Jefe
interventor norteamericano tenía una “misión oficial” y otra “real”
A
l
parecer, la decisión de John Bartlow Martin prevaleció a pesar de la oposición de
los comandantes y el embajador Bennett, cuando el primero de mayo llegó a la
base aérea de San Isidro el general Bruce Palmer, a quien, en una reunión del
presidente Johnson y sus asesores, se había designado para tomar el mando de
las fuerzas en República Dominicana.
            Johnson, según da cuenta el
documento de Leavenworth, ordenó al general Wheeler seleccionar al “mejor
general en el Pentágono” e inmediatamente buscó a Palmer, quien entonces se
desempeñaba como asistente del jefe de Estado Mayor del Ejército para
operaciones.
            Esta selección la describe el
profesor Yates, autor del informe oficial, de la siguiente manera: “Palmer, un
hombre modesto, atribuyó su selección en parte a la politiquería del Ejército
–Wheeler quería nombrar inmediatamente a uno de los suyos como sustituto de
Palmer—y a que era adecuado al deseo del presidente y sus asesores tener un
general de Washington, uno que presumiblemente estuviera a tono con las dimensiones
político-militares de la crisis en la delicada función de comandante de las
fuerzas norteamericanas en el país”.
            Wheeler informó de inmediato a
Palmer que debía partir para el Fuerte Braga, “que seleccionara un Estado Mayor
que contuviera solamente lo más esencial, con apoyo de comunicaciones del XVIII
Cuerpo de Ejército Aerotransportado, y volara a Santo Domingo”.
            La información que ofreció el jefe
de Estado Mayor conjunto Wheeler al nuevo comandante en República Dominicana
fue que su “misión oficial” era salvar las vidas de los norteamericanos, pero
su “misión real” era impedir “que el comunismo se tomara a República
Dominicana”, para lo que debía tomar todas las medidas necesarias par impedir
la creación de una segunda Cuba y se le prometieron suficientes tropas para
“hacer ese trabajo”, indica Yates.
            Asimismo, se le recomendó acercarse
al embajador Bennett y coordinar sus acciones con él y, finalmente, Wheeler
ordenó que todos los mensajes enviados a Palmer a través de la cadena de mando,
es decir, del comandante de la
Fuerza
de Tarea Conjunta y el comandante del Comando del
Atlántico, debían también enviarse a Wheeler a través de un conducto
extraoficial.
Sorprenden a comandantes
en campaña RD
            “Esta última instrucción se debía a
la opinión de Wheeler de que las comunicaciones desde el lugar de los hechos que
venían del Boxer y el Comando del Atlántico, se demoraban demasiado, llegaban
incompletas y no se podía confiar en ellas”, hasta ese punto estaban de
tirantes y contradictorias las relaciones entre los altos mandos militares
norteamericanos.
            Pero las fallas de las
comunicaciones no se limitaban simplemente al envío de mensajes desde y hacia
Washington, sino que incluían a los oficiales que se encontraban comandando las
tropas en República Dominicana, y el ejemplo más patente de esa ¿falla de
comunicación? Fue la reacción del comandante del Fuerte Braga, el general
Bowen, “más que indignado le preguntó: ¿Qué diablos está haciendo aquí? Palmer
le respondió y durante la discusión, el teléfono sonó y Bowen recibió la
notificación oficial sobre lo que estaba sucediendo”.
            Debido a esta situación, Palmer pudo
seleccionar el segmento de Estado Mayor y los equipos de comunicación que
necesitaba, pero recibió muy poca inteligencia de utilidad antes de partir en
un C-130 hacia San Isidro. Su llegada tampoco fue muy bien recibida en San
Isidro, y el propio Palmer escribiría después que despertó al general York de
su tan necesitado sueño para que éste le orientara en su reemplazo como
comandante de la Fuerza
de Tarea 120.
