Estados
Unidos trataba de contener desbordamiento “rebelde”
L
a
situación en la ciudad capital se deterioraba rápidamente y la Embajada de Estados
Unidos trataba, desesperadamente, de contener el desbordamiento “rebelde”. Las
conversaciones entre rebeldes y norteamericanos se mantenían en un punto
muerto, mientras el apoyo de Washington a los “leales” era criticado por la
población. Para poner en práctica la demostración de fuerza exigida por Benoit
a las tropas que vigilaban la evacuación de los extranjeros, el comodoro Dare y
sus subordinados se las vieron color de hormiga.
            ¿Razón? Tuvieron que maniobrar a
través de varias corbetas, lanchas cañoneras y barcos mercantes dominicanos.
“Era una situación insegura. Esta demostración de fuerza –escribiría Dare
posteriormente- se realizó bajo circunstancias que le hubieran sacado canas a
cualquier capitán de barco. Añadió que durante la maniobra “pareciera como si
el embajador hubiera estado al timón”, según señalan los documentos de
Leavenworth.
            El sube y baja entre rebeldes y
leales llegó a un punto en que parecía que los militares “de aquel lado” –léase
San Isidro- llevaban ventaja, al extremo que los norteamericanos consideraron
que las medidas militares ordenadas por Bennett no serían necesarias, excepto
la evacuación y la demostración de fuerza.
            “A las 16:00 (4 de la tarde) un
Rafael Molina Ureña nervioso y afligido entró a la Embajada con 15 ó 20 de
sus asesores políticos y militares. Bennett se reunió con el grupo por una hora.
El propósito principal de Molina era que el diplomático sirviera de mediador
para llegar a un acuerdo negociado, a lo que Bennett se negó, acusando al PRD,
en la persona de Molina Ureña, de ser responsable de que los comunistas sacaran
provecho del legítimo movimiento y le recordó al presidente provisional que el
lunes, su personal había persuadido en cuatro ocasiones a la Fuerza Aérea Dominicana de
bombardear a los rebeldes”.
            Lo que no sabía Bennett era que los
constitucionalistas habían monitoreado conversaciones telefónicas entre
oficiales leales y agregados militares, en las que los planes de atacar
posiciones rebeldes “habían sido discutidos y, por lo menos tácitamente,
aprobados por los agregados”.
            Cuando posteriormente Bennett
informó a los líderes rebeldes que el personal de la Embajada desconocía de
esos planes, comprometió inadvertidamente la credibilidad de la legación en lo
que respecta a la neutralidad e imparcialidad de los funcionarios norteamericanos.
“Molina Ureña se decepcionó, pero no se sorprendió con el rechazo de Bennett a
actuar de mediador…y cuando el presidente Johnson se enteró, escribió que la
negativa de Bennett fue una decisión personal”, pero se ajustaba a la guía que
había recibido del Departamento de Estado y a la política norteamericana de no
intervención en asuntos “domésticos”, claro, siempre y cuando no afectaran sus
intereses.
Con asilo de Molina y
otros, entra en escena el “Coronel de Abril”
            Antes
del inicio de la Operación Power
Pack, como denominó el Departamento de Estado a la intervención militar
norteamericana en el país, y frente a “una inminente derrota militar y
frustrados por la negativa de Bennett a interceder a su favor, Hernando Ramírez,
Molina Ureña y otros líderes rebeldes moderados buscaron asilo político en la
embajada norteamericana; al enterarse Bennett del acontecimiento, asumió que la
extrema izquierda ahora tomaría todo el control de la insurrección”.
            A partir de ese momento, y en los
días siguientes, el gobierno del presidente Johnson se convenció de que el martes
27 de abril fue el día crucial de la crisis dominicana, “en que la causa
constitucionalista fue dominada por los comunistas”.
            El estado de ánimo de la legación
diplomática en esos momentos previos a la invasión, lo describe Yates: “El
optimismo del martes en la noche duró poco, ya que la montaña rusa emocional en
que estaban las autoridades norteamericanas desde el inicio de los disturbios
se precipitó nuevamente el miércoles. El cambio esta vez se debió a un hombre,
el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, el oficial rebelde que había
arrestado a Reid Cabral el domingo, solamente para buscar él asilo más tarde,
cuando empezó la guerra civil”.
