Informe revela:
Estados
Unidos trataba encubrir motivo intervención
A
 las 6:30 de la tarde del miércoles 28 de abril
empezaron a desembarcar en suelo dominicano las primeras tropas de Infantería
de Marina norteamericanas por Playa Roja, cerca de Haina, lugar que descubrieran
durante el proceso de retirada de extranjeros, días antes.
            Una hora después de haber pisado
suelo patrio, las tropas norteamericanas se encontraban en el hotel El
Embajador, y una hora y pico más tarde, el Ejército también estaba en marcha,
la fuerza de asalto de la 82ª División Aerotransportada ya estaba sobrevolando
con el general York a la cabeza de una armada aérea de 144 aeronaves C-130.
            Treinta y tres de los aviones traían
a los mil 800 paracaidistas que participarían en la invasión y 111 transportaban
el equipo.
            “Las tropas desconocían que se
estaba llevando a cabo un debate en Estados Unidos sobre si aterrizaban en San
Isidro o si llegaban a la base Ramey en Puerto Rico. Mcnamara y la Junta de Jefes de Estado
Mayor favorecían el aterrizaje en San Isidro debido al retraso en la partida de
la 82ª división desde la base aérea Pope y a los recientes informes de que la
situación en Santo Domingo había llegado a un punto crítico”, refieren los
documentos de Leavenworth.
            Se dice que Wheeler comentó en ese
momento que “si esperamos, quizá no encontraremos nada qué apoyar”, en tanto
los comandantes del Comando de Ataque y del Comando del Atlántico se opusieron
al cambio de planes, porque “contarían únicamente con sus músculos y pequeñas herramientas
para descargar el equipo pesado que se encontraba en amarres y aparejos para
lanzamiento aéreo; además, nadie, ni siquiera la embajada en Santo Domingo
parecía saber con seguridad si el campo de aterrizaje todavía estaba en manos
amigas”.
            Para aclarar este último punto,
Wheeler se puso en contacto con el vicealmirante Masterson, a quien dio
instrucciones de averiguar quién controlaba el aeropuerto y si todavía estaba
en condiciones operacionales. “Masterson había planeado enviar una compañía de
fusileros de la Infantería
de Marina a San Isidro para asegurar el campo de aterrizaje, pero después de
hablar con Wheeler decidió mandar a un oficial y un sargento de habla hispana
en helicóptero para que buscaran al general Wessin y lo llevaran a su presencia
para una reunión de actualización de inteligencia”.
Soldados confunden a
Wessin con Imbert Barreras
            Los hombres regresaron al Boxer con
el general Imbert Barreras en lugar de Wessin. “Este general informó que el
campo de aterrizaje estaba en manos amigas pero que la torre de control y las
luces de las pistas se apagaban durante la noche”.
            Imbert, según Yates, también
mencionó la posibilidad de que bandas de rebeldes armados estuvieran rondando
el área, y Masterson transmitió esta información hacia arriba en la cadena de
mando, y después de recibir la información, Wheeler decidió el aterrizaje de
las unidades en San Isidro.
            “Cuando el comandante del comando
del Atlántico le informó a Masterson de la decisión de Wheeler, el
vicealmirante le ordenó a dos soldados de Infantería y a un oficial de la Marina, que se dirigieran
hacia el campo del aterrizaje, aseguraran la torre e iluminaran la pista”.
            La escuadra norteamericana llevaba
dos horas de vuelo antes de recibir la noticia del cambio de planes, minutos después,
el comandante York se enteró de que había sido nombrado comandante de las
fuerzas terrestres en República Dominicana, posición ésta que no había sido
contemplada en el Plan de Operaciones del Comando del Atlántico, aun cuando la
intervención implicaba una operación en que las fuerzas terrestres, y no las
navales, jugarían el papel predominante.
            “La información posterior fue poco
clara, pues a York se le dijo que se asumía que el campo de aterrizaje estaba
en manos amigas; aunque el cambio de planes y la información incompleta
aumentaron su incertidumbre, hubo un punto en el que el general no tuvo ninguna
duda: era una completa locura, bajo cualquier circunstancia, aterrizar
aeronaves cargadas con equipo pesado en amarres y aparejos para lanzamiento aéreo.
Desde el C-130 en que se encontraba propuso a Washington que aterrizaran
solamente las aeronaves que transportaban tropas y que el equipo fuera lanzado
según lo planeado, pero este permiso le fue negado”.