Dos comandantes en conflicto
            “Bob
no estaba muy contento de verme –escribió Palmer– pero aceptó la situación y
se portó bastante bien”, a pesar de esto, se estableció una relación bastante
tensa, refiere Yates, entre los dos generales, lo que Palmer atribuyó a la
natural renuencia de York a ceder su autoridad como comandante de la fuerza
terrestre, aunque Palmer mantenía el criterio de que el general York tenía más
que suficiente con la 82ª división, por lo que era necesaria la presencia de un
comandante de escalón superior que pudiera trabajar con el personal de la
embajada como un “amortiguador” entre las tropas de combate con sus
preocupaciones militares y los formuladotes de políticas en Washington con sus
demandas políticas.
            La tensión entre Palmer y York
empeoró en las semanas siguientes a medida que diferían cada vez más en sus
percepciones de la intervención.
            El informe lo deja claramente
establecido cuando hace alusión a esta situación y dice que “la orientación de
York en el ruidoso hangar de la 82ª división en San Isidro convenció a Palmer
de que la situación era bien confusa; lo que más molestó al oficial fue el cese
de fuego que estaba en efecto, ya que bajo éste, las tropas norteamericanas
acantonadas en la base, tenían que permanecer con una brecha entre el Ejército y
la Infantería
de Marina, y en el medio, los rebeldes, que habían iniciado un reino de terror
y anarquía, haciendo su voluntad”, como si Santo Domingo fuera un feudo de su
propiedad.
            Para Palmer, era una situación
inaceptable desde el punto de vista militar, y le informó a York que no
reconocería el cese de fuego por esta razón, aceptando el general bajo el
argumento de que él no había firmado el acuerdo, sino que sólo había servido de
testigo a nombre de Masterson, y acordaron –primera vez que se pusieron de
acuerdo—establecer un corredor entre las dos posiciones de fuerzas
norteamericanas.
            El primer paso para lograr este
objetivo fue la orden de Palmer a York de montar una operación de reconocimiento
ofensivo ese día –1º de mayo, sábado—con el propósito de determinar “cuántos
eran los efectivos rebeldes dentro de esa brecha y encontrar una ruta factible
para el establecimiento del corredor, tema que durante los siguientes dos días
fue la principal ocupación operacional de Palmer, mientras trataba de deshacer
las consecuencias de lo que consideraba era un fracaso en la coordinación
político-militar”.
Desconfianza hace fracasar
reunión Palmer-Bennett
            A
las diez de la mañana de ese sábado, Palmer voló en helicóptero desde San
Isidro hasta la embajada de Estados Unidos en momentos en que los infantes de
Marina que custodiaban la sede diplomática sostenían un tiroteo con
francotiradores constitucionalistas, por lo que Palmer y su piloto
“improvisadamente se encaramaron por una cerca y saltaron a los jardines de la
embajada; en la reunión que siguió a esta llegada poco ceremoniosa, Bennett
expresó sus temores al general en torno al acuerdo de cese de fuego y le
prometió apoyar la solicitud para el envío de más tropas”.
            Un punto ensombreció la reunión, no
se sabe con certeza si Palmer le informó al embajador Bennett sobre el
reconocimiento ofensivo programado para más tarde en esa misma mañana, pero sí
se sabe que el general informó vía telefónica al director del Estado Mayor
conjunto en Washington sobre su plan de enlazar las dos fuerzas –Ejército e
Infantería de Marina—y que ya se lo había comunicado a Masterson con el fin de
conseguir la participación del Cuerpo de Infantería de Marina en la operación.
            “La evidencia sugiere que Palmer no
le informó nada al embajador, quizá porque no había tenido tiempo de forjarse
una opinión respecto a la confiabilidad del diplomático. Si esta hubiese sido
la razón, la causa de cooperación político-militar sufrió un revés temporal
como resultado de la cautela militar”, escribió Yates en su informe.
Primeros combates cuerpo a
cuerpo
            Cuando John Bartlow Martin se estaba
reuniendo con el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó para tratar sobre el
cese de fuego definitivo, el reconocimiento ofensivo se iniciaba y los infantes
de Marina y la 82ª división trataban de hacer contacto cerca de la zona de
seguridad internacional.
