Tras aparente
imparcialidad
Washington
apoyaba a militares “leales”
nmerso
el gobierno de Estados Unidos en la disyuntiva de ordenar o no la intervención
militar a República Dominicana para asegurar que los “comunistas” no tuvieran
acceso al poder y ante las presiones de parte de los “militares leales” al
régimen de facto presidido por Donald Reid Cabral, el encargado de la Embajada de Estados
Unidos, William Connett advirtió a la Casa
Blanca que si los leales no podían poner fin a la situación
semi anárquica que prevalecía, tendría que reconsiderar su posición en cuanto a
medidas militares norteamericanas.
Añadía Connett en su escueto informe
que de suceder esto, el personal de la Embajada “podría desear hacer algún tipo de uso
de las unidades navales que ahora se encuentran en ruta hacia Santo Domingo”,
las que habían sido despachadas el domingo 25 en la mañana a solicitud del
director del Departamento de Estado para Asuntos del Caribe, Kennedy Crocket,
quien tomó la decisión actuando en “base a una contingencia”, o lo que es lo
mismo, “sin notificarlo al presidente, pero de acuerdo con los procedimientos establecidos”,
según refiere el informe de Yates.
Este movimiento de las unidades
navales obedecía al caso de que los ciudadanos norteamericanos tuvieran que ser
evacuados, por lo que la acción sólo era por “precaución”, pues Connett aclaró
en el transcurso de ese mismo día, que “los ciudadanos y la propiedad
norteamericanos en Santo Domingo no han sido objeto de violencia por los
rebeldes”, pero tanto Washington como la Embajada mantenían su preocupación de que la
situación cambiara de un momento a otro.
“A las 10:32 hora de Washington, por
iniciativa de Crocket, la Junta
de Jefes de Estado Mayor envió un mensaje al comandante en jefe del Comando del
Atlántico solicitando que un mínimo de barcos necesarios para evacuar hasta a
mil 200 norteamericanos, navegara hasta las cercanías de Santo Domingo, y
permaneciera fuera del alcance de la vista desde tierra firme hasta que se
emitieran nuevas órdenes”.
El almirante H. Page Smith, jefe del
Comando del Atlántico, había estado recibiendo informes acerca de la situación
en República Dominicana desde el inicio de la revolución armada el sábado en la
tarde, y ya conocía la solicitud del Departamento de Estado media hora antes
que la Junta de
Jefes de Estado Mayor enviara su mensaje oficial ese mismo día, ordenando al Grupo
de Tarea 44.9, mejor conocido como el Grupo Alerta del Caribe, a que procediera
desde su posición afuera de la isla de Vieques en Puerto Rico, “hacia el
agitado país al Oeste”.
Casi dos mil efectivos
pertrechados para evacuación
Este
grupo de unidades navales, cuyo personal se rotaba cada tres meses, operaba
todo el año en aguas del Caribe haciendo ejercicios y apoyando acciones de contingencia.
El contingente norteamericano que se
encontraba en alta mar en abril de 1965, era el denominado Caribe 2-65 y estaba
compuesto por seis unidades navales y la Sexta Unidad Expedicionaria de la Infantería de Marina
(MEU), unidad que contaba con 131 oficiales y mil 571 soldados organizados en
el Tercer Batallón de la Sexta Brigada
de Infantería de Marina; de la Segunda
División de Infantería de Marina, y estaba equipada con armas
de pequeño calibre, helicópteros, tanques, vehículos de oruga con seis cañones
sin retroceso de 106 mm.,
mejor conocidos como ONTOS, vehículos de oruga de desembarque y artillería.
El informe indica que “aunque se
requeriría solamente parte del Grupo de Tarea 44.9 para evacuar a los mil 200
norteamericanos, el Comando del Atlántico envió a todo el grupo de Alerta del
Caribe en caso de que surgieran otras necesidades, incluyendo el uso de la
fuerza militar. La prudencia obligaba a tomar tal decisión, dada la confusa
pero alarmante información disponible al almirante”.
Ya en ruta hacia aguas dominicanas,
tanto el comodoro James A. Dare, comandante del Grupo de Tarea 44.9 y el
coronel George W. Daughtry, comandante de la Sexta Unidad Expedicionaria de la Infantería de Marina,
formularon un plan de evacuación, y relata Yates que “ninguno de los dos quería
una confrontación con los rebeldes, cuya composición y ubicación desconocían”.