            Aparentemente, el presidente Johnson
y ciertos asesores estaban convencidos de que darían la impresión de “guerra”,
de invasión en lugar de intervención. “Cuando los paracaidistas de los 33
aviones supieron que no tendrían que saltar, la mayoría se alegró. Su
entusiasmo habría sido mucho mayor si hubieran sabido que la zona de aterrizaje
designada cerca de San Isidro estaba rodeada de corales, y de haberse llevado a
cabo el plan original, el promedio de bajas entre los dos equipos de combate de
batallón, habría sido enormemente elevado”.
144 aviones para pacificar
            El
puesto de mando aerotáctico a bordo de un EC-135 fuera de la base aérea de
Ramey estableció contacto con los C-130 y los guió a San Isidro. “A las 2:15 de
la madrugada del 30 de abril, el avión del general York aterrizó en el mediocremente
iluminado campo de aterrizaje”, esta aeronave llevaba no sólo al general York,
también iba a bordo el coronel William L. Welch, de la Fuerza Aérea de Estados Unidos,
comandante de escalón avanzado de la fuerza de tarea de transporte aéreo. Esto
en principio no fue motivo de controversias pero después ocasionó algunas
interrogantes sobre la sagacidad de ese movimiento.
“Aunque el comandante general necesitaba
llegar a tierra tan rápido como fuera posible para impartir órdenes y ejercer
su liderazgo, el hecho de ser el primero en aterrizar tenía riesgos,
particularmente considerando la mala información con que contaba la 82ª
división desde la orden de alerta inicial”.
            Continúa Yates en su exposición que
“la suposición de que el campo de aterrizaje estuviera en manos amigas confió
demasiado al general York a pesar de la advertencia del general Imbert sobre
las bandas rebeldes en las cercanías. Esta suposición fue puesta a prueba de
inmediato al aterrizar. Imbert, quien había volado desde el Boxer para ver lo
que estaba sucediendo, se encontró con York pero no pudo ofrecerle ninguna
información actualizada, excepto que la situación era seria”.
            Para llegar a la torre de control,
el general York pidió a un grupo de hombres armados que iban en automóvil que le
dieran un empujón, sin saber si éstos eran de la Junta Militar o fuerzas
rebeldes, “sus temores terminaron cuando llegó ileso a la torre”.
            Mientras, los soldados que Masterson
había enviado a manejar la torre de control tenían el aterrizaje de los paracaidistas
bajo control y la operación está descrita de la siguiente manera: los 33
aviones C-130 que transportaban las tropas aterrizarían primero; después de
esto aterrizarían todas las aeronaves cargadas con equipo que se pudiera
acomodar.
            “Dado el reducido tamaño de San
Isidro y la ausencia de instalaciones de descarga, 65 de los 111 aviones
cargados con equipo fueron desviados a la base aérea de Ramey, para
reconfigurar su carga para aterrizar antes de regresar a San Isidro, según un
itinerario improvisado”. Después de convencerse que la torre estaba segura y en
funcionamiento, York estableció un puesto de mando en un hangar cercano y los
paracaidistas comenzaron a reunirse en el campo de aterrizaje para esperar
información sobre los puntos de reunión y recibir información sobre lo que
deberían hacer.
Soldados norteamericanos
llegan sin municiones
            “Los soldados no tenían municiones,
las suposiciones de que tropas leales controlaban el campo de aterrizaje ayudó
a decidir que no se distribuyeran pertrechos mientras los paracaidistas eran
transportados, porque una granada accidentalmente activada a bordo de una
aeronave repleta de tropas podría tener consecuencias fatales”.
            Los C-130 que transportaban el
equipo, comenzaron a aterrizar a las 4 de la tarde, pero pasó más de media hora
antes de que los grupos de soldados que correspondían a esa primera ola se
abrieran paso hasta el puesto de mando y recibieran instrucciones para
descargar las aeronaves.
            De acuerdo con las órdenes del
general Harold K. Johnson , jefe de Estado Mayor del Ejército de Estados
Unidos, las actividades militares en el país tuvieron el nombre genérico de
“operaciones de estabilidad”, y para reforzar este nombre, Johnson explicó:
“las operaciones en el exterior demandan que las fuerzas designadas
salvaguarden o restablezcan la paz y la estabilidad en áreas amenazadas por las
guerrillas, la insurrección y otras formas de presión subversiva inspirada
interior o exteriormente”.