            Dice que cuando Molina, Hernando Ramírez
y otros líderes rebeldes solicitaron asilo, Caamaño “se convirtió, como una
formalidad, en el líder de las fuerzas constitucionalistas. Pocas autoridades
norteamericanas consideraban a Caamaño comunista, aunque desde el principio
existía la especulación, que pronto se convirtió en convicción, de que su recién
adquirido liderazgo dentro del movimiento constitucionalista era meramente
nominal y no real, dadas las restricciones que le habían impuesto los radicales
que ahora estaban en control de la rebelión”.
            Pero Caamaño, el “Coronel de Abril”,
no tuvo tiempo para pararse a pensar en tales cosas, y luego de la reunión en la Embajada se apresuró a
llegar al punto de resistencia donde los rebeldes se mantenían, en el sudeste
de la capital, en Ciudad Nueva, en donde la noche del 27-28 de abril, se hizo
cargo de la enorme tarea de reagrupar las tropas rebeldes y planear un
contraataque contra las fuerzas leales de Wessin.
            “Las armas adicionales para el
contraataque procedían de dos estaciones de Policía capturadas por los rebeldes
el miércoles en la mañana, y Caamaño participó en el ataque a la primera
estación; en la segunda, sus seguidores ejecutaron a los policías capturados,
incidente que puso en tela de juicio el control real de Caamaño sobre una
cantidad de grupos armados en la ciudad”.
            Un importante contraataque contra
los leales se puso en marcha poco después. Wessin tomó las riendas del ataque
“y pronto descubrió que sus tanques eran de poca utilidad en las angostas
calles de Ciudad Nueva”. Este fue un momento decisivo en la guerra civil, pues
la ofensiva de los leales se había detenido después del avance de los rebeldes.
            “Wessin había establecido posiciones
en el banco occidental del río Ozama, pero mostró poco interés por expandir su
área de control. El general Montás Guerrero, que había dirigido al batallón
Mella al terreno de La Feria,
en el occidente de la capital y recapturado el Palacio Nacional, había detenido
su avance el martes en la tarde y dividido sus fuerzas en pequeñas unidades que
ahora se encontraban esparcidas en posiciones desconocidas”, refiere el informe
de Leavenworth.
            Agrega, asimismo, que ni Wessin ni
Montás Guerrero tenían una idea clara de la oposición que encontrarían y
“ninguno de los dos confiaba totalmente en el otro”. Un informe adicional
sugiere que Montás, pro-balaguerista, detuvo su operación porque dudaba del
curso que Wessin tomaría si salía victorioso y, por lo tanto, quería que el
jefe del CEFA compartiera la responsabilidad y el peso del combate.
            Otro de los problemas que se suscitaron
entre Montás y Wessin, además de la rivalidad personal, fue el de la
coordinación y comunicación, ya que “no solamente sus dos fuerzas estaban fuera
de contacto, sino que no contaban con comunicaciones directas con las unidades
navales y aéreas de los leales”, y cuando Bennett trató de solucionarles el problema,
Washington se lo negó. Mann ordenó que los transmisores-receptores solicitados
fueran enviados únicamente hasta el Boxer, en caso de que la situación se
deteriorara.
            Sin embargo, Washington no aceptaba
el hecho de que la situación se estuviera deteriorando y que los rebeldes
estaban ganando terreno, hasta el miércoles en la tarde. “Mientras tanto,
Bennett informó que los militares leales habían anunciado la formación de una
Junta Militar dirigida por un oficial de la Fuerza Aérea Dominicana -el
coronel Pedro Bartolomé Benoit-, junta que, para ajustarse a los deseos
norteamericanos, declaró que su propósito principal era preparar las elecciones
y regresar a un gobierno constitucional”.
            Un segundo mensaje de Bennett a
Washington daba cuenta de que Ciudad Nueva ya había caído en manos de los
rebeldes, aunque no revelaba que las viviendas se habían constituido en
pequeñas fortificaciones, que se habían construido barricadas en las principales
intersecciones y que los rebeldes dominaban los servicios públicos y
patrullaban las calles, y solicitaba encarecidamente el envío de los
transmisores-receptores para la comunicación entre los jefes leales.