En ese estado de cosas, ambos
oficiales, para evitar un provocación innecesaria, decidieron que al recibo de
la orden de evacuación, enviarían a la orilla a un elemento de control de
infantes de Marina, desarmados y vestidos con el uniforme de fatiga, los que supervisarían
el abordaje a los autobuses, barcos y helicópteros; como medida de precaución,
una compañía armada con uniformes y chalecos antibalas se encontraría próxima a
la costa, lista para ayudar al elemento de control, si éste encontraba
resistencia de los rebeldes.
“Habiendo definido los detalles del
plan, Daughtry emitió una orden preparatoria a los infantes de Marina sobre las
posibles operaciones de evacuación en República Dominicana”.
El lunes temprano en la mañana, el Grupo
de Tarea ya había llegado a la estación localizada a 30 millas fuera de las
costas dominicanas, en donde, en otra medida adicional de precaución, el
coronel Dare había colocado sus barcos para que, en caso de que se le ordenara,
pudiera lanzar ataques aéreos u operaciones anfibias.
¡Increíble!
Falta de comunicación entorpece operación de Estados Unidos
“Inmediatamente surgió un problema.
Ni el Grupo de Tarea 44.9 ni la
Embajada de Estados Unidos en Santo Domingo tenían el equipo
adecuado para comunicarse entre sí. La Infantería de Marina se ofreció a proporcionar a la Embajada el equipo de
comunicaciones que tenía de repuesto, pero hasta que se pudiera realizar la
transferencia, la comunicación entre ambos se hizo a través de los helicópteros
de la Fuerza
de Tarea y empleando los servicios de Fred Lann, funcionario de la Embajada, quien también
era operador de radio aficionado”.
Esos fueron los primeros contactos
entre la que se convertiría en fuerza interventora y la legación diplomática
que la solicitó, y tal era la incomunicación que existía al principio del
estallido armado, que sólo el radio de Lann, localizado en su residencia, pudo
captar el del navío almirante, el Boxer.
Como intermediario, Lann transmitió
los mensajes entre el Boxer y la
Embajada, manteniéndose en contacto con ésta última por la
vía telefónica y por radio transmisor-receptor portátil, “hasta que los
movimientos de los rebeldes lo forzaron a llevar su radio al patio de la Embajada el miércoles 28,
pero para sorpresa de todos, no tenía la suficiente potencia de alcance para
que su transmisión fuera recibida a
bordo del Boxer, por lo tanto, Lann continuó transmitiendo los mensajes desde
su casa durante otros cuatro días, tiempo en que los infantes de Marina se implicaron
cada vez más en la crisis dominicana”, y fue la intervención.
Una serie de errores, cometidos unos
tras otros, imposibilitaban realizar las acciones como se había planeado desde
Washington y, a medida que el problema de la comunicación incrementaba las
dificultades que la fuerza de tarea naval y la Embajada experimentaban
tratando de coordinar los planes para la posible evacuación de ciudadanos
norteamericanos, continuaba el derramamiento de sangre en la capital
dominicana. Yates refleja la situación imperante de la siguiente manera:
“El lunes 26 de abril, la Fuerza Aérea Dominicana renovó
sus ataques contra las posiciones rebeldes y Wessin se preparó para mover sus
fuerzas desde San Isidro hasta la ciudad. El comandante del CEFA y el general de
los Santos Céspedes le solicitaron a la Embajada tropas norteamericanas para que les
ayudaran a controlar la insurrección, pero se les negó”.
Las autoridades diplomáticas
advirtieron entonces al Departamento de Estado que existía “la seria amenaza de
la toma del país por los comunistas, y que quedaba poco tiempo para actuar”,
pero estaban de acuerdo con Washington en que la situación no exigía una
intervención, debido, especialmente, a las adversas consecuencias que un
movimiento así tendría en las relaciones de Estados Unidos con América Latina.
Estados Unidos propone
reunión entre rebeldes y “leales”
Para derrotar completamente a los
“comunistas”, la Embajada
propuso que continuaran los esfuerzos diplomáticos para alentar a los líderes
militares de ambos bandos a unirse en una junta que se comprometería a celebrar
elecciones libres, y asumiendo que los rebeldes integrarían el grupo más reacio
a aceptar esta solución, la
Embajada pidió autorización para presentar esta proposición a
“Molina y a los oficiales rebeldes en términos enfáticos, respaldados, en caso
necesario, por una demostración de fuerza norteamericana”, pero les salió el
tiro por la culata.
No obstante, el recrudecimiento de
los ataques aéreos de los “leales” provocó que algunos oficiales constitucionalistas
se acercaran a la Embajada
norteamericana el lunes 26, solicitando una reunión con los oficiales de San
Isidro.