            En esta operación se enfatizó mucho
en el concepto de la guerra especial, en la que el enfoque de las operaciones
militares va en un grado muy superior al experimentado en los conflictos
convencionales a gran escala.
            Haciendo un recuento de su
experiencia en República Dominicana, el general Bruce Palmer señaló que en una
situación “más política que militar, es inevitable que Washington asuma el
control directo”, sin embargo, los proponentes de la “operación estabilidad” se
mostraron renuentes a aceptar el próximo paso lógico, que los formuladores de
políticas en Washington y no los comandantes en campaña, determinen el alcance
y la naturaleza de las actividades militares en los niveles operacionales y
tácticos.
            El problema de la crisis dominicana
fue que durante los primeros días de la intervención, la coordinación
político-militar tuvo varias fallas que agravaron la confusión e incertidumbre
que acompaña a las primeras fases de toda operación, y que, en un momento
ocasionaron que las autoridades norteamericanas trabajaran con propósitos
opuestos cuando la necesidad militar difería de los objetivos políticos.
Discrepancias con relación
a misión
            Entre los días 30 de abril y 3 de
mayo, el tema que generó mayor controversia entonces y que después fue la
discrepancia entre la misión anunciada por las fuerzas militares norteamericanas
que entraban en República Dominicana y el propósito para el que se utilizaron
muchas de esas tropas.
            De hecho, el presidente Johnson se
abstuvo de decir al pueblo norteamericano que el verdadero propósito de la
intervención fue impedir que el país se convirtiera en una segunda Cuba, manteniendo
el postulado del principio, que era para salvaguardar las vidas de los
nacionales residentes en República Dominicana.
            “El presidente se abstuvo de
descubrir el motivo anticomunista detrás de su decisión hasta que pudiera
conseguir todo el apoyo posible dentro del hemisferio por una acción que muchos
latinoamericanos estaban seguros que se podía considerar una intervención
militar en los asuntos de una nación soberana. En tanto, todas las operaciones
militares en Santo Domingo y en sus alrededores se explicarían, sin excepción,
en términos de la mencionada misión de salvaguarda de vida y bienes
norteamericanos”.
            Por orden del presidente Johnson, se
ordenó al almirante Smith, comandante en jefe del Comando del Atlántico, a
“demorar el establecimiento de una zona de seguridad internacional, pendiente
de los resultados de la votación del Consejo de la OEA, que Washington esperaba
le daría una sanción multilateral al plan”.
            Después que la OEA aprobó la resolución que
establecía “un cese de fuego y un llamado urgente a todas las partes para
permitir el inmediato establecimiento de una zona neutral internacional, el
Departamento de Estado le informó a Bennett que se había autorizado el empleo
de las fuerzas necesarias para establecer una zona de seguridad internacional”.
            El plan establecía que los infantes
de Marina limpiaran el área, y después se haría el llamado urgente a los
rebeldes, ordenado por la OEA,
que en efecto era pedirles que aprobaran y aceptaran un hecho consumado.
            La manera cómo se manejó la invasión
a República Dominicana se resalta en el documento de Leavenworth, cuando
explica que “el uso de infantes de Marina para establecer la zona de seguridad
internacional se podría explicar en términos de su conocida misión, aun cuando
los formuladores de políticas realmente sabían que la razón anticomunista era
la que verdaderamente guiaba sus acciones”.
Inician el corredor de
seguridad internacional
            Pero
la pregunta obligada era ¿qué hacercon las unidades de la 82ª división?, ya que
cuando Bennett se enteró de que éstas iban a aterrizar en San Isidro, le
preguntó al Departamento de Estado, “¿se ha planeado que estas tropas empiecen
inmediatamente sus operaciones en vista de la declaración de que la acción
continúa basándose en la necesidad de protección de las vidas de
norteamericanos en República Dominicana? La respuesta del Departamento de
Estado fue que las fuerzas aerotransportadas se podrían utilizar para “ayudar a
establecer una zona neutral”, y según expresa Yates, esto constituyó “una flagrante
falsedad considerando la distancia que había entre paracaidistas y los infantes
de Marina, tomando en cuenta la falta de medios prácticos para unir las dos
fuerzas sin arriesgarse a un sangriento combate con los rebeldes que los
separaban, y la habilidad de los infantes de Marina de llevar a cabo la misión
de establecer una zona de seguridad internacional por ellos mismos”.
 Lunes, 28 de abril de 1997

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