Paco
después de las 15:00 -3 de la tarde del miércoles 28-, el coronel Benoit “llamó
telefónicamente a la Embajada
solicitando el envío de mil 200 infantes de Marina para ayudar a restaurar el
orden en este país”.
            Bennett envió un cable a Washington
pero no recomendaba el envío de los soldados, sino que actuó con cautela, al
igual que el agregado naval en cuanto a que “los soldados de la infantería de
Marina no se usaran en ninguna operación de limpieza de las calles”. Sin
embargo, enfatizó en que se estaba librando una guerra de nervios y los agregados
militares “consideran aún inciertos los resultados, sugiriendo algunos planes
de contingencia en caso de que la situación se deteriorase rápidamente, hasta
el punto de que tendríamos que necesitar de apuro a los infantes de Marina para
proteger a los ciudadanos norteamericanos”.
            Para cuando el presidente Johnson y
sus asesores fueron informados de la situación durante la reunión de la tarde
del miércoles para discutir los preparativos norteamericanos en Vietnam y la
crisis dominicana, llegaron dos cables más de Bennett marcados como “crítico
cuatro” y “crítico cinco” en menos de media hora; el segundo de éstos llegó a
las 17:15 (5:15 de la tarde) en el que el embajador informaba que la
situaciones iba deteriorando rápidamente, pues el jefe del grupo asesor de asistencia
militar, que había regresado ese día de Panamá y había visitado San Isidro,
había informado que la atmósfera entre los líderes leales era “desalentadora y
emotiva, y que una cantidad de oficiales deploraban la situación y que Benoit
afirmaba que sin la ayuda norteamericana, los oficiales tendrían que abandonar
la lucha”.
            En vista de estos acontecimientos,
el personal de la Embajada
llegó a la conclusión unánime de que “había llegado la hora de que
desembarcaran los soldados de Infantería de Marina”. La última oración de
Bennett es inequívoca: “Recomiendo que desembarquen de inmediato”.
            La peligrosa situación descrita por
Bennett no dejó más alternativa a Washington que acceder a los requerimientos
del embajador. “Johnson le dijo a McNamara que alertara a sus fuerzas en el
área sobre el posible desembarco; Mann también llamó a Wheeler con la noticia
de las instrucciones del presidente Lyndon B. Johnson de seguir adelante”.
            A las 17:46 (5:16 de la tarde),
tanto Dare como el comandante de la Frontera Marítima
del Caribe, que tenía control operacional sobre el Grupo de Tarea 44.9.
recibieron instrucciones de alertar a los soldados del posible desembarco y
esperar más instrucciones.
            A las seis de la tarde, catorce
minutos después que McNamara informara a Johnson que las tropas estaban listas,
el Presidente autorizó el desembarco de más de 500 soldados de infantería de
Marina para realizar operaciones defensivas. También ordenó a algunos asesores
específicos que le notificaran a la
OEA
las intenciones de Estados Unidos, para que convocara una
reunión con los jefes congresistas y que redactara una declaración que fuera
transmitida al pueblo norteamericano. Así se planificó la segunda invasión a
República Dominicana.
Si Benoit no firma, no hay
invasión…y Benoit firmó
            Los
asesores de Johnson querían que el coronel Benoit, “cuya Junta Militar
Washington consideraba casi como el gobierno interino de República Dominicana”,
que Benoit, decíamos, declarara explícitamente que su solicitud de intervención
se basaba en el peligro de las vidas norteamericanas, “un peligro que Benoit no
había mencionado en su solicitud original para el envío de tropas. Bennett le
había asegurado a Mann que Benoit había mencionado el tema del peligro de las
vidas norteamericanas en comunicaciones verbales con el personal de la embajada”.
            Expresa el informe que contiene la Operación Power
Pack, que Mann le dijo al embajador Bennett que solamente una declaración
escrita del jefe de la Junta Militar
satisfaría los requisitos de Washington, y añade que “presumiblemente a Benoit se
le daría la impresión de que el desembarco de los infantes de Marina dependía
del recibo de esa declaración”.