            El informe precisa los movimientos
de las tropas interventoras. “La Compañía I
del equipo de combate del batallón 3/6 se movía hacia el noreste sin encontrar
resistencia desde su posición en el punto C hasta el punto de enlace propuesto,
en la avenida San Martín. A las 10:25 de la mañana un pelotón de resistencia y
el primer pelotón de la compañía C, primer batallón de la 508 división de
Infantería, salió desde la orilla occidental del Ozama por la ruta que lo
llevaría al oeste y luego al sudeste hasta el punto de reunión.
            “Contrario a los infantes de Marina,
los paracaidistas encontraron resistencia en dos puntos sobre la marcha y
sufrieron su primera fatalidad –otro soldado moriría después por causa de las
heridas, identificado supuestamente como el teniente Brown, quien cayó bajo las
balas del italiano Illio Capocci, cuyo fusil guarda como recuerdo el ex contralmirante
Manuel Ramón Montes Arache–, la oposición en ambos casos fue contenida antes
de que continuara el movimiento y un pelotón se perdió temporalmente porque su
mapa no estaba actualizado”.
            Sin embargo, el enlace de tropas
norteamericanas se llevó finalmente a cabo en un campo abierto, escudriñando la
fuerza conjunta el área inmediata, reuniendo “valiosa información de
inteligencia, hasta que York le ordenó a las patrullas que regresaran a sus
posiciones originales”, pero el informe emitido por la 82ª división acerca de
la orden de repliegue decía que ésta “se emitió porque la fuerza no era lo
suficientemente grande como para sostenerse por sí misma en una posición
aislada, pero otro informe sugiere que la orden de repliegue vino directamente
de Washington”.
Constitucionalistas
protestan intromisión tropas Estados Unidos
            Esta situación trajo como
consecuencia que Washington se viera implicado directamente en la agresión,
después que el coronel Caamaño se quejara de los movimientos de tropas. “En un
cable enviado a Santo Domingo, Thomas Mann confesó estar perplejo con los
cambios del coronel Caamaño, especialmente después que el Ministerio de Defensa
le había asegurado al Departamento de Estado que el único movimiento conocido
de tropas sería entre el puente Duarte y San Isidro”.
            Bennett, que estaba en la misma situación
que Mann, esperó dos horas antes de contestar el cable en el que admitió que
estaba recibiendo protestas de los “rebeldes” sobre algunos movimientos de los
paracaidistas en la ciudad y que estaban comprobando algunos informes contradictorios,
ya que se les había dicho a los constitucionalistas que “Estados Unidos, aunque
neutral, no se había comprometido en cuanto a dónde las fuerzas norteamericanas
se podrían o no mover para llevar a cabo su misión”.
            A las 8:40 de esa noche del sábado,
fue que el embajador Bennett confirmó el enlace de las fuerzas del Ejército y
de la Infantería
de Marina ocurrido esa tarde. Ese enlace demostró a Palmer la posibilidad de
establecer un cordón desde el puente Duarte hasta la zona de seguridad internacional.
El próximo paso era obtener tropas y apoyo para la operación, para la que se
necesitarían los cuatro equipos de combate de batallón que York había
solicitado temprano el viernes.
Estado Mayor se adelanta
de nuevo al Presidente Johnson
            Aun antes de que el presidente
Lyndon B. Johnson se reuniera con sus asesores esa misma mañana del domingo 2
de mayo, la Junta
de Jefes de Estado Mayor dijo al comandante del Comando del Atlántico que
preparara cuatro equipos de combate de batallón para despliegue, “lo más pronto
posible, estando pendiente la decisión presidencial final”.
            Para neutralizar las quejas de que la Fuerza Aérea no contaba con
suficiente transporte para satisfacer los requisitos de una operación de
expansión, la Junta
de Jefes de Estado Mayor indicó que el Comando Aerotáctico podría emplear todos
los recursos activos de transporte de la Fuerza Aérea de Estados Unidos
menos los que eran absolutamente esenciales para apoyar al Sudeste de Asia”.