Entre los asistentes a la sede
diplomática estaban el presidente Molina Ureña, Francisco Alberto Caamaño Deñó,
Luis Homero Lajara Burgos, Gerardo Marte y seis o siete oficiales más. En el
transcurso del día, los agregados militares norteamericanos establecieron
cuatro ceses al fuego, pero no lograron que se reunieran las partes.
“La reanudación de las negociaciones
que se habían roto el domingo después del bombardeo al Palacio Nacional fracasó
por una simple razón que seguiría repitiéndose en los días venideros:
cualquiera de las partes que sentía tener ventaja militar mostraba poco interés
en negociar con la otra parte”.
Los funcionarios diplomáticos, al
sentirse incapaces de entablar negociaciones, “disimularon el problema y
culparon a los rebeldes del impasse, acusándolos de usar los breves ceses de
fuego únicamente con el propósito de reagruparse militarmente”, en tanto, a
medida que fracasaba la oportunidad que presentaba cada cese al fuego, ganaba
en intensidad la guerra civil, derramando gran cantidad de sangre dominicana.
La situación en las calles era cada
vez más peligrosa y el personal de la Embajada advirtió a los ciudadanos
norteamericanos que se aprestaran para la evacuación. De nuevo surgen
contradicciones entre los funcionarios de Washington en torno a lo que se había
de hacer, cuando Thomas Mann, en contraposición a Dean Rusk, ordenó a Connett
comunicarse con los líderes de las dos partes de la guerra civil, con el
objetivo de conseguir su cooperación para la inmediata evacuación de los
ciudadanos norteamericanos y extranjeros.
El lunes en la tarde se produjo la
reunión con los líderes rebeldes, y los agregados militares negociaban con
oficiales de ambas partes. Al anochecer, ya todos sabían del plan de evacuación
de la Embajada,
y en breve, las personas que deseaban abandonar el país se reunirían en el
hotel El Embajador, desde donde serían llevados en helicóptero a los buques
norteamericanos, a los que se había dado permiso de entrada al puerto de Haina.
Connett recomienda a Washington que la
evacuación se inicie al amanecer, pero el Departamento de Estado, “citando la
oposición de la Junta
de Jefes de Estado Mayor a una evacuación inmediata, sugirió que la operación
no empezara hasta el mediodía”, enfatizando el debate y la diferencia de
perspectivas entre los formuladores de decisiones en Washington y los
funcionarios en el campo de los hechos.
“Para estar seguros, ambos grupos
estaban extremadamente preocupados por la posibilidad de que los comunistas se
tomaran a República Dominicana y ambos estaban renuentes a aprobar cualquier
intervención militar abierta que pudiera hacer daño a las relaciones entre Estados
Unidos y América Latina y lanzar a Estados Unidos en contra de lo que en muchas
partes consideraban una revolución democrática”.
Mientras, las autoridades de la Embajada en Santo
Domingo, a pocos pasos del tiroteo y repletos de información –algunas corroboradas,
otras no– sobre las “atrocidades y maquinaciones izquierdistas”, percibían la
situación en términos mucho más alarmantes que sus contrapartes del
Departamento de Estado, la Junta
de Jefes de Estado Mayor y la Casa Blanca,
todos ellos lejos del caos y la acción.
“Washington se mostró relativamente más
sereno queriendo comprar tiempo con el fin de reunir mayor evidencia y dar a
las fuerzas “leales” la oportunidad de forzar las negociaciones sobre el cese
del fuego y establecer un gobierno militar temporal o derrocar al movimiento
rebelde y establecer una junta compuesta exclusivamente por leales”.
En vísperas de su regreso al país, el
embajador Bennett se reunió con el Presidente Johnson, y éste le reiteró la inaceptabilidad
de otro régimen comunista en el Caribe, ordenándole promover el cese del fuego
y hacer negociaciones con el fin de impedir la formación de otra Cuba”.
Se inicia evacuación de
norteamericanos
La
evacuación empezó el martes 27. La
Junta de Jefes de Estado Mayor le indicó al comandante en jefe
del Comando del Atlántico que ordenara a los barcos del Grupo de Tarea 44.9 que
se dirigieran a Haina, la orden se transmitió a través de la cadena de mando, y
dos buques asignados por Dare, llegaron al muelle poco después del mediodía,
cuando ya una caravana de autobuses había empezado a transportar a los
extranjeros hasta el puerto, en donde el elemento de control de la Infantería de Marina de
Estados Unidos supervisaba la operación.