            Y ciertamente, la predicción del
embajador Bennett de que Benoit aceptaría enviar la comunicación se dio. En
esta, el coronel Benoit indicaba: “En referencia a mi solicitud previa, deseo
añadir que las vidas de los ciudadanos norteamericanos están en peligro y que
las concisiones de desorden público imposibilitan proporcionarles protección
adecuada. Por lo tanto, le solicito intervención y asistencia temporal para restaurar
el orden público en este país”. El agregado militar de la embajada, quien fuera
comisionado para convencer al oficial dominicano, regresó a medianoche con la
declaración escrita “horas después de que Jonson se había reunido con los
líderes congresistas y se había dirigido ya al pueblo norteamericano”. La
trampa funcionó y el coronel Benoit cayó en ella.
            Al momento en que Benoit redactaba
su carta y las acciones presidenciales se llevaban a cabo en Estados Unidos,
“más de 500 soldados de combate de la Infantería de Marina habían desembarcado en
República Dominicana, en medio de un impresionante movimiento que contrastaba
con la confusión que caracterizaba la coordinación y el control del empeño de
las tropas en toda la cadena de mando”, expresa el informe.
            El desembarco el día 28 se llevó a
cabo en dos fases: la primera, consistía en traer varias unidades pequeñas a la
costa para establecer una zona de desembarco en el campo del polo del hotel El
Embajador y ayudar a evacuar a los norteamericanos que habían llegado tarde al
hotel y reforzar la guardia de seguridad de la embajada y, la segunda, un
elemento guía, la policía militar y un pelotón de soldados armados, reforzado
por dos escuadras, seguiría para ser utilizado en la embajada.
            “La solicitud de estas unidades
iniciales pasó directamente de Bennett a Dare y se le comunicó al comodoro en
cierto momento, entre las 17:22 y las 17:45 (5:22 y 5:45 de la tarde), es
decir, antes de que el presidente Jonson hubiese autorizado el desembarco a
gran escala de tropas de combate. La información de que se dispone no indica si
Bennett o Dare recibieron autorización para empeñar estas unidades iniciales
que incluían a un pelotón armado”.
Tropas en camino antes de
autorización Jonson
            Yates
manifiesta que “aparentemente Dare asumió que el embajador había recibido tal
autorización, aunque una declaración del Ministerio de Defensa indica que la
solicitud de Bennett fue una iniciativa local. No se sabe con certeza cuándo
Washington se enteró del desembarco inicial”, aunque una teleconferencia
iniciada las 6:30 de la tarde entre el personal de la embajada con funcionarios
claves del Departamento de Estado ya estaba en conocimiento de estos movimientos”.
            Cuando las unidades de evacuación y
seguridad solicitadas por Bennett se encontraban ya camino al campo de polo del
hotel El Embajador, Dare recibió una orden del comandante en jefe del Comando
del Atlántico a través del comandante de la Frontera Marítima
del Caribe, que le ordenaba desembarcar a todos los infantes de Marina que
Bennett había solicitado.
            El coronel Daughtry inmediatamente
se puso en comunicación con Bennett para discutir las medidas que se
implementarían, y a éste último le tomó sólo tres minutos decidir a favor
desembarcar más tropas de combate. “Daughtry conferenció con Dare, y después de
esto dos compañías de fusileros del Tercer Batallón, Sexta de Infantería de
Marina, y un escalón avanzado de la comandancia del batallón empezaron a movilizarse”.
A las 7:00 de la noche ya más de cien soldados de la Infantería de Marina
habían desembarcado en esta segunda fase; les seguirían más, muchos más.
            Es decir, que el desembarco de los
primeros marines yankees se produjo antes de que el presidente Jhonson diera la
orden, y antes, también, de la que la
Junta
de Jefes de Estado Mayor la completara, lo que
evidencia la falta de control y el desconocimiento que sobre la situación y los
acontecimientos que se desarrollaban en Santo Domingo, tenía el gobierno
norteamericano, así como la falta de coordinación y comunicación existente
entre los distintos funcionarios claves.

Viernes, 25 de abril de
1997

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