            Una vez que Johnson tomó la decisión
sobre alertas y despliegue de tropas, aumentaron el volumen e intensidad las
llamadas telefónicas y el tráfico de mensajes entre la Junta de Jefes de Estado
Mayor, por un lado, y por el otro, los comandantes del Comando del Atlántico,
del Comando de Ataque, el Comando Aerotáctico y del XVIII Cuerpo de Ejército
Aerotransportado.
            “El comandante del Comando del
Atlántico debía dar máxima prioridad a la preparación de las aeronaves para el
movimiento de los cuatro equipos restantes de combate de batallón empeñados en
el Plan de Operaciones 310/265 y hacer el máximo de preparaciones para un
lanzamiento inmediato de los batallones. El mismo mensaje recalcaba que esta
fuerza se tenía que mover sin demora al recibo de la orden de ejecutar el
movimiento y que el personal debería estar listo para una salida inmediata tan
pronto como las aeronaves estuviesen disponibles y se hubiese adelantado dentro
de lo posible la tarea de cargar el equipo”.
            Para Yates, el texto de los mensajes
no dejaba lugar a dudas de que según la interpretación del Estado Mayor
Conjunto de las decisiones del presidente Johnson, “el empleo de fuerzas
aerotransportadas adicionales era inminente y motivo de gran urgencia”, pero
estas fuerzas tuvieron que esperar hasta la mañana siguiente, ya que el presidente
anunció su propósito de reunirse nuevamente con sus asesores, impasse que
provocó la furia de los generales York y Palmer, que se sintieron burlados.
            Mientras esto sucedía, Johnson
estaba reconsiderando el movimiento de fuerzas militares que había aprobado
hacía apenas 24 horas, el motivo de esta segunda reunión en la
Casa
Blanca
era muy sencillo, “la decisión
de enviar elementos de la 82ª división a República Dominicana había ocasionado una
violenta reacción en todos los países de América Latina y en la OEA”.
            La noticia fue recibida con
demostraciones y protestas, y líderes latinoamericanos, algunos de los cuales
habían apoyado en privado el envío de tropas, denunciaron a Estados Unidos
públicamente por violar su política de no intervención.
            “A medida que crecían las críticas,
también crecía el temor de parte de ciertos asesores presidenciales claves, de
que mayores desplazamientos militares podrían distanciar a los gobiernos amigos
en el hemisferio, poniendo así en peligro los esfuerzos de la administración
por transformar la intervención en una empresa multinacional bajo los auspicios
de la OEA, y la
noticia de que había sido firmado un cese de fuego el viernes en la tarde, dio
más peso a la cautelosa posición de Washington frente a las naciones de la OEA”.
            Pero luego de la información de que
tropas de refuerzo iban a ser enviadas a República Dominicana, el presidente
Johnson se encontraba entre la espada y la pared, pues había aceptado apoyar un
acuerdo negociado, y una moratoria sobre más empeños de tropas “daría credibilidad
a esa posición y, quizá apaciguaría a los latinoamericanos por suficiente
tiempo para que la OEA
enviara una comisión y probablemente tropas a República Dominicana”.
            La decisión final de Johnson fue
adoptar un curso intermedio, continuaría apoyando el cese de fuego y la
participación de la OEA,
mientras aprobaba la solicitud de Palmer y Masterson sobre el envío de más
tropas de la 82ª división y de la Cuarta
Brigada
Expedicionaria de la Infantería de Marina.
            En cuanto a las tropas
norteamericanas que se estaban reuniendo en Santo Domingo, no se les permitió
por el momento emprender acciones ofensivas para derrotar a los rebeldes, a
pesar de la petición de los militares de que el envío de más soldados era
urgente debido a que se necesitaba detener el “avance comunista”.
            Así pues, en medio de engañifas,
promesas de cese de fuego y la implicación de la Organización de
Estados Americanos en la crisis, Estados Unidos salvó su imagen pública, hizo
lo que quiso y el final será tema del siguiente capítulo.
Miércoles, 30 de abril de
1997


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