Ya temprano en la tarde, más de mil
extranjeros iban rumbo a San Juan, Puerto Rico, efectuándose la operación sin
dificultad; ninguna de las partes en conflicto interfirió y de los
norteamericanos que llegaron a Haina, ninguno había sufrido lesiones físicas.
Es en esta situación cuando el
embajador Bennett regresa al país por el aeropuerto de Santo Domingo, en donde
fue recibido por el comandante Daughtry y transportado de inmediato en
helicóptero a bordo del Boxer, para sostener una breve reunión con el coronel
DAre, se las ingenió para llegar a la Embajada a través de la ruta de Haina, por la que
habían llegado los evacuados, y al llegar a la sede diplomática, recibió los
informes del personal, que le indicaron la inminencia de una solución militar a
la crisis.
Rebeldes tratan de
negociar
“El Batallón Mella en San Cristóbal,
renuente a aceptar el regreso de Bosch, había desviado su apoyo a los leales y
bajo el mando del general Salvador Augusto Montás Guerrero, avanzaba hacia
Santo Domingo desde el Oeste. Mientras tanto, al fuego y bombardeo naval de las
posiciones rebeldes en la capital, le siguió el ataque largamente esperado de
los tanques de Wessin, vehículos blindados para el transporte de personal y
soldados de Infantería de San Isidro”.
Moviéndose bajo un fuego nutrido a
través del puente Duarte, las unidades del CEFA atacaron al enemigo en lo que
se denominó “la batalla más sangrienta en la historia dominicana”, una acción
en la que cientos cayeron sin vida y heridos, avanzando las tropas de Wessin
varias cuadras dentro de la ciudad; al respecto, Yates menciona que “la
resistencia rebelde parecía estar al borde del colapso, un panorama nada
desagradable para las autoridades de la Embajada, que probablemente habrían aprobado el
plan de los leales”, aunque hubiera un gran derramamiento de sangre, como indicara
Connett al Departamento de Estado, pero todo era en pro de la “democracia”.
La presión militar de los “leales”
hizo que varios oficiales rebeldes visitaran de nuevo la Embajada norteamericana
en tres ocasiones el martes 27 para solicitar, tal como habían hecho el lunes,
“ayuda norteamericana para entablar conversaciones respecto al cese de fuego”.
En la primera visita, se indica en el
documento, los agregados militares de la Embajada se comunicaron por radio con los
“leales”, e informaron a cada lado la posición del otro pero “cuando hubo un
estancamiento sobre el lugar en donde se llevarían a cabo las conversaciones
propuestas, los agregados se rehusaron a efectuar un arreglo”.
Cuando los rebeldes, a cuyo mando se
encontraba Caamaño Deñó, regresaron en la tarde del martes, el embajador Bennett
se reunió con los oficiales, y les dijo directamente que “ellos eran
responsables de la masacre sin sentido que se estaba llevando a cabo y la
extrema izquierda era la que se estaba beneficiando por completo de la
situación”.
Bennett, siempre según refiere Yates en
el informe oficial, reiteró a los oficiales rebeldes que Washington prefería un
cese de fuego y la formación de un gobierno efectivo e indicó que él estaba
hablando a ambas partes “en los mismos términos con el objeto de alcanzar esas
metas”, y concluyó citando “la clara ventaja militar de los leales,
recomendando a los rebeldes que se rindieran y lo anunciaran para que el
trabajo de reconstrucción pudiera empezar. Por lo menos uno de los oficiales
pareció abierto a su petición”, pero no ofrece el nombre de éste.
La tercera visita se produjo a media
tarde, y después de ésta, Molina Ureña aceptó ir a la Embajada y conferenciar
con Bennett en persona, y, de acuerdo al parecer del informe, “los constitucionlistas
estaban claramente desesperados por negociar un acuerdo”, mientras el embajador
informaba a Washington de las conversaciones, de las hazañas de Wessin” y la
convicción de la Embajada
de que los comunistas estaban dirigiendo las acciones de los rebeldes.
La información enviada a Washington
también daba cuenta de que se le había notificado al Boxer y a otro buque
ponerse al alcance de la vista con el fin de evidenciar “la presencia
norteamericana para que permitiéndole al pueblo ver que los barcos no estaban
participando en las hostilidades, se acabaran los rumores de que la Marina de Estados Unidos
estaba apoyando a los leales”, mientras mantenían el apoyo soterrado. La
demostración de fuerza ofrecida por los militares norteamericanos será el tema
a tratar en el siguiente capítulo.
Jueves, 24 de abril de
1997