al enemigo en lo que
    se denominó “la batalla más sangrienta en la historia dominicana”, una acción
    en la que cientos cayeron sin vida y heridos, avanzando las tropas de Wessin
    varias cuadras dentro de la ciudad; al respecto, Yates menciona que “la
    resistencia rebelde parecía estar al borde del colapso, un panorama nada
    desagradable para las autoridades de la Embajada, que probablemente habrían aprobado el
    plan de los leales”, aunque hubiera un gran derramamiento de sangre, como indicara
    Connett al Departamento de Estado, pero todo era en pro de la “democracia”.
                La presión militar de los “leales”
    hizo que varios oficiales rebeldes visitaran de nuevo la Embajada norteamericana
    en tres ocasiones el martes 27 para solicitar, tal como habían hecho el lunes,
    “ayuda norteamericana para entablar conversaciones respecto al cese de fuego”.
    En la primera visita, se indica en el
    documento, los agregados militares de la Embajada se comunicaron por radio con los
    “leales”, e informaron a cada lado la posición del otro pero “cuando hubo un
    estancamiento sobre el lugar en donde se llevarían a cabo las conversaciones
    propuestas, los agregados se rehusaron a efectuar un arreglo”.
    Cuando los rebeldes, a cuyo mando se
    encontraba Caamaño Deñó, regresaron en la tarde del martes, el embajador Bennett
    se reunió con los oficiales, y les dijo directamente que “ellos eran
    responsables de la masacre sin sentido que se estaba llevando a cabo y la
    extrema izquierda era la que se estaba beneficiando por completo de la
    situación”.
    Bennett, siempre según refiere Yates en
    el informe oficial, reiteró a los oficiales rebeldes que Washington prefería un
    cese de fuego y la formación de un gobierno efectivo e indicó que él estaba
    hablando a ambas partes “en los mismos términos con el objeto de alcanzar esas
    metas”, y concluyó citando “la clara ventaja militar de los leales,
    recomendando a los rebeldes que se rindieran y lo anunciaran para que el
    trabajo de reconstrucción pudiera empezar. Por lo menos uno de los oficiales
    pareció abierto a su petición”, pero no ofrece el nombre de éste.
    La tercera visita se produjo a media
    tarde, y después de ésta, Molina Ureña aceptó ir a la Embajada y conferenciar
    con Bennett en persona, y, de acuerdo al parecer del informe, “los constitucionlistas
    estaban claramente desesperados por negociar un acuerdo”, mientras el embajador
    informaba a Washington de las conversaciones, de las hazañas de Wessin” y la
    convicción de la Embajada
    de que los comunistas estaban dirigiendo las acciones de los rebeldes.
    La información enviada a Washington
    también daba cuenta de que se le había notificado al Boxer y a otro buque
    ponerse al alcance de la vista con el fin de evidenciar “la presencia
    norteamericana para que permitiéndole al pueblo ver que los barcos no estaban
    participando en las hostilidades, se acabaran los rumores de que la Marina de Estados Unidos
    estaba apoyando a los leales”, mientras mantenían el apoyo soterrado. La
    demostración de fuerza ofrecida por los militares norteamericanos será el tema
    a tratar en el siguiente capítulo.
      
    Jueves, 24 de abril de
